Algo se rompió en la economía mundial después de la pandemia. Y por esa rotura se coló un fantasma que había estado ausente del escenario global los últimos cuarenta años: la inflación. Las generaciones más jóvenes ignoran lo que es la inflación. Acostumbrados a tener más bytes por el mismo precio, más servicios por la misma tarifa, ignoran lo que es pagar más por un aguacate o un limón. O por un par de tenis, o por un teléfono móvil. El último reporte económico del Banco Mundial, el testimonio de la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, tienen un mensaje en común: la inflación elevada permanecerá entre nosotros un tiempo más. Es un mensaje equivocado y peligroso.
El pasado martes 7 de junio, dos eventos coincidentes, buscando comunicar con transparencia el estado actual de cosas, enviaron un mensaje que quizá no sea el correcto.
Por un lado la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, en mi opinión, la mejor jefa de la Reserva Federal que ha habido desde Paul Volker, en su comparecencia ante el congreso de su país, aceptó que había errado en su juicio original de evaluar a la inflación como algo pasajero, para luego advertir que probablemente la inflación elevada, en sus mayores niveles de los últimos cuarenta años, sería un fenómeno más duradero de lo que se creía, y que si bien en los próximos meses veremos cifras descendentes, las tasas de crecimiento de los precios se ubicarán por encima del objetivo de la Reserva Federal durante un tiempo considerable todavía.
“Si espero que la inflación permanezca alta, aunque si me gustaría verla descender pronto”, dijo Yellen en su comparecencia.
El mismo día, aunque de manera separada, el Banco Mundial publicó su actualización de pronósticos para las economías del mundo. La institución modificó sus pronósticos en dos sentidos. En general redujo sus estimaciones de crecimiento económico, e incremento al mismo tiempo sus estimaciones de inflación, tanto en general como para la mayoría de los países.
El Banco Mundial fue más explícito que Janet Yellen, mencionando que la actual circunstancia tiene reminiscencias de la complicada estanflación de la década de los setenta. Un período difícil en el cual el estancamiento económico y la inflación convivieron durante un período largo de tiempo. “El riesgo de estanflación es considerable” dijo el economista en jefe del Banco Mundial, David Malpass, advirtiendo que “varios años de inflación por arriba del promedio y de crecimiento por debajo del promedio parecen posibles”.
¿Cómo llegamos a este punto? ¿Por qué estamos en esta encrucijada en donde varios de los principales líderes financieros y económicos temen, y así lo expresan, que tendremos bajo crecimiento y elevada inflación?
El primer factor es porque nos llovió sobre mojado. Porque a un contexto difícil saliendo de la pandemia, en donde la disrupción del comercio y la logística mundiales interrumpieron las cadenas de suministro de múltiples productos, se sumó trágicamente el conflicto de dos países que son claves para los mercados globales de materias primas: Rusia y Ucrania.
En términos boxísticos, la economía global sufrió de un uno-dos en un momento crítico, cuando las mayores economías el mundo habían expandido sus balances fiscales y monetarios para amortiguar el daño hecho a las economías por el confinamiento sanitario disparado por el covid 19.
Pero el segundo factor fue un error de cálculo, aceptado ya por sus perpetradores, al pensar que la inflación resurgente era transitoria, y no duradera como resultó serlo. La Fed de EEUU y el Banco Central Europeo cometieron esa falla. Curiosamente muchos de los bancos de países emergentes reaccionaron con más oportunidad al repunte inflacionario, pero poco pudieron hacer ante el rompimiento del dique anti-inflacionario que representó por cuatro décadas la Fed. La inflación se desbordó en Estados Unidos, y en un mundo globalizado, se desperdigó por casi todas partes.
La advertencia de Yellen y el Banco Mundial es pertinente: la inflación es un problema global más complicado de controlar de lo que se creyó en sus inicios. Pero bien habrían hecho en enfatizar que la inflación es alguien a quien no podemos acostumbrarnos. No podemos normalizar la inflación. No puede ser nuestra amiga. La inflación es la peor enemiga del bienestar de las familias y de las economías en el mediano y largo plazos. No basta reconocer que será más duradera de lo que se pensaba. Hay que explicar lo dañina que es para todos.
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