Si destruir al planeta tuviera un precio, lo cuidaríamos. Pero como destruirlo ha sido un gran negocio, estamos acabando con él hasta el punto de no retorno. Los líderes mundiales han puesto sus esperanzas en esquemas diseñados por los economistas para tratar de detener la destrucción. Pero no ha servido. La razón quizá sea que para salvar al planeta necesitamos un mercado planetario de premios y castigos., sobre todo de estos últimos, dada la emergencia climática en la cual estamos; o quizá sea ignorar a los economistas y ser más radicales en nuestra defensa del medio ambiente global.
Destruir al planeta ha sido un gran negocio. Allí donde el capitalismo es más antiguo, la biodiversidad y la naturaleza se encuentran en un estado desastroso, y las últimas selvas y bosques coinciden con aquellos países en donde la riqueza capitalista se encuentra subdesarrollada.
Los países desarrollados, que acabaron hace siglos con su porción de planeta, quieren ahora detener la destrucción ecológica, y los países emergentes, como Brasil, reclaman su derecho a despedazar la amazonia para tener una vía barata al desarrollo: la de materias primas baratas a costa de la selva en vez de desarrollar la ciencia y a tecnología.
La COP26, es la vigésima sexta cumbre ambiental organizada por la ONU con el fin de retomar el espíritu y las políticas lanzadas desde 1992 en Río de Janeiro. ¿Qué ha ocurrido con las emisiones de gases de efecto invernadero en los veintiocho años que la ONU ha intentado revertirlas a través de las COP? Se han incrementado en más del 60 por ciento. El único año en que hubo una reducción fue en 2020, cuando el mundo estaba enclaustrado por culpa del Covid 19.
Este dato sólo bastaría para catalogar los esfuerzos por detener la destrucción del medio ambiente como un enorme fracaso. Y lo es, salvo por el hecho de que sin las COPs, la destrucción ecológica quizá habría sido peor.
Por supuesto que aún quedan infames, como Jai Bolsonaro, y Donald Trump, y sus millones de seguidores, que aseguran que no existe el cambio climático, y que es un fantasma comunista para ponerle impuestos a las compañías y detener el desarrollo libre de los países.
De repente esos infames logran convencer a una mayoría de la población y tenemos movimientos negacionistas que detienen los esfuerzos por revertir el cambio climático. Pero la buena noticia es que la política verde, es decir, aquella que pone en el centro la reversión del deterioro ambiental global, ya es de consenso general, y ha alcanzado incluso a Wall Street y la cultura corporativa, en donde el acrónimo ESG (ambiental, social, y gobernanza) está de moda.
Y sin embargo, a pesar de la predominancia de la cultura verde en el ambiente político, financiero y empresarial, la devastación del planeta y su biodiversidad no se ha detenido, y a juzgar por las cuentas de los ecologistas más consecuentes, estamos ya en el borde del punto de no retorno, en donde las consecuencias para la vida y la sociedad humanas de la destrucción ambiental, serán irreversibles.
La temperatura promedio global sigue aumentando, y esta sea quizá la medida más elocuente de la continua destrucción ambiental, cada año marca un récord máximo de calor
La COP26 necesita concluir esta semana con dos acuerdos muy sencillos: incluir a todos los países del mundo dentro de sus objetivos de reducción de emisiones; y establecer penalidades ejecutables para aquellos que no cumplan las metas en plazos agresivos, no en 2050, sino en 2030, por ejemplo.
Hay espacio para tener esperanza. Las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos alcanzaron un máximo en 2005 y desde entonces han descendido (compensadas por aumentos en China, Brasil y otros países), y países como Noruega y Suecia han demostrado la factibilidad de tener una movilidad eléctrica. China incluso ha tomado una instancia más radical que los Estados Unidos en los últimos dos o tres años, a pesar de la crisis energética que la implica su dependencia del carbón.
La destrucción del planeta es un resultado de la forma en que el mundo está organizado económicamente: el privilegiar las ganancias individuales y corporativas por sobre el interés lleva necesariamente a la dilapidación de la riqueza comunitaria, y nuestra planeta es lo más común que tenemos como especie.