La inflación, citando con licencia a Sor Juana: “logró lo que imposible parecía”, y tras registrar la mayor tasa anualizada de las últimas cuatro décadas, despertó de su flemático letargo a la Fed, quien anunció que interrumpía antes de lo esperado el estímulo monetario que tanto soporte ha dado a las bolsas de valores, pero también sugirió que la tasa de interés subiría del actual cero, hasta al menos hasta el 1.5 por ciento en los próximos 24 meses.
La Fed se había negado a rendirse ante la evidencia de que la inflación se había salido de su control y que su credibilidad como guardián de la estabilidad de precios estaba en entredicho.
Había dos explicaciones posibles para esa desidia monetaria: la primera era que subir la tasa de interés ante los datos de inflación que podrían ser temporales, podría enviar la señal equivocada a mercados, productores y consumidores, quienes subirían sus precios anticipando un rebote de precios y costos más permanentes. La segunda era que el presidente de la Fed, Jerome Powell, no quería comprometer su reelección al frente del banco central haciendo enojar a los congresistas con subidas de tasas.
Cualquiera que haya sido la explicación, la Fed está rezagada respecto de la inflación: los agentes económicos ya asumieron que la reflación no es temporal, sino más duradera, y descontaron también que la Fed no reaccionó a tiempo y que tendrá que acelerar intempestivamente el endurecimiento monetario, subiendo las tasas más drásticamente de lo previsto.
¿Por qué le dedicamos en una columna de un periódico mexicano que trata por lo general temas económicos, tanto tiempo a lo que la Fed haga o deje de hacer? Porque la Fed es quien verdaderamente fija la tasa de interés del mundo. Los otros bancos centrales podrán desafinar a veces, subiendo antes o después, pero tarde que temprano deberán de acoplarse al ciclo monetario de la Fed, o de lo contrario sus monedas sufrirán las consecuencias en un sentido o en otro, como lo atestigua el impresentable banco central de Turquía.
Nuestro Banxico, junto con un pequeño grupo de bancos centrales, como el de Corea, Noruega, al cual se agregó la semana pasada el muy venerable Banco de Inglaterra, comenzaron a subir sus tasas bastante antes que la Fed, reaccionando a tasas de inflación domésticas dislocadas respecto de sus objetivos de política.
Otros bancos centrales han decidido esperar a la Fed, como el banco central europeo (BCE), el suizo y notablemente, el de Japón, en donde la eterna deflación no ha alterado el curso monetario en décadas. El BCE sin embargo, presionado por el más reciente anuncio de la Fed, deberá de anunciar pronto el fin de su ciclo expansivo y el inicio del restrictivo a un ritmo mayor al que se pensaba hasta hace unas semanas.
La reacción de los mercados financieros ha sido un poco esquizofrénica. El día mismo del anuncio de la Fed las bolsas de valores dispararon un rally jugoso, casi como si disfrutaran la mala noticia de que la variable económica más importante para las acciones: la tasa de interés tomaba un ritmo contrario a lo que les conviene.
Los analistas intentaron cuadrar una explicación racional a una reacción irracional: dijeron que la decisión transmitía certidumbre, o que el mercado esperaba algo más agresivo por parte de la Fed (cuando en realidad esperaba algo más suave). Lo mejor sería aceptar sin problema que la voluptuosa liquidez inyectada en el sistema los últimos años infló los precios de los activos financieros a niveles de burbuja, y que dicha euforia está dando coletazos.
No sabemos si hay una burbuja. No sabemos si la burbuja, de existir, reventará. No sabemos si ese truene será moderado o violento. Pero trabajar bajo el supuesto de que la ingente liquidez ha hecho a los inversionistas hacer cosas irracionales, es una mejor hipótesis de trabajo que la que los economistas académicos suelen esgrimir en el sentido de que los mercados son eficientes e incorporan de manera correcta e instantánea la nueva información generada.
La gran pregunta, ahora que la Fed se ha rendido a la evidencia y aceptado lo inevitable, subir la tasa de interés, es si la subirá hasta el nivel en donde debería de estar, o si la economía, muy endeudada, soportará un incremento abrupto de los réditos. Incluso suponiendo que existe un componente transitorio en la inflación que estamos sufriendo, la tasa de interés neutral debería de estar en el rango del 3-5%, y no en cero.
¿La Fed podrá subirla hasta 3-5% sin que empresas y familias truenen bajo el peso del mayor pago de servicio de sus crecidísimas deudas? ¿O al llegar al 1.5 por ciento será forzada a regresar al cero? Regresando a la trampa de liquidez en la que ella misma se ha encerrado desde hace veinte años.
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