A principios de este siglo, las tasas de interés en Estados Unidos rendían poco más del cuatro por ciento en términos reales, y estaban asociados a una relación deuda/PIB del seis por ciento. Veinte años después el cociente deuda/PIB se ha disparado hasta 109 por ciento, y no obstante el colosal aumento en los pasivos públicos, las tasas de interés se han hundido hasta ser negativas en términos reales. La economía neoclásica, con la que nos educan en casi todas las escuelas, nos enseña que, si la deuda se dispara, aumentarán su costo, es decir, la tasa de interés. Algo, o la realidad, o la economía que enseñamos, no es correcta.
También nos enseña la economía neoclásica que los bancos centrales no deben de financiar los déficits públicos. Que su independencia es tan importante para mantener la confianza en el sistema y preservar el poder adquisitivo de la moneda y que, por lo tanto, no deben de adquirir bonos emitidos por los gobiernos de sus países.
Y sin embargo, desde la Reserva Federal de los Estados Unidos, pasando por casi todos los países de la OECD, los bancos centrales se han convertido en los mayores inversionistas en bonos emitidos por los gobiernos, son hoy la principal fuente de financiamiento de los déficits colosales de los que hablamos en el primer párrafo de este artículo.
La economía neoclásica que nos enseñan (y enseñamos) en la escuela, abjura de los monopolios. Ensalza a la competencia como el escenario ideal para lograr el equilibrio económico. Sostiene que entre mayor sea la competencia mayor es la eficiencia de los mercados y mayor la productividad.
Pero si miramos cuales son las acciones más demandadas en los mercados, es claro que entre mayor sea la posición monopólica de una empresa, más valiosa es en las bolsas globales. Peor aún, el sector tecnológico, que se encuentran en la vanguardia más dinámica de la economía mundial, está abrumadoramente dominado por un puñado de empresas con un poder monopólico difícilmente equiparable a otros momentos de la historia económica reciente: Google, Amazon, Microsoft, Facebook, tienen un poder sobre sus mercados que constriñen la entrada de competidores relevantes que amenacen su capacidad de generar ganancias.
La economía neoclásica nos enseña también que entre mayor sea el dinero en circulación, mayor será la inflación. “la inflación es en todo lugar, y en todo momento, un fenómeno monetario”, rezaba con la rigidez de un versículo bíblico Milton Friedman.
Pero si vemos la brutal explosión de liquidez que una y otra vez los bancos centrales del mundo han inyectado en la economía en las sucesivas recesiones a partir del año 2000, 2008-2009 y en este increíble 2020, lo único que no hemos visto en estas dos décadas inusitadas, en que hemos visto de todo, es a la inflación.
Es más, la deflación ha aparecido de manera intermitente y ubicua en el mundo industrializado desde que se implantó en Japón en la década de los noventa, y ha empujado a que en vastas zonas de Europa también, los bonos de deuda pública tengan tasas negativas.
También dicen los manuales que usamos en los cursos de economía que, al bajar las tasas de interés, se desincentiva el ahorro y se incentiva el gasto. Pues en los últimos veinte años los bancos centrales han bajado, hasta el cero y más allá, sus tasas de interés, y los profesores no saben cómo explicar en sus clases cómo es que las familias en este contexto hayan aumentado sus ahorros y contenido sus gastos.
Se supone que si quien aumenta el gasto es el gobierno, éste desplazará al gasto privado, aumentando las tasas de interés. Y ha ocurrido lo contrario.
Los bancos centrales no deben de financiar directamente a las empresas, para eso están los bancos comerciales, quienes extienden créditos, o el mercado, quienes compran bonos a las empresas para financiar su operación y crecimiento. Y sin embargo en los últimos doce meses, la principal fuente de financiamiento de las empresas en el mundo desarrollado son sus bancos centrales. Especialmente la Fed.
¿Por qué siguen los economistas pensando bajo esquemas que no explican lo que ocurre? ¿Por qué las escuelas siguen enseñando con manuales cuya utilidad es inútil? Enrique Krauze dijo una vez que el último marxista moriría en una universidad latinoamericana. Lo mismo ocurrirá, le faltó decir al famoso historiador, con el último economista neoclásico.
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