Hace cuarenta años, en junio de 1981, las tasas de rendimiento del bono de 10 años de los Estados Unidos, de acuerdo con muchos, el barómetro más importante de los mercados financieros, se ubicaba en 15.82 por ciento. El miércoles pasado esta tasa cerró en 1.47 por ciento. En cuarenta años el costo del dinero a largo plazo en la economía más poderosa del mundo se ha reducido en 93 por ciento. Alguna evidencia aislada sugiere que un repunte de precios está haciendo rebotar a las tasas, y algunos incluso aseveran, temerariamente, que esa prolongada época de dinero baratísimo podría estar llegando a su fin.
Déjenos iniciar con la conclusión: no parece que estemos ante el fin de este ciclo secular de dinero barato, no existen las condiciones para que el rebote de tasas desde sus mínimos de hace un año hasta esta semana, sea el inicio de una reversión de la poderosa tendencia deflacionaria que ha abaratado los costos en la economía global en los últimos cuarenta años.
Antes bien, las condiciones apuntarían a lo contrario: múltiples industrias, especialmente el sector servicios, el mayor de toda economía, presenta índices de capacidad ociosa muy elevados como resultado del encierro la pandemia y por lo tanto con poca capacidad para alzar los precios de venta.
No obstante, en varios sectores productores de bienes, un doble shock: por el lado de la oferta el encierro de los trabajadores debido a la pandemia, y por el lado de la demanda un incremento sustancial debido al gasto de los subsidios masivos que han inyectado los gobiernos de los países desarrollados, presentan evidencia de cuellos de botella en la cadena de suministro y presiones para incrementar los precios.
Pero la profunda recesión económica de 2020, así como la intermitente recuperación hacen que lo que prevalezca es una holgura notable en amplios sectores de la economía.
Por lo anterior, esta tendencia es histórica a la baja en las tasas de rendimiento de los bonos, ha sido gracias al abatimiento global de la inflación, la cual a su vez ha sido el resultado de la globalización de la industria y el abatimiento de los costos de producción generales, muy especialmente debido a la entrada de la población china al mercado mundial.
Dicho todo lo anterior sin embargo, cabe la hipótesis de que, si bien estemos lejísimos de regresar a las tasas de hace cuarenta años, es posible que regresemos a las tasas de hace dos años, cuando el bono de 10 años de los Estados Unidos tenía un rendimiento cercano al 2 por ciento.
La última sesión de febrero atestiguó una tasa de 1.56 por ciento para el bono de 10 años, comparada con el 0.96 por ciento que prevalecía el primer día de este 2021. Las tasas siguen bajísimas, pero se han incrementado en más del 50 por ciento en tan sólo dos meses. Una subida muy rápida que bien podría estar reflejando el cálculo de los inversionistas promedio de un repunte en la inflación general, la cual debe de ser cubierta por un mayor rendimiento en la tasa nominal de los bonos.
Vale la pena detenernos en este punto. El problema no es el nivel de la tasa, la cual se mantiene extremadamente baja comparada con su trayectoria histórica de las últimas cuatro décadas, sino la velocidad con la que rebotó desde sus niveles mínimos. El salto ha sido tan rápido que está afectando a aquellos activos cuya valuación depende de flujos de ingresos que ocurrirán en el futuro lejano. Entre estos activos se encuentran por ejemplo las acciones de empresas tecnológicas o los proyectos de infraestructura muy complejos y de muy largo plazo.
El alza en las tasas de interés disminuye el valor de esos activos cuyos flujos ocurrirán en el largo plazo, y aumentan la de los que reciben intereses, como las acciones de los bancos, las de las aseguradoras, las hipotecarias, y en general las instituciones financieras.
De persistir este incremento en las tasas de los bonos de 10 años es probable que en el mediano plazo lo que veamos sea una rotación de los inversionistas, alejándose de las empresas tecnológicas y hospedándose en sectores más defensivos y cíclicos.
Esta rotación puede ser ordenada o desordenada, y esto dependerá de una variable: la inflación. Si esta se mantiene contenida, o se incrementa suavemente, la rotación en los mercados será ordenada. Si nos sorprende y brinca por encima de lo que se espera, y los bancos centrales tienen que correr detrás de ella, la rotación en los mercados será desordenada. Así que atentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario