Sobra decir por quién voy a votar. Eso lo decidí hace unos 40 años cuando, nacido y crecido en una familia de profesores de escuela pública, fui educado por ventura en la solidaridad y la nobleza de la izquierda apartidista.
Déjenme darles algunas razones, muy personales y tecnocráticas, por las que desde hace 12 años he decidido apoyar a y votar por Andrés Manuel López Obrador.
Mis razones son así, muy personales, nacidas de la suerte de haber trabajado para él como parte del equipo de tecnócratas que le acompañaron en su gestión desde la Secretaría de Finanzas, por lo que mi convicción ha sido forjada desde una ventana privilegiada: colaborar en el esfuerzo financiero con el que López Obrador dejó a la Ciudad de México en una situación fiscal privilegiada
(en serio, no se crean eso de que dejó mal al DF, la dejó como ningún otro estado de bien, de veras. No les crean, se los digo yo, que mi trabajo me costó. Cuando el PRI y el PAN critican su desempeño económico créanme, es puro ardor)
Van entonces dos viñetas, que estoy seguro les pintarán a un AMLO muy distinto al que les han pintado en otras partes.
a)En el año 2000, recién llegado él a la Jefatura de Gobierno, le propusimos a Andrés la emisión de el primer bono de la Ciudad de México en la Bolsa Mexicana de Valores. El accedió inmediatamente. “Pero hay un problema”, le advertimos: “el colocador es Banamex”.
Banamex era aún lidereado por uno de los más furiosos opositores a López Obrador, Roberto Hernández. Los dos habían tenido diferencias públicas muy agudas, pero estábamos seguros que para la operación que planeábamos, eran la mejor opción. Temíamos que Andrés nos fuera a zarandear, a regañar por el despropósito de haberle propuesto que fuera su adversario político quien lo llevara a la Bolsa.
-Son buenos en lo que hacen, los de Banamex
-Sí, Andrés
-Nos van a sacar bien el trabajo
-Sí, Andrés
-Pues entonces adelante: una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa.
Banamex y su equipo de banqueros se portaron como los profesionales que son: la colocación de ese primer bono en la Bolsa fue histórica: con 2,300 millones de pesos fue la más grande en la historia hasta ese momento hecha por un estado de la República, nos bajó los costos de financiamiento, e inauguró un nuevo mercado para miles de inversionistas, entre ellos las Afores, en México.
Andrés nos apoyó siempre. Incluso cuando Hacienda, reticente al principio, pero apoyando al final, nos pidió que AMLO le llamara a Francisco Gil Díaz (con quien no había la mejor relación que digamos) para destrabar un último detalle, Andrés tomó el teléfono, le marcó, y Gil Díaz dio su aprobación final a la operación.
b) cuando compramos los 40 trenes de la Línea 2 del Metro, la mayor compra de material rodante hecha por la Ciudad de México, le diseñamos a Andrés y al Metro un algoritmo para la licitación que extrapolaba las curvas de rendimiento mexicanas que en ese momento sólo llegaban a 5 años, cuando el plazo del crédito que buscábamos era de 15 años. Definimos en qué pantallas de Bloomberg los oferentes tomarían los datos para calcular sus ofertas, de forma que el Gobierno no tuviera un solo grado de discrecionalidad en el cálculo de las ofertas finales.
Cuando le presentamos el algoritmo a Andrés, su única reacción fue instruirnos, para nuestra sorpresa : “súbanlo a Internet, que todo mundo sepa cómo vamos a asignar este contrato”.
La instrucción resultó ser un gran acierto, pues proveyó al proceso de un arma letal en contra de cualquier impugnación: la transparencia absoluta. Con el algoritmo en Internet cualquiera podía calcular, usando sus costos, cuál era SU propuesta, pero no podía por supuesto, adivinar la apuesta del OTRO concursante.
