El jefe de la Reserva Federal tuvo que aceptarlo: la inflación se le fue de las manos y ahora tendrá que corre para alcanzarla. El lunes pasado Jerome Powell dijo en un discurso ante economistas que, si era necesario subir varias veces más de 25 puntos y/o llevar la tasa de interés por encima de su nivel neutral, se hará. Lo curioso es que los mercados bursátiles han respondido a esta y a otras muy malas noticias como suelen hacerlo, festejando con subidas espumosas, por lo que habría que tener mucho cuidado. Los mercados suelen portarse de forma contra intuitiva cuando están a punto de estallar.
La última vez que la inflación de Estados Unidos estuvo en niveles similares a donde se encuentran hoy, en 7.9 por ciento, la tasa de interés de la Reserva Federal, la tasa de fondos federales se ubicó en un promedio de 14 por ciento. Hoy la tasa de interés está en 0.25 por ciento, así que algo raro está pasando.
La disparidad entre la forma en que Estados Unidos lidió con la inflación hace cuarenta años, y la forma en que lo está haciendo hoy es dramática. Muestra de acuerdo con muchos economistas la lasitud con la que Jerome Powell, concediendo al poder político de Washington y al financiero de Wall Street para dejar que sean los consumidores quienes paguen por la inflación, y no los políticos ni los financieros.
Porque la inflación es un costo, pesado e injusto, y ese costo lo tiene que pagar alguien. Bajo la Fed de Powell quien lo está pagando son las familias, porque Wall Street hasta ahora sólo ha festejado cada barrunto de alzas de tasas de interés con nuevas alzas. Sabedoras que esta Fed prefiere tolerar la mayor inflación en cuatro décadas, a pinchar la burbuja especulativa que ha hecho tan ricos a tan pocas gentes en las bolsas de valores.
Desde el año 2000, cuando Alan Greenspan respondió al desinflamiento de la burbuja de las empresas tecnológicas rebanando la tasa de interés con tal de incentivar la toma de riesgos por parte de los inversionistas, Wall Street le encontró el modo a la Fed. Se percató que está dispuesto a tolerar cualquier mal menos uno: caídas en los precios de los activos financieros. No hay nada que tema más la Fed que el desplome de Wall Street. Nada. Ni la inflación.
Muchos pensaron que esta complacencia con Wall Street por parte de la Fed tenía un límite, la inflación. Pero estos últimos doce meses han demostrado que ni siquiera la inflación más rampante en cuarenta años ha sido capaz de hacer que la Fed toque con el pétalo de una rosa a las bolsas de valores. Primero que la inflación se coma los salarios de las familias a asustar a los mercados financieros.
La inflación está marcando nuevos máximos, y Powell tímidamente sube 25 centésimas, es decir, la tercera parte de lo que la inflación sube en un mes en los Estados Unidos.
Ante la sugerencia de que la Fed llevará las tasas a un impensable 3 por ciento en los próximos 24 meses, Wall Street ha respondido sube que te sube, como si estuviera mofándose de la timorata amenaza del banco central. Como si le tuvieran bien tomada la medida y supieran que al subirla cerca del 2 por ciento los mercados podrían desplomarse de tal modo que obligarán a la Fed a echarse para atrás y volver a regalarles el dinero al sistema.
Porque la Fed ha mostrado ya lo que Wall Street necesitaba, que ni la inflación rampante la moverá de sus deseos de complacer a los mercados financieros con ingente liquidez gratis. Prefiere la Fed incumplir su mandato que alterar el sueño a Wall Street, y la conciencia de esa actitud está detrás de la renovada alza de los precios de las acciones.
Porque el mercado de bonos si se ha hecho pedazos. El mercado de bonos es calculador y no le gusta engañarse. El mercado de bonos sabe que el decoro que le queda a la Fed la obligará a moverse al menos hasta el 2.5 por ciento, y quizás hasta el 3 por ciento, y eso significan pérdidas enormes para el precio de los bonos, quienes ya sufren las peores minusvalías en décadas.
Pero el gemelo diabólico del mercado de bonos, el mercado de acciones, está apostando porque la Fed no podrá subir las tasas, que no podrá abandonar su instancia de radical displicencia monetaria. El accionario es lo contrario al de bonos: es licencioso, exultante y le gusta engañarse. Está celebrando que las compañías que cotizan en sus bolsas podrán subir sus precios casi al 8 por ciento, y se podrán financiar por debajo del 3 por ciento. La fiesta bursátil sigue. Hasta que les den un buen susto.
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