A nadie le gustan las recesiones económicas, pero a veces no hay remedio. Tal podría ser el destino de la economía de los Estados Unidos si no logran balancear los dos riesgos que actualmente enfrentan: por un lado, una inflación galopante, la máxima en cuarenta años, y por el otro, el incremento en el costo del financiamiento que podría, de no modularse bien, detener el sólido crecimiento que actualmente goza la mayor economía del mundo, convirtiendo la expansión en recesión.
La experiencia histórica muestra que, cuando la inflación ha sobrepasado el nivel objetivo de la Reserva Federal de manera significativa es muy, muy difícil controlarla sin empujar la economía a una recesión.
Estamos claramente en un escenario como el del párrafo anterior. La tasa de desempleo se encuentra prácticamente en su tasa más baja del último medio siglo, pero la inflación, registrando 8.5 por ciento en marzo, más que cuadruplica el objetivo de 2 por ciento de la Reserva Federal. La dinámica inflacionaria se le ha ido de las manos a la Reserva Federal, y si la historia sirve de lección, las acciones que ésta tomará para tratar de controlarla dispararán un incremento involuntario de la tasa de desempleo, es decir, una recesión de la economía.
Los economistas usan dos imágenes para ilustra el dilema aquí planteado: si la Reserva Federal (la Fed) logra que la inflación baje sin provocar una recesión, se dice que habrá logrado un “aterrizaje suave”. Si, por el contrario, al intentar controlar la inflación, sus acciones llevan a una recesión, se dice que habrá causado un “aterrizaje forzoso” de la economía.
La historia muestra que la Fed ha podido lograr un aterrizaje suave cuando la inflación apenas comienza a repuntar, incluso sin rebasar de manera significativa el objetivo establecido del 2 por ciento anual. Pero la evidencia del pasado sugiere que, si la inflación se ha escapado muy por encima de la meta, la única manera de controlarla y regresarla por debajo del objetivo es provocando una recesión, así sea involuntaria.
El patrón anterior no es una condena. No es una ley económica grabada en piedra a la cual es imposible escapar. Es tan solo una regularidad del pasado que, como todo proceso histórico, es un producto social influido por las condiciones particulares, la tecnología, y la suerte. Cada nueva coyuntura es una nueva oportunidad. Pero los momios no son muy favorables.
Para controlar la inflación, la Fed deberá de incrementar sus tasas de interés, encareciendo el financiamiento, reduciendo el crédito en el sistema y buscando moderar las presiones de demanda que alimentan el empuje de los precios. Este proceso requiere, más de arte que de ciencia.
Es como los cocineros que conocen una receta, pero saben que al final deben de encontrar la pisca de sal justa para obtener el sabor perfecto, una pisca de más o de menos y el guiso queda salado o insípido. Así será la labor de la Fed para tratar de domar la inflación sin provocar una recesión económica en los Estados Unidos.
La modulación se complica porque la actual coyuntura se encuentra en mitad de varias corrientes cruzadas: por un lado, la pandemia no ceja, y sigue metiendo en cuarentena a regiones claves para la economía global, como Shanghái y Pekín, y los repuntes en Europa y Estados Unidos amenazan con nuevas restricciones a la convivencia social; por el otro lado la guerra en Ucrania continuará afectando los mercados de materias primas, que se han convertido en una fuente complicada de inflación.
¿Cómo evolucionarán en los próximos meses esos dos factores, que han configurado lo que los economistas llaman, un choque de oferta? Difícil saberlo. Y más difícil aún es estar cierto de que no habrá choques similares entre el día de hoy y el momento en que podamos declarar victoria contra la inflación. De aquí a que la inflación en Estados Unidos se ubique por debajo del 2 por ciento esperemos que ya no haya otros sustos.
La economía de los Estados Unidos, así como sus mercados financieros, de crédito y su sector externo, son tan grandes, que son muy importantes para el buen curso de las economías del resto del mundo. De su marcha dependen varios países, incluso recónditos en la geografía global. Si tan solo la Fed supiera lo importante que para el resto del planeta es que tenga éxito en bajar la inflación sin producir una recesión, no dormiría tan tranquila.
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