Usemos la flexibilidad del cuento mínimo de Augusto Monterroso para meditar sobre el riesgo enorme que corre la economía global, ejemplificada por los Estados Unidos, en intentar reabrir sin que la pandemia de covid haya sido controlada. Presionada por Trump y su coalición conservadora, la economía vecina tomó la decisión de abrir casi como si el virus no existiera. El resultado ha sido dramático: las infecciones se han disparado a máximos, y la economía corre el riesgo de enclaustrarse una vez más.
Alguien tan tonto como Trump quizá piense verdaderamente lo que ha dicho varias veces: que el virus desaparecerá milagrosamente, y que basta decidir reabrir la economía para que la pandemia desaparezca. Quizá el ignorante reflexione, con incredulidad, que no es posible que un invisible enemigo sea capaz de poner de rodillas a la mayor potencia económica y militar que la historia ha conocido. No es posible, quizá razonen los machos conservadores estadounidenses, que la economía más poderosa que la humanidad haya visto pueda ser detenida por la acción de un minúsculo patógeno.
El fin de semana los Estados Unidos registraron más de setenta mil infecciones en un solo día, un récord mundial, encabezados por aquellos estados gobernados por los republicanos, que decidieron reabrir sus economías cuando aún la curva de contagios estaba muy elevada y el virus circulaba sin control. Desde Arizona a Florida, pasando por Texas en el sur, y las Carolinas, Georgia y Louisiana en el sureste, los casos se han disparado, y solo la ceguera pertinaz y machista de sus líderes republicanos han impedido un nuevo cierre de las economías, aunque muchos apuestan que es inminente, a pesar de la furia de Trump y su deseo de ignorar la realidad sanitaria de su país.
Quizá sea porque los machos fueron criados para no mostrar debilidad alguna, mucho menos ante los débiles. Quizá es porque los machos fuimos amenazados con burla y desdén si nos asustábamos ante un ratón, que es inconcebible acobardarnos ante un virus microscópico. Quizá por ello las mujeres, acostumbradas a no temer a mostrar debilidad y a cuidar la casa, la familia y al colectivo, que países como Estados Unidos y Brasil son el epicentro de la pandemia. Quizá por ello Alemania, Nueva Zelanda, y los países manejados por mujeres hayan resuelto mejor el problema hasta ahora.
El machismo, y el desprecio por la verdad científica ha llevado a muchas economías a reabrir cuando las condiciones sanitarias aún no eran propicias, y ahora el riesgo es doble, pues un cierre repetido de empresas si que sería un golpe contra las expectativas de una recuperación rápida que sería muy difícil de revertir en el corto plazo.
China, Taiwán, Japón, Corea del Sur y Vietnam, junto con Nueva Zelanda, Alemania, Noruega y Dinamarca, destacan por el control que han logrado sobre la pandemia. Las formas en que lo lograron varían, pero tienen algo en común: la aceptación de las medidas que los médicos requieren para intentar mitigar la pandemia y sus efectos en la población.
Ni los políticos, ni los economistas, parecen haber entendido del todo el problema. No se trata de mostrar debilidad. Tampoco de expandir el gasto y la liquidez: se trata de hacerle caso a los médicos, antes que nada. La política: ni la pura, ni la mediática, ni la fiscal, ni la monetaria, son sustitutos de la política sanitaria. Mientras la política sanitaria no sea exitosa ninguna de las otras denominaciones de la política serán efectivas.
De nada sirve implementar políticas contracíclicas para reactivar el empleo, si los empleados corren el riesgo de morir al infectarse en sus trabajos. De nada sirve hacer mítines políticos rumbo a las elecciones, si los votantes se infectarán en las reuniones masivas y no llegarán a votar a las casillas.
No hay sustituto a la política sanitaria. La pandemia es tal que todas las otras soluciones quedan del todo supeditadas al éxito o fracaso de las políticas de salubridad social y el acatamiento por parte de la gran mayoría de la población. Esto los Estados Unidos debió de haberlo aprendido por las buenas, pero decidió aprenderlo por las malas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario