Hace tres décadas en México y en general en los países en desarrollo, hubo un cambio en la visión de las élites que gobernaban dichos países que implicó, entre otras cosas, el abandono de la política industrial, es decir, del intento deliberado, desde el Estado, de construir compañías nacionales capaces de competir internacionalmente en los mercados. Se concluyó entonces que “la mejor política industrial, era ninguna política industrial”, y se dejó al sector privado local y global, que asignaran el capital entre los distintos sectores. Treinta años más tarde, los países que no se creyeron tal patraña son hoy quienes tienen la delantera en la economía global: China, el sureste asiático, Alemania, y los Estados Unidos.
La creencia religiosa de que el mercado asigna mejor el capital que los gobiernos tuvo un sustento: los ejemplos de inversiones estatales fuera de presupuesto y de poca utilidad eran tantas, que el costo para el sector público acabó desequilibrando las finanzas nacionales y obligó al Estado interventor a una retirada masiva de las empresas gubernamentales.
Pero que la mayoría de los ejemplos fallaran no significa que no sea conveniente que los Estados no tengan una política industrial. Un esfuerzo deliberado y planeado para impulsar industrias que se consideren estratégicas: en los últimos años lo ha hecho China, lo ha hecho Vietnam, Singapur y Tailandia, lo han hecho Alemania, y nunca lo ha dejado de hacer los Estados Unidos.
Lo que está pasando y que volverá a pasar con el sector de semiconductores muestra la enorme vigencia de una política industrial de nueva generación, y México tiene una enorme oportunidad de dar un salto cuántico en este sector en donde, a diferencia del automotriz, el aeronáutico y el electrónico, no pinta mucho en la economía global.
El problema es el siguiente: hay una crítica escasez de chips en el mundo. Los microcomponentes del cual dependen industrias tan vitales como las comunicaciones, de la salud, la informática, la aeronáutica, la automotriz y casi toda la vida moderna, escasean de manera dramática estos días.
La escasez de chips fue empeorada por la pandemia, cuando muchos trabajadores se ausentaron de las fábricas que las producían, y la complicada cadena de valor de este producto sufrió interrupciones en muchos segmentos debido a las restricciones de oferta causadas por el confinamiento.
Pero si bien la pandemia disparó la crisis de escasez de chips, está se venía acunando desde hace décadas y el confinamiento sólo la detonó. Y la causa tiene que ver con ese argumento simplista de que el mercado es quien mejor asigna los recursos.
Siguiendo tal premisa, un país y una empresa, resultaron ser extremadamente eficientes para fabricar ese componente de lo cual depende la vida moderna: Taiwán Semiconductor (TSM), a lo largo de varias décadas fue degollando uno tras otro a sus rivales mucho más avanzados y ricos, incluyendo al coloso Intel, al cual ha hecho pedazos en la producción de las nuevas generaciones de chips, al punto que la empresa concentra 56 por ciento del mercado mundial de estos circuitos.
TSM se ha ganado esa enorme cuota de mercado gracias a su eficiencia y sus costos. Nadie en las últimas décadas es capaz de fabricar y vender semiconductores como ellos.
Pero en la lógica geopolítica, TSM ha sido demasiado exitosa para su propio bien. Todos los fabricantes de chips fabrican en Estados Unidos (en donde se inventó el semiconductor), sólo el 12 por ciento del total mundial. Es decir, una empresa sola, TSM, produce casi cinco veces la cantidad de chips que se producen en los Estados Unidos.
Y algo que demostró la pandemia es que al mercado, en su búsqueda de eficiencia, se le olvidó la geografía, y la geopolítica, y que la economía global dependa de lo que una empresa produzca en una isla dentro de la esfera de influencia militar de China no es muy conveniente en un contexto en donde los Estados Unidos y Europa están saliendo con resquemores y sentimientos encontrados respecto de la relación económica que deben sostener con el gigante asiático en el largo plazo.
China no ha renunciado a considerar a Taiwán como una provincia rebelde, y no como la nación independiente que Estados Unidos y sus aliados ven todos los días. Si el riesgo geopolítico es considerado, el dejar que el mercado asigne los recursos, y que estos se vayan a Taiwán no es la mejor decisión, y para resolver ese problema crítico existe una herramienta, ninguneada por al tristemente célebre “Consenso de Washington”, la política industrial.
Los fabricantes de semiconductores y el gobierno estadounidense están planeando ya cómo resolver la escasez dramática de chips, en dos etapas: el corto y el largo plazo.
En el corto la mejor idea es incrementar la capacidad de las fábricas de semiconductores existentes, pues sus procesos, ubicaciones y resultados, están ya probados y activos. Pero en el largo plazo no hay opción, se deben de construir fábricas nuevas en zonas geopolíticamente seguras para los Estados Unidos, y eso implica que la esfera espacial del T-MEC debería de ser la opción más adecuada para la deliberada relocalización de la industria más importante de la economía moderna: los semiconductores.
México es una potencia productora y exportadora de autos, equipo aeronáutico, bienes de capital y muchos otros productos. Pero no se producen semiconductores en el país, toda la industria establecida en México debe de importarlos, sobre todo, por supuesto de Taiwán, pues los chips fabricados en Estados Unidos no alcanzan siquiera para cubrir la demanda de nuestro vecino.
El gobierno estadounidense está por aprobar un presupuesto de 250 mil millones de dólares para incentivar la construcción de plantas de semiconductores localmente. La muestra más evidente de que los únicos que se creyeron la patraña de que la mejor política industrial era la no política industrial no fueron ellos sino a quienes educaron en sus universidades. México tiene una oportunidad valiosa para anclar y catapultarse como un jugador fundamental en esta, la industria más importante de la economía global. Sólo hace falta recuperar algo que sabíamos hacer hace algunos años: política industrial.
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