Si aceptamos que la libre movilidad de capitales es eficiente, entonces debemos de aceptar también que la “libre movilidad” de los impuestos también lo es. Es eficiente que el capital se mueva para buscar las mejores condiciones en cada segmento de la cadena de valor, e igual de correcto es que los impuestos se muevan allí donde va el capital. Porque si el capital se muda de un lugar a otro para buscar pagar los menores impuestos posibles, entonces eso es trampa por parte del capital, e ineficiencia por parte de los gobiernos.
El acuerdo, primero entre el G7 y luego con el G20 para establecer una base impositiva uniforme busca, mejor tarde que nunca, subsanar esta asimetría gravísima de la economía global: el capital ha podido moverse buscando las mejores condiciones, mientras que los impuestos han sido limitados por las fronteras nacionales. Lo anterior ha permitido que las ganancias de eficiencia han sido capturadas por el capital sin la correspondiente contribución a la sociedad vía los impuestos que han dejado de pagar.
Coordinados por Janet Yellen, como parte del intento del capitalismo estadounidense para restaurar la égida del Estado que el fascista de Trump quiso desmantelar, los países más ricos del mundo (exceptuando a China), simplemente están haciendo algo que hace décadas debían de haber hecho: evitar que el incentivo a la movilidad de capital sea la elusión fiscal, y que, en su lugar, sea motivada por la búsqueda de eficiencias productivas a lo largo de la cadena de valor global.
Si algo epitomizó el acuerdo político conocido como neoliberalismo, fue justamente ese hecho: que las ganancias de eficiencia generadas por la globalización fueran capturadas por el factor capital, provocada por la lentitud, negligencia, o permisividad, con la que las dependencias impositivas de los Estados nacionales permitieron la captura de los beneficios por parte de las grandes corporaciones en detrimento de las bases fiscales nacionales.
La innovación tecnológica y logística va mucho más rápido que la regulación pública, y las grandes empresas han sabido aprovechar esta arbitraje y han capturado las ganancias de productividad, pero no solo, sino también las ventajas fiscales ofrecidas por países necesitados de inversión y empleo.
La competencia entre los Estados por la inversión y el empleo incentivó una carrera por minimizar los impuestos globales, algo que ha sido aprovechado por las multinacionales, pero que ha erosionado en promedio la solidez fiscal de los gobiernos.
El G7 y el G20 han logrado un primer gran acuerdo para tratar de equilibrar las ganancias de la globalización. Es un signo de los tiempos: el orden neoliberal de libre movilidad irrestricta de los capitales, equilibrios fiscales y monetarias, se rompió desde la crisis de 2008-2009 y de manera definitiva por la crisis disparada por la pandemia covid del 2020.
Y es este último evento lo que acabó decidiendo a los Estados de las economías más ricas a actuar. La inyección de subvenciones, transferencias y apoyos para salvar a las economías ha causado boquetes fiscales, colosales déficits, que deben de ser reducidos hacia niveles más normales y compatibles con una economía en recuperación.
Todos deben de pagar este esfuerzo fiscal que ha representado la pandemia, y el consenso forjado por Joe Biden y Janet Yellen, tras la realineación política que permitió la derrota de Trump y su coalición golpista, es muy claro: el capital también debe de pagar, las grandes corporaciones, quienes se han beneficiado de la globalización de los últimos cuarenta años, y que fueron las claras ganadoras de la voluptuosa expansión fiscal de la pandemia, deben de pagar, deben de contribuir independientemente del país en donde generen o registren sus ganancias.
El covid está logrando lo que muchos economistas a lo largo de los años no lograron: una estructura impositiva global equilibrada entre el capital y los demás factores. Es cierto que los Estados están actuando porque el gasto anti-covid necesita financiarse de algún modo. Pero eso no importa ya. El acuerdo para gravar las ganancias con un esquema impositivo que limite el arbitraje fiscal deberá de ser vinculante y duradero, y deberá de balancear los beneficios del crecimiento global entre los factores para las décadas siguientes.
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