La instrucción de Andrés funcionó tan bien, que a pesar de que la distancia entre el primero y el segundo lugar fue de 1%, NADIE impugnó. Fue tan absolutamente transparente y tan absoluta la ausencia de discrecionalidad de los funcionarios en la variable de adjudicación (todo salió de las pantallas de Bloomberg), que no hubo una sola impugnación y los contratos se cerraron en un tiempo récord de cinco meses a partir de la publicación de las bases.
Un récord increíble para la mayor adquisición del gobierno de AMLO (Ojo, no fueron los segundos pisos, que no los engañen, la mayor adquisición fueron los 40 trenes que van de Cuatro Caminos a Taxqueña, que no los engañen)
Los dos ejemplos anteriores, junto con proyectos como los seis meses sin intereses para pagar la tenencia con tarjeta de crédito, los primeros swaps en la historia del DF, la estructura financiera del Metrobus, hace que cuando escucho a los Loret de Mola, a los Gómez Leyva, al deplorable Carlos Marín, a los Ezra Shabot, a los columnistas financieros de nuestra prensa, decir que López Obrador es un peligro para la economía de este país, me ría a carcajadas, se me caiga la mandíbula al suelo, se me irisan hasta los pelos de la lengua y siento pena por ellos, incapaces de darse cuenta de cómo yo, que he trabajado en bancos y casas de bolsa casi toda mi vida, he tenido a jefes tecnócratas, y un poco más allá, a López Obrador.
No necesito ningún pretexto para votar por él, ningún eufemismo. Por él vale la pena inclinar su voto sin reserva, y con todo gusto. No voto por López Obrador porque es el menos malo, sino porque es el mejor, no voto por él porque es el candidato de la izquierda, sino porque él es lo que necesitamos para comenzar a acabar con el cáncer de la corrupción.
Voy a votar por López Obrador no nada más sin miedo, sino con alegría, con orgullo, y con la absoluta seguridad de que si somos suficientes para lograr que gane, México entrará en una etapa de prosperidad, de florecimiento de la clase media, de una reducción dramática de la pobreza y de un período en que seremos ejemplo en el mundo. Ese será mi voto, y estoy convencido de que un voto distinto, será un desperdicio en un caso, o en el otro, la cobarde y triste resignación de que el futuro de México se encuentra en el más cruel de sus pasados.
Mis razones son así, muy personales, nacidas de la suerte de haber trabajado para él como parte del equipo de tecnócratas que le acompañaron en su gestión desde la Secretaría de Finanzas, por lo que mi convicción ha sido forjada desde una ventana privilegiada: colaborar en el esfuerzo financiero con el que López Obrador dejó a la Ciudad de México en una situación fiscal privilegiada
(en serio, no se crean eso de que dejó mal al DF, la dejó como ningún otro estado de bien, de veras. No les crean, se los digo yo, que mi trabajo me costó. Cuando el PRI y el PAN critican su desempeño económico créanme, es puro ardor)
Van entonces dos viñetas, que estoy seguro les pintarán a un AMLO muy distinto al que les han pintado en otras partes.
a)En el año 2000, recién llegado él a la Jefatura de Gobierno, le propusimos a Andrés la emisión de el primer bono de la Ciudad de México en la Bolsa Mexicana de Valores. El accedió inmediatamente. “Pero hay un problema”, le advertimos: “el colocador es Banamex”.
Banamex era aún lidereado por uno de los más furiosos opositores a López Obrador, Roberto Hernández. Los dos habían tenido diferencias públicas muy agudas, pero estábamos seguros que para la operación que planeábamos, eran la mejor opción. Temíamos que Andrés nos fuera a zarandear, a regañar por el despropósito de haberle propuesto que fuera su adversario político quien lo llevara a la Bolsa.
-Son buenos en lo que hacen, los de Banamex
-Sí, Andrés
-Nos van a sacar bien el trabajo
-Sí, Andrés
-Pues entonces adelante: una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa.
