sábado, 29 de octubre de 2016

Poemas Para Beber En El Starbucks: "Lejos del Noise" de Rafa Saavedra

Este perdido blog tiene varias secciones, intermitentes y vagas, destinadas a satisfacer varias manías: el gusto por la música popular en su muy gustada sección "Domingos Rancheros"; el mismo propósito pero para la Chanson Française lo cumple "Samedies Romantiques"; sin dejar pasar la muy onanista y muy querida para mí "Mujeres que amé y que no me amarán".

Vamos a inaugurar una nueva sección, que me fue impuesta esta mañana por la vigilia del alba hasta el punto que me sugirió dos posibles debuts: "Intermitencias del Oeste" de Octavio Paz, o "Lejos del Noise", de Rafa Saavedra. Quiero iniciar esta nueva sección con el poema de Rafa.

En "Poemas para beber en el Starbucks" vamos a presentar un poema breve, que podamos leer mientras bebemos un espresso dopplo machiato (doble cortado pues). Poemas que bebamos de dos o tres sorbos, antes de que se nos enfríen.

El primero será este bello poema de Rafa Saavedra, "Lejos del Noise".

Lejos del noise


Estoy viviendo una época de progreso,
estoy a punto de marcharme a conquistar la suburbia de ensueño,
estoy viendo mi cara en la tele,
estoy abstraído por los comerciales populuxe;
estoy casi en brama,
estoy dispuesto a todo por conservar mis privilegios,
estoy desmaterializando a un opositor con una descarga de ideas nuevas,
estoy sonriendo como proto slackpie;
estoy mandando un e-mail de rigor académico,
estoy casi seguro que aún estaré vivo el día de mañana,
estoy cuchiplanchando en un club pop de vacaciones imperfectas,
estoy imaginándome un cómic de porno ficción;
estoy tranquilo escuchando los grandes éxitos de los Ramones,
estoy superdrunkie en una sesión de Amigos Agresivos,
estoy peleándome con medio mundo por el remoto,
estoy haciendo pesas para sacarme una foto desnudo bien cachas.
Estoy buscando otras experiencias que me sorprendan un poco.
La vida es bella, soy feliz.
Estoy tan lejos, tan lejos del noise.
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La primera vez que me topé con el poema fue en un número de la revista del Difocur de Sinaloa que no se cómo me tocó leer. Me atrapó inmediatamente y hasta la vigilia de esta mañana en donde por alguna razón se me metió y no me soltó hasta que me obligó