Los bancos centrales se definen por su postura ante la inflación: severos o laxos, tolerantes o estrictos, o por los anglicismos hawkish o dovish. Es una pena que, teniendo en la cultura popular en castellano una canción enormemente popular, que ha definido justo esos términos, no usemos el “Gavilán o Paloma” para clasificar a los bancos centrales del mundo y a quienes la implementan. Desde la Fed de Estados Unidos, pasando por el Banxico y el Banco Central Europeo, los bancos centrales están siendo atravesados por esa incertidumbre ante el repunte inflacionario global: ¿Gavilán o Paloma?
La paloma más notable del coro de bancos centrales es sin duda la Reserva Federal de los Estados Unidos, la Fed, quien a pesar de repetidos indicadores de inflación, entre ellas la tasa anual de inflación al productor más alta de toda la historia económica de ese país, ha decidido ser complaciente y tolerante con el aumento de precios, apoyado por los mercados de capitales, quienes han dado su apoyo a la postura de la Fed a cambio de mantener la inyección ingente de liquidez que ha alimentado el rally bursátil más impresionante del último siglo.
Del lado de los gavilanes se encuentra, entre otros, el Banxico, quien decidió en su más reciente decisión de política monetaria aumentar su tasa de referencia ante los datos más recientes que mostraron que la inflación registrada casi duplica su tasa objetivo.
Hay argumentos que apoyan ambas posturas, pero la realidad es inequívoca, la reflación es extendida y generalizada en las principales economías del mundo. La inflación en múltiples sectores y países es evidente y da para estar preocupados respecto del derrotero futuro de la política monetaria.
Los gavilanes sostienen que, si no se actúa ahora, de manera preventiva, la inflación empeoraría y sería más difícil de controlar en el futuro. Las palomas sugieren que los datos de alta inflación son temporales, productos de la baja base de comparación pues durante la pandemia la inflación fue bajísima, y que por lo tanto no es necesario actuar, que la inflación se curará sola, con el tiempo, como una gripa.
En el debate de gavilán o paloma está en juego algo muy importante: la recuperación de la economía global y las economías nacionales luego de la peor recesión económica del último siglo forzada por la pandemia covid.
Bajo el supuesto de que las vacunas existentes son eficaces contra el virus y sus variantes, la inmunización masiva de la población del mundo está propiciando una recuperación económica muy acelerada, pero que podría ser vulnerable a pequeñas perturbaciones: repuntes incontrolables de la pandemia, un aumento agudo del precio de las materias primas, la inflación disparada que reduzca el consumo, un incremento inoportuno de las tasas de interés global que frenen la recuperación del consumo y la inversión.
La decisión entre gavilán o paloma no es fácil: una reacción lenta ante el repunte inflacionario y los precios podrían salirse de control como ocurrió en los setenta y obligarían a una sobrerreacción de la política monetaria en el futuro. Y apretar demasiado temprano las condiciones monetarias, cuando la economía apenas está recobrando el ímpetu luego del largo confinamiento pandémico, podría hundirnos de nuevo en la recesión y el desempleo, prolongando el sufrimiento de millones de personas quienes han sido forzados a la delgadez económica los últimos dos años.
En medio de esta disyuntiva hay una gran ventaja: los mercados de bonos y capitales, que solían ser estrictos vigilantes contra la inflación, se han hecho unos alcahuetes, y a cambio de recibir torrentes voluptuosos de liquidez, han sido no nada más permisivos, sino entusiastas de las políticas monetarias laxas, y dan un alto grado de confianza a los bancos centrales.
Ambas estrategias, gavilán o paloma, presentan riesgos. Ambos tienen argumentos poderosos en favor o en contra, y quizá la decisión de política en los próximos meses se dará en línea con las preferencias ideológicas o la percepción puntual de los riesgos de los miembros de las juntas de gobierno de cada una de los bancos centrales. Lo que si es cierto es que desde los setenta, la decisión de ser gavilán o paloma no había sido tan difícil para los bancos centrales.
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