Hay un costo muy alto
de mantener las tasas de interés en niveles históricamente bajos, como ha sido
el caso en casi todo el mundo desarrollado en la última década: el retiro de
quienes tenemos entre 30-60 años está seriamente sub fondeado. Los rendimientos
que obtienen los ahorros y pensiones de las generaciones actualmente activas en
el mercado laboral, no serán suficientes para financiar el retiro individual de
los que hoy trabajamos.
Debido a lo anterior, quiéranlo
o no, los Estados dentro de un par de décadas se verán forzados a algo que hoy
no quieren ni pensar: tendrán que aumentar sus déficits y sus deudas para
solventar la brecha de pensiones, y al ocurrir esto dificilmente el costo del
dinero, la tasa de interés, podrá mantenerse en los niveles tan bajos en que se
encuentra ahora, y probablemente veamos una destrucción tremenda de valor en el
mercado de bonos durante un período más o menos prolongado de tiempo.
La tasa de interés, el
precio del dinero, funciona como cualquier otro precio, se determina
básciamente por su oferta y demanda, y
si la tasa ha podido estar tan baja es porque existe una oferta de dinero
relativamente mayor a la demanda del mismo.
Muchos economistas,
como Lawrence Summers y Ben Bernanke, han caracterizado este exceso de dinero
respecto su demanda como un “empacho de ahorro”, proveniente de naciones como
China, Japón y los países petroleros que tienen enormes superávits comerciales,
que no son reinvertidos en su totalidad; y también derivado del saldo ahorrador
que la generación actualmente activa en el mercado laboral, tiene en su balance
ahorro-gasto.
Keynes había ya
advertido de una situación similar de la economía, en donde las tasas de
interés eran tan bajas que las herramientas monetarias perdían eficiencia,
llamándola, “trampa de liquidez”. La tradición marxista también tipifica esta
situación, y desde sus textos clásicos, la “sobreacumulación de capital”, en
donde la tasa de ganancia es tan baja debido al exceso de capital invertido, juega
un rol muy importante en su análisis de la dinámica del capitalismo moderno.
La podemos llamar como
queramos, y explicarla como nos plazca, lo cierto es que el síntoma es claro:
el precio del dinero en el mundo es bajísimo, incluso negativo en algunos
casos. Podemos, como los médicos, discrepar respecto del origen y del
tratamiento, pero la sintomatología es inequívoca.
Dejando de lado los
distintos ojos con los que se mira, existen dos preguntas básicas que cabe
hacer: la primera es, ¿qué pasará en el momento, si llega, en que el balance de
ahorro-inversión se restablezca o se revierta? Y la más difícil de contestar:
¿cuándo ocurrirá ese nuevo balance?
Si una de las razones
para el actual empacho de ahorro es que quienes trabajamos hoy, como generación
global, estamos ahorrando mucho respecto de nuestro gasto, y no hay inversión
capaz de absorber tal ahorro y producir rendimientos que remuneren nuestras
pensiones. Cuándo esta generación deje la fuerza laboral y comience a consumir
sus ahorros, y más aún, los Estados deban endeudarse para cubrirle a esa
generación la brecha de pensiones: ¿se revertirá el saldo ahorro-inversión y
por lo tanto se elevará el costo del dinero?
Si la respuesta es
positiva entonces la respuesta respecto del cuándo es quizá en un par de
décadas, cuando la pirámide poblacional comience a mostrar que el número de
pensionados es mayor al de los trabajadores activos.
Si ese momento llega
(puesto que muchas cosas pueden ocurrir para revertir esta tendencia), entonces
los Estados deberán de relajar la regla del déficit y de la deuda. Por ejemplo,
la Unión Europea, que hizo de su razón déficit/PIB de dos por ciento el
requisito de admisión y permanencia, deberá de incrementarla si quiere fondear
las pensiones de sus retirados en un par de décadas.
Lo malo de los buenos
tiempos, como los que las economías han vivido en estos años, es que no dan
incentivos a pensar qué hacer cuando las cosas no vayan tan bien. Vale la pena
recordar entonces aquella aforística lección que nos recuerda que lo único que
no cambia es el cambio.
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