Como una larga agonía. Así se ha vivido este año la caída en los precios de las acciones en las bolsas de valores. La razón quizá sea la reticencia de la mayoría de los inversionistas a aceptar que la prolongada fiesta de la liquidez, que propulsó a los mercados a alturas insospechadas, ha llegado a su fin luego de décadas de ser alimentada por las políticas expansivas de los bancos centrales, especialmente de la Fed. Fue bueno mientras duró, sin duda, y mientras no hubo inflación. Porque cuando la inflación resurgió, a regañadientes, la Fed tuvo que recordar que su misión es controlarla.
Muy a su pesar. Con un infausto rezago, pero la Fed, a través de muchos de sus funcionarios, comunicó claramente su intención la semana pasada: ni la caída de las bolsas, ni un desbarajuste en mercados emergentes, ni la quiebra de algún banco, detendrán la resolución de la Fed de contener la inflación para dirigirla hacia su objetivo de dos por ciento.
El Banco de Inglaterra reculando hace tres semanas, inyectando liquidez para evitar el desplome de la libra esterlina ante el cercano incumplimiento de los fondos de pensiones de ese país, avivó la esperanza de que la Fed, más temprano que tarde, fuera sensible a algunos de los quebrantos que comienzan a pulular por el mundo, anunciando que pronto, a inicios del año siguiente, retrocederá, recortando sus tasas de interés al tiempo que modera la reducción de la liquidez en los mercados.
Wall Street está apostando a que el miedo a una recesión económica estadounidense fuerce a la Fed a revertir hacia una postura de liquidez expansiva. Pero eso no ocurrirá.
La discusión no es si habrá una recesión económica en los Estados Unidos, quizá tarde más de lo que se piensa en llegar, pero es inevitable. La pregunta es si la Fed permitirá que la inminente recesión sea lo suficientemente severa como para enviar la inflación anualizada cerca del dos por ciento, o si se conmoverá ante las múltiples presiones que le llegarán de todas partes, relajando las condiciones de liquidez antes de tiempo.
La apuesta de Wall Street es muy clara: a la Fed le temblará la mano ante la recesión económica, y relajará su rigidez actual para convertirla de nuevo en expansión monetaria. Una y otra vez. Semana tras semana, la legión de inversionistas, de corifeos mediáticos que anuncian el regreso del dinero fácil, buscan doblegar la postura cada vez más ferrea del banco central estadounidense.
Pero a juzgar por los mensajes unánimes de los últimos días, un consenso parece ya predominar entre los funcionarios: el objetivo prioritario es el control de la inflación, lo que implica que el resto de las consideraciones, son secundarias, incluido el evitar una recesión en los Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo.
La Fed entendió, tarde, pero no demasiado tarde, que la consistencia es el ingrediente principal de la confianza, y que la confianza es la mejor arma para combatir la inflación con el menor daño posible.
Dicha consistencia implica que aún cuando llegue la recesión que ya viene, la Fed no podrá relajarse sino hasta que la inflación esté convincentemente bajo control, lo que significa probablemente varios meses con tasas anuales cerca del dos por ciento. Relajarse antes arriesga un resurgimiento inflacionario, como lo demuestra la traumática experiencia de los años setenta.
Este escenario no es el que está contemplando Wall Street. Los inversionistas siguen esperanzados a que las primeras señales de recesión espantarán a la Fed, y que el dinero fácil regresará a alimentar un rally bursátil, como la Fed lo hizo una y otra vez los últimos veinte años. Pero eso no ocurrirá, porque esta vez, a diferencia de las últimas décadas, la Fed tiene un muy grave problema de inflación, la cual sólo puede atenderse con sus garras y colimillos, más no con su cara amable.
Esa esperanza es lo que ha hecho que Wall Street en este 2022, caiga poco a poco, como un lento atardecer, y no como un violento apagón. Marx acuñó una frase memorable que decía: “más vale un final espantoso, que un espanto sin fin”. Eso es lo que hemos visto en este 2022 en Wall Street, un espanto sin fin, una agonía lenta, penosa. Pero no hemos tenido un final espantoso: un crack bursátil que elimine de una vez a los últimos esperanzados inversionistas que todavía piensan que la Fed a estas alturas, no está hablando en serio.
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