Todo, hasta el dinero gratis, tiene un costo. Existe un escenario posible en los próximos años, si no es que meses, en que la economía global puede descomponerse. Si la Fed, Banco de México y los grandes bancos centrales son incapaces de moderar la resurgente inflación, tendrán que subir sus tasas de interés de manera abrupta y apresurada. En dicho escenario, muchísimos activos financieros cuyos precios se han disparado la última década, sufrirán un pinchazo y provocarían caídas en las bolsas globales, atascando la recuperación económica post-covid.
Para los banqueros centrales más importantes, especialmente de la Fed de Estados Unidos, el riesgo del escenario anterior es muy pequeño, y aseguran que las altas tasas inflacionarias publicadas en meses recientes son pasajeras y que pronto bajarán a niveles aceptables. Las bolsas de valores del mundo, deseosas de que los bancos centrales mantengan las actuales condiciones de extrema liquidez, suscriben dicha visión.
Pero muchos economistas tememos que la Fed esté tratando de tapar el sol con un dedo, ignorando el peligro de que los datos recientes de inflación no sean permanentes y que puedan ser la reversión de la tendencia deflacionista de las últimas tres décadas.
Durante los últimos treinta o cuarenta años la bajísima inflación ha permitido un hecho inusitado: tasas de rendimiento de los bonos extremadamente bajas, hasta llegar a cero o incluso negativas en muchas economías. Una anomalía histórica.
Como el precio de los bonos va en dirección contraria a sus tasas de rendimiento, los inversionistas en bonos han hecho fortunas impresionantes estos últimos treinta años, y han creado el sustrato para que los mercados de acciones, especialmente los de acciones tecnológicas, disfruten el mayor y más dilatado rally de la historia financiera del mundo.
Pero todo se acaba. Y aunque es difícil prever, e imposible asegurar, que esta festiva fiesta de las bolsas está por acabarse (pues ha logrado brincar todos los obstáculos que se le han puesto), no sería sorprendente que, de materializarse el riesgo de un repunte inflacionario que no sea temporal, los precios de los títulos bursátiles y otros valores sufran un descalabro o contengan el alocado ascenso que ha hecho feliz a millones de inversionistas en el mundo.
Tomemos por ejemplo a Tesla, o Amazon, compañías ejemplares que han disrumpido en sus sectores con notables avances tecnológicos, no tienen ganancias, y por lo tanto no distribuyen dividendos a sus accionistas. Como la gran mayoría de las compañías del Nasdaq, se espera que Tesla y Amazon comiencen a pagar dividendos en un futuro aún distante.
Quien invierte en acciones busca ultimadamente un flujo de efectivo, y si dicho flujo está lejano en el futuro entonces será muy susceptible a altas tasas de interés. Por eso las condiciones existentes, de tasas de interés prácticamente en cero, son tan favorables al inflamiento de este tipo de activos, o de incluso de aquellos que no producen ningún flujo, como las criptomonedas.
Y ese es justo el riesgo que podría concretarse en caso de que la inflación no sea temporal y las tasas de interés remonten hacia niveles superiores al 2 por ciento en un período corto de tiempo: podrían desinflar los activos disparatados. Podrían pinchar más de una burbuja inflada con dinero gratis.
Hay otra consecuencia. Como los precios de los bonos se mueven en sentido inverso a las tasas, aquellos que posean bonos (entre mayor el plazo peor) podrían tener minusvalías severas dependiendo de la magnitud y la velocidad de la remontada de las tasas.
A pesar de que hemos resaltado aquí los riesgos de que el escenario de reflación se materialice, la historia de los últimos treinta años muestra que las repetidas ocasiones en que se ha vaticinado una reversión de la tendencia deflacionista, han sido fallidas, y luego de una pausa las tasas vuelven a bajar y los mercados a subir. Esta podría ser una de esas ocasiones de nuevo, pues la pandemia ha acelerado la adopción de nuevas tecnologías que acentuarán el crecimiento de la productividad y abatirían los factores que de corto plazo están disparando a la inflación.
Cuál de los dos efectos, los que aceleran a la inflación, o los que empujan a la productividad, acaben por dominar, determinará la suerte de mediano y largo plazo de las bolsas y la economía. Lo cierto es que desde hace mucho tiempo que el horizonte no estaba tan borroso.
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