El Reino Unido se ha empeñado en hacer todo mal el último lustro. Pero ahora lo está haciendo peor. Quizá sea su añoranza imperial lo que hace a la mitad de su población creer que son una excepción a la que no le aplican las reglas elementales de la economía, pero lo cierto es que una decisión tras otra están convirtiendo a una de las economías más poderosas del mundo en una ínsula, no geográfica, sino económica, y la paridad de su moneda, que la semana pasada se hundió hasta su mínimo de casi un cuarto de milenio contra el dólar, la asemeja a una economía emergente, o más precisamente, sumergente.
Una economía que no sea la de Estados Unidos, cuando incurre en un déficit considerable en su cuenta corriente debe de compensar su falta de ahorro externo con ahorro interno, lo que típicamente se logra balanceando el déficit fiscal, o de lo contrario el ajuste vendrá por una depreciación de la moneda local ante la mayor demanda de dólares. Así funcionan todas las economías abiertas, y la británica no debería de ser distinta. Pero sus gobernantes creen que lo son.
Hace unos diez días el nuevo encargado de la Hacienda británica, Kwasi Kwarteng, anunció un agresivo plan para reducir impuestos, especialmente a los contribuyentes más ricos. Sin embargo, no detalló cómo compensaría los ingresos perdidos por los menores impuestos. Peor aún, el fin de semana antepasado anunció, en vez de cómo los financiaría, más recortes de impuestos junto con numerosos subsidios, en una batería de apoyos que van directamente contra el déficit y deuda adicional del país.
La respuesta de los mercados ha sido implacable: primero hundiendo a la libra esterlina hasta un nivel jamás visto en casi tres siglos de historia contra el dólar estadounidense; y segundo, elevando las tasas de rendimiento de los bonos ingleses en anticipación de una actitud agresiva del banco central de Inglaterra para detener la corrida contra su moneda, cuya depreciación alimentaría aún más la elevadísima inflación que ya sufre la “pérfida Albión”.
Desde el FMI, pasando por las agencias calificadoras, hasta la secretaria del Tesoro de EEUU, Janet Yellen, han vocalmente expresado su preocupación respecto del desarrollo de los eventos en las islas británicas. Los analistas más críticos comentan que la otrora potencia hegemónica mundial está comportándose como un país emergente, como si fuera una nación de la periferia latinoamericana o africana, descontrolando el déficit fiscal junto con el comercial, poniendo toda la presión contra su divisa.
El Banco de Inglaterra, ante esta coyuntura no tuvo remedio mas que hacer el moonwalk, el famoso pasito de Michael Jackson, aparentar que camina hacia adelante cuando en realidad esta caminando para atrás, y tuvo que reactivar la inyección de liquidez, contradiciendo su plan para retirarla como parte de su plan para combatir la inflación, perdiendo así casi el resto de la credibilidad que le queda.
Lo que ocurra con la economía inglesa, a pesar de lo que sus ciudadanos piensen, no es exclusivo de ellos. La economía y los mercados globales se encuentran en una situación tan delicada debido al tratamiento de choque que los bancos centrales están aplicando para tratar de subyugar a la inflación, que una convulsión económica del Reino Unido podría ser la gota que derrama el vaso y convertir al actual ajuste financiero relativamente ordenado, en pánico y turbulencia.
Pero de un lustro para acá el mosquito del nacionalismo les ha picado a los británicos y han ido a contrapelo de la economía global. Su tristísima salida de la euro zona dejó claro que no se podía contar con ellos para una integración económica más eficiente de Europa.
La lamentable era del impresentable Boris Johnson hizo que la poca confianza que Europa le tenía se perdiera; y la decisión del nuevo gobierno, presidido por Liz Tuss, parecen indicar a un país que no es consciente de su lugar en el mundo, y que piensa que vive aún en el reino de sus sueños, en donde sigue siendo el mayor imperio de la historia de la humanidad.
Pero los mercados no se basan en sueños, sino en contantes y sonantes realidades. Si los números no dan, la confianza en la conducción económica del Reino Unido se evapora como si fuera Turquía o cualquier otro país emergente que apueste contra su propia moneda.
Y es esa moneda, con la efigie de la llorada Elizabeth II, la que ya no es lo que fue alguna vez. Inexpugnable hace un siglo, la libra es hoy tan mundana como el Real brasileño o la Lira turca: una divisa vulnerable si no se protege con políticas fiscales y monetarias prudentes. Los conservadores ingleses piensan, por alguna razón, que la Libra es el dólar, y que todo mundo está dispuesto a pagar lo que sea por tenerla entre sus manos. Pero más temprano que tarde se darán cuenta de una sencilla verdad: dólar sólo hay uno, las demás son monedas mortales. Incluida la Libra Esterlina.
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