Banamex y su equipo de banqueros se portaron como los profesionales que son: la colocación de ese primer bono en la Bolsa fue histórica: con 2,300 millones de pesos fue la más grande en la historia hasta ese momento hecha por un estado de la República, nos bajó los costos de financiamiento, e inauguró un nuevo mercado para miles de inversionistas, entre ellos las Afores, en México.
Andrés nos apoyó siempre. Incluso cuando Hacienda, reticente al principio, pero apoyando al final, nos pidió que AMLO le llamara a Francisco Gil Díaz (con quien no había la mejor relación que digamos) para destrabar un último detalle, Andrés tomó el teléfono, le marcó, y Gil Díaz dio su aprobación final a la operación.
b) cuando compramos los 40 trenes de la Línea 2 del Metro, la mayor compra de material rodante hecha por la Ciudad de México, le diseñamos a Andrés y al Metro un algoritmo para la licitación que extrapolaba las curvas de rendimiento mexicanas que en ese momento sólo llegaban a 5 años, cuando el plazo del crédito que buscábamos era de 15 años. Definimos en qué pantallas de Bloomberg los oferentes tomarían los datos para calcular sus ofertas, de forma que el Gobierno no tuviera un solo grado de discrecionalidad en el cálculo de las ofertas finales.
Cuando le presentamos el algoritmo a Andrés, su única reacción fue instruirnos, para nuestra sorpresa : “súbanlo a Internet, que todo mundo sepa cómo vamos a asignar este contrato”.
La instrucción resultó ser un gran acierto, pues proveyó al proceso de un arma letal en contra de cualquier impugnación: la transparencia absoluta. Con el algoritmo en Internet cualquiera podía calcular, usando sus costos, cuál era SU propuesta, pero no podía por supuesto, adivinar la apuesta del OTRO concursante.
La instrucción de Andrés funcionó tan bien, que a pesar de que la distancia entre el primero y el segundo lugar fue de 1%, NADIE impugnó. Fue tan absolutamente transparente y tan absoluta la ausencia de discrecionalidad de los funcionarios en la variable de adjudicación (todo salió de las pantallas de Bloomberg), que no hubo una sola impugnación y los contratos se cerraron en un tiempo récord de cinco meses a partir de la publicación de las bases.
Un récord increíble para la mayor adquisición del gobierno de AMLO (Ojo, no fueron los segundos pisos, que no los engañen, la mayor adquisición fueron los 40 trenes que van de Cuatro Caminos a Taxqueña, que no los engañen)
Los dos ejemplos anteriores, junto con proyectos como los seis meses sin intereses para pagar la tenencia con tarjeta de crédito, los primeros swaps en la historia del DF, la estructura financiera del Metrobus, hace que cuando escucho a los Loret de Mola, a los Gómez Leyva, al deplorable Carlos Marín, a los Ezra Shabot, a los columnistas financieros de nuestra prensa, decir que López Obrador es un peligro para la economía de este país, me ría a carcajadas, se me caiga la mandíbula al suelo, se me irisan hasta los pelos de la lengua y siento pena por ellos, incapaces de darse cuenta de cómo yo, que he trabajado en bancos y casas de bolsa casi toda mi vida, he tenido a jefes tecnócratas, y un poco más allá, a López Obrador.
No necesito ningún pretexto para votar por él, ningún eufemismo. Por él vale la pena inclinar su voto sin reserva, y con todo gusto. No voto por López Obrador porque es el menos malo, sino porque es el mejor, no voto por él porque es el candidato de la izquierda, sino porque él es lo que necesitamos para comenzar a acabar con el cáncer de la corrupción.
Voy a votar por López Obrador no nada más sin miedo, sino con alegría, con orgullo, y con la absoluta seguridad de que si somos suficientes para lograr que gane, México entrará en una etapa de prosperidad, de florecimiento de la clase media, de una reducción dramática de la pobreza y de un período en que seremos ejemplo en el mundo. Ese será mi voto, y estoy convencido de que un voto distinto, será un desperdicio en un caso, o en el otro, la cobarde y triste resignación de que el futuro de México se encuentra en el más cruel de sus pasados.