Dicen que el
dinero no tiene color. Ni patria, ni ideología. Ni sexo. Pero por primera vez
en la historia el dinero podría ser femenino.
Este domingo el
candidato favorito de Barack Obama para suceder a Ben Bernanke al frente de la
Reserva Federal, Lawrence Summers, decidió retirarse de la postulación al ver
que un grupo de influyentes senadores demócratas no apoyarían su candidatura al
frente del banco central más poderoso del mundo.
Apoyado por
Obama, Summers era visto como demasiado condescendiente con los bancos y las
grandes corporaciones y por lo tanto su capacidad para mantener la
independencia necesaria de todo banquero central, pensaban sus opositores,
podría estar comprometida. Las presiones aumentaron conforme se acercaban hitos
claves en el proceso de nominación del nuevo jefe de la Fed, hasta que Summers
decidió abortar sus aspiraciones antes que enfrentar un descalabro.
Con Summers
fuera de la contienda, la más natural sucesora de Ben Bernanke es justo su
segunda al mando, Janet Yellen, una economista de primer nivel con una larga y
prestigiosa carrera en el organigrama de la Fed, y quien ha sido también un
apoyo considerable para el actual ocupante de la silla del banco central
estadounidense.
Yellen comparte
con su actual jefe, Ben Bernanke, la preocupación por dirigir la política
monetaria en las condiciones más complicadas de la historia económica mundial.
Cierto, la gran depresión de 1929 fue más aguda y brutal que la crisis que
estalló en 2007-2008, pero aquella economía era una concatenación poco
conectada de economías nacionales, y no una economía instantáneamente global
como la que vivimos hoy, lo que complica enormemente el manejo de la política
monetaria en Estados Unidos y en el resto del mundo.
Este martes y
miércoles la Fed deliberará si comienza a revertir, lenta, apenas
simbólicamente, su política de expansión monetaria de los últimos cinco años
con la que ha salvado al mundo de una Gran Depresión global. Apenas ha dado
señales tímidas de que tal reversión de política dará sus primeros temblorosos
pasos, y ya los mercados han reaccionado con furia y desconsuelo, subiendo por
si mismos las tasas de interés de largo plazo a niveles máximos de dos años y
arriesgando la tímida recuperación de las economías desarrolladas.
Si Janet Yellen
es la nominada para ocupar el puesto más importante del mundo en términos de
política monetaria, dos mujeres, Yellen al frente de la Fed, y Christine
Lagarde encabezando al FMI, ocuparán los dos puestos más importantes de las
finanzas globales (y dirigiendo los destinos económicos de Europa se encuentra
Angela Merkel), lo que sería una feliz constelación femenina guiando a la
economía global en medio del más complicado temporal de los últimos cien años.
Pero el trabajo
de la Yellen (o quien suceda a Bernanke), no será nada, nada fácil. Meter a una
economía en un curso de tasas de interés de cero por ciento es relativamente
fácil: como las tasas de interés y el precio de los bonos corren en sentido
opuesto, al bajar las tasas hasta cero la Fed hizo ricos a muchos
inversionistas con bonos en sus portafolios, y a pesar de estar navegando en
una crisis espantosa, regalar dinero nunca gana enemigos en Wall Street ni en
la economía (no así en el
congreso, en donde los conservadores aún siguen queriendo espantar con
el fantasma inflacionario).
Pero si entrar
en la trampa de la tasa cero es fácil, salir de ella es complicadísimo. Al
menos por dos motivos: el primero es el anverso del mundo feliz de
inversionistas haciéndose ricos al bajar las tasas, pues al subir las tasas los
precios de sus bonos caerán, produciendo pérdidas. El segundo motivo es un
poquito más complicado y preocupante.
En una profesión
en donde las certezas son pocas, los economistas aprecian con todo su cariño el
enorme poder predictivo que tiene la llamada “curva de plazos”. Existe una relación directa,
determinada por el riesgo de crédito,
entre el plazo de un crédito y la tasa de interés que éste cobra.
Normalmente, entre mayor sea el plazo de un crédito, mayor es la tasa de
interés. Normalmente. Pero siempre que la curva de plazos se ha invertido en
los Estados Unidos, siempre que las tasas de corto plazo han superado a las de
largo plazo, ha sobrevenido una recesión.
Ese enorme poder
predictivo que tiene la curva de plazos se ha perdido hoy, pues como las tasas
de corto plazo están en cero, la única forma en que la curva se invierta es que
las tasas de largo plazo sean negativas, lo cual es imposible en términos
nominales.
Janet Yellen, de
ser electa, deberá de conducir el navío de la economía global de regreso a un
escenario de menor liquidez, a riesgo de provocar graves minusvalías entre los
tenedores de bonos, y deberá de dirigir al buque sin instrumentos, sin brújula
ni sextante ni astrolabios, pues el poder predictivo de la curva de plazos, uno
de los instrumentos más importantes de todo banquero central, se encuentra
anulada por la aritmética de las tasas de interés en cero. Es una tarea tan
complicada que se necesita quizás una mujer para que salga todo bien.
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