Goya es el iniciador de la pintura moderna. Sólo y sordo, en su Quinta silenciosa, pintó sobre los muros una serie de óleos misteriosos cuyo origen, motivación y objetivo nadie conoce. Algunos dudan incluso que Goya sea el autor. Yo creo que no hay otro autor posible.
Rescatadas por un diplomático francés, quien compró la casa muchos años después de la muerte de Goya, luego de un periplo las pinturas, ya en bastidores, acabaron justamente en el Museo del Prado en Madrid.
Mitad mercadotecnia, mitad asombro, la serie es conocida como "las pinturas negras" de Goya. La denominación no es imprecisa, pero puede ser injusta, pues le asignan una connotación que puede limitar el significado potencial de la que quizá sea la serie iconográfica más importante de la historia de la pintura.
Dentro de esa serie se encuentra la que Joan Miró consideraba como su obra favorita, junto a Las Meninas de Velázquez (Antonio Saura, quien pintó una serie sobre ella, la llamaba "la pintura más bella del mundo").
El público la conoce como "el perro", "el perro semihundido", o "el perrito de Goya". No conocemos el título puesto que Goya no dejó rastro alguno del mismo, ni del contexto ni de su intención.
Pero la oscuridad de su origen nos fuerza a ejercer, al ver esta pintura, el máximo ejercicio de libertad estética posible. Como Goya no nos dijo el qué, ni el cómo, ni el quién ni el cuándo. Nos toca a nosotros, a quienes lo vemos, el decidir su significado.
Un perrito que parece hundirse en algo que no sabemos qué es, mira indefenso hacia un plano amarillo/ocre en donde se adivina algo, una forma, un presagio, o quizá nada. "El perrito" de Goya es quizá la pintura en donde por primera vez importa más lo que el espectador ve, que lo que el pintor pinta. No hay nada dicho, todo será visto por quien la ve.
Y en este horrible 2020, ese perrito que ve, quizá indefenso, quizá angustiado, algo incierto que se le viene encima, el poder creador de Franciso de Goya se revela pleno. He aquí una pintura que no morirá nunca: porque siempre dirá lo que sus videntes necesitan o temen ver. Quizá en este año fatuo nos sentimos así como este perrito que se hunde en algo que no sabemos, y miramos en nuestro cielo ominoso, figuras fantásticas que reflejan nuestra tristeza, nuestro temor, pero quizá también, nuestra esperanza.
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