“Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea”, comienzan los versos de ese bello poema de Paul Valéry a propósito de la ardua paradoja del filósofo griego, quien demostraba que por más veloz que fuese Aquiles, el más rápido de los hombres, jamás podría alcanzar a la lentísima tortuga. La razón es sencilla: Aquiles dejó que la tortuga arrancara con ventaja, y la infinita división del espacio impediría al héroe emparejar al quelonio. Algo así estará sintiendo la Fed estos días: dejó que la inflación se le escapara, al punto que ahora, por más rápido que corra, no puede alcanzarla, amenazando en su desesperada carrera el equilibrio financiero de los mercados, así como de la economía global.
La Fed ya ha hecho su acto de constricción, su Mea Culpa, aceptando su fallo en el diagnóstico de la inflación, la cual consideró pasajera en sus inicios, tardando muchísimo en reconocer el carácter persistente de este episodio inflacionario, inédito en los últimos cuarenta años.
Pero en el pecado de la Fed, estamos llevando, todos, la penitencia.
Luego de décadas en donde el riesgo fue la deflación, la Fed, así como los bancos centrales de las economías avanzadas, calcularon que podían ensayar una reflación moderada en la post-pandemia con el fin de mantener el empleo acompañado de expansión económica, así que cuando vieron los primeros datos de precios crecientes, decidieron esconder la cabeza primero, para después llanamente menospreciar el riesgo.
Luego de meses de inflación creciente y persistente, los bancos centrales aceptaron su equivocación, y no tuvieron otro remedio más que tratar de correr detrás de la inflación para tratar de alcanzarla primero, para controlarla después. Como Aquiles a la tortuga.
La última vez que Estados Unidos tuvo una inflación superior al 8.0 por ciento, como ahora sufre, la Fed tuvo que subir las tasas de interés a prácticamente el 20 por ciento. ¿qué tan rezagada va la Fed que con una tímida tasa de 3.25 por ciento quiere controlar una inflación de 8.2 por ciento?
La fábula de la liebre y la tortuga, tributaria de la paradoja de Zenón, parece también familar. La confiada liebre deja que la tortuga se adelante, solazándose en su rapidez, perdiendo el tiempo en diversiones ajenas a la competencia. Cuando la liebre reacciona, ya era demasiado tarde para alcanzar a la tortuga, la cual persistentemente, llega a la meta, inalcanzable.
Como la inflación se le escapó, llevándole una gran ventaja, la Fed tiene que correr muy aceleradamente. De hecho el actual es el ciclo alcista más agresivo, más rápido, de los últimos cuarenta años. Las tasas de referencia de la Fed, han pasado de cero a 3.25 por ciento (y llegarán a alrededor del 5 por ciento), en muy pocos meses. Una velocidad inusitada en las últimas cuatro décadas.
Pero la velocidad no es neutra, y esta premura en tratar de alcanzar a la inflación que ella misma dejó escapar en su momento, implica que la Fed está provocando un gran riesgo: la probabilidad creciente de que algo, en algún lugar del mundo, se rompa, causando que la actual crisis, que en este momento es de reflación, se convierta en sistémica, dañando alguno de los ductos críticos para el funcionamiento de la plomería económica mundial.
¿Qué podría romper la Fed en su acelerada carrera por alcanzar y controlar a la desbocada inflación?
Podría ser a la libra esterlina, al sistema de pensiones británico, o de plano, a la economía inglesa; podría ser a los mercados de bonos estadounidenses, que atraviesan por su peor racha de la historia; podría ser a las bolsas de valores, quienes a pesar de las terribles bajas aún no han tenido una sesión de venta de pánico; podría ser algún mercado emergente de importancia sistémica; podrían ser de nuevo los bancos del mundo, quienes contaminarían el colapso al resto de la economía; podría ser el mercado de derivados, luego de años de apalancarse con tasas ultra bajas; podría ser el yen japonés; podría ser el oscuro mercado de cripto monedas, cuyos lazos desconocidos quizá lleguen a jugadores claves para la economía global; podría ser los presupuesto de múltiples países, acostumbrados a pagar cacahuates por los intereses de su deuda pública pero que hoy, súbitamente, sufren presiones presupuestales por esta partida. Podría ser a la economía estadounidense, enviándola a la recesión. Podría ser algo que no esté bajo nuestro radar, pero que tenga un impacto tal que sacuda a la economía del mundo.
Podría ser una o varias de las posibles de esta lista, pero es muy difícil que la rapidez con que la Fed está subiendo el costo del dinero no rompa algo en el camino. El problema es que a la Fed hay que recitarle los versos de Sor Juana: sois la ocasión de lo mismo que culpáis, pues ella, y solo ella, es la responsable de la ventaja que le dio a la inflación en esta perpetua carrera entre la tasa de referencia y el crecimiento de los precios.
La Fed no tiene opción más que seguir subiendo tasas. Lo hará hasta que vea que la inflación se encuentra anclada rumbo al 2 por ciento. Si tenemos suerte eso ocurrirá en un año, quizá dos. Si a la Fed le tiembla la mano y relaja la liquidez antes de tiempo, como le está rogando Wall Street, le tomará más tiempo.
Pero en lo que doma a la inflación el alza de tasas y la confusión respecto de la trayectoria de las mismas será muy alta, lo que causará un estancamiento económico difícil de resolver, pues no existen las condiciones para hacer lo que Paul Volker hizo, jalonear las tasas hasta el 20 por ciento. Una reacción de ese tipo, con lo endeudado que están los países, las empresas, y las familias en el mundo, precipitaría un tsunami de bancarrotas que hundiría a las economías en una gran depresión.
Nadie se quejó cuando los bancos centrales inundaban a la economía del mundo con abultada liquidez. Pero ahora que tímidamente comienzan a retirarla, todos amenazan con el Armagedón. En fin, la hipotenusa.
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