Recuerdo un verso de Borges: “hay tanta soledad en ese oro”, en un poema que ofrendaba la Luna a su enamorada, María Kodama. ¿Qué pensaría Borges del hecho de que estamos muy cerca de que Wall Street esté a muy poca distancia de acabar con esa soledad lunar para extraer el oro de su subsuelo? La distancia insalvable de la Luna hizo durante toda la historia reciente de la humanidad que Selene fuera sólo apropiada por cantos y versos. Pero eso está a punto de cambiar para siempre.
Abundan las críticas al hecho de que el estrafalario billonario Elon Musk, el visionario dueño de Tesla y de Space X, está privatizando el espacio. Que la NASA financie con dineros públicos la conquista comercial del espacio para la explotación privada es por supuesto escandaloso. Pero no es nada distinto de la empresa de Colón financiada por las joyas de Isabel la Católica.
A Borges le gustaba mucho el argumento: una misma cosa se repite a lo largo de la historia bajo formas distintas. En un ensayo se atreve a afirmar que dos compadritos que se enfrentan mortalmente en una trifulca en un arrabal de Buenos Aires, uno de ellos el padre putativo de su asesino, en realidad están repitiendo el asesinato del César en el senado romano, pero que en vez de exclamar el célebre “tu quoque, Brutus”, alcanza a gritar: “¡Pero Ché!”.
El gran economista turco, Dani Rodick cuenta de manera ejemplar en su libro sobre el proceso de globalización, cómo los países europeos acabaron colonizando el mundo a pesar de estar financieramente quebrados por siglos de guerras, hambrunas y plagas: extendiendo cartas de derechos a aventureros y exploradores privados que explotaban y saqueaban los nuevos territorios a nombre de las coronas del viejo continente. Así ocurrió en un inicio en México, en donde la conquista del imperio Azteca fue sobre todo una empresa comercial del aventurero Hernán Cortés. Así ocurrió con Canadá y la India, y con la Indochina francesa, y con Indonesia, en donde la verdadera autoridad fue, más que la corona neerlandesa, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.
Que fondos públicos, de la NASA y otras agencias, estén financiando a empresas privadas para la exploración, población y explotación comercial de la Luna, y Marte y quizá algunas otras instancias del espacio, como asteroides, no es nada nuevo. Es una de las formas, la más común, con que se conquistaron y explotaron los nuevos territorios para los países europeos.
Lo anterior no quiere decir que es el modelo correcto a seguir. La Luna y Marte y sus recursos ¿le pertenecen a la especie humana o a la empresa que logre llegar primero y poblarla y explotarla? El espacio ¿debe de ser explotado en beneficio de empresas privadas, o debe de ser aprovechada por el empresario que arriesgo su vida y fortuna en la proeza?
Virgin Galactic, Space X y Blue Origin son las tres empresas privadas que llevan la delantera en la conquista comercial de la luna y marte. El momento en que existan explotaciones mineras en esos lugares no está lejano y quizá la actual generación logre prescenciarlo. Las ganancias que esas empresas tendrán de lograrlo serán equiparables, aunque en una mucho mayor escala, a los fabulosos potosís de la conquista de América.
El único contrapeso a esas empresas, propieda de los billonarios Richard Branson, Elon Musk y Jeff Bezos respectivamente, son los exitosos esfuerzos del gobierno chino por hacer viable la explotación comercial de la luna, así que será interesante ver la carrera entre ambos modelos. Pero una discusión adicional se impone.
La conquista del imperio azteca no enriqueció a las masas paupérrimas del pueblo español, así como el vasto imperio británico no sacó del hambre a las masas de pobres ingleses que tuvieron que migrar del campo a las nacientes ciudades industriales. Las grandes conquistas territoriales de los siglos XVI-XIX enriquecieron a las aristocracias y a las burguesías dueñas de las empresas que explotaron los territorios conquistados, dando origen a una desproporcionada desigualdad en riqueza e ingresos con impacto hasta nuestros días.
Los mercados financieros, dadas las valuaciones de las compañias mecionadas, que cotizan en bolsa, asignan una alta probabilidad a que en un plazo relativamente corto, la luna y otros cuerpos celestes puedan convertirse en ganancias colosales para sus inversionistas.
Y como es costumbre, los maercados van más rápido que la regulación y que el derecho público. ¿Quién o quiénes discutirán y decidirán quienes se reparten el gran negocio de la explotación lunar? La especie humana, para quien la luna es materia de canto y poesía ¿tendrá voz y voto al decidir su reparto y el de sus beneficios?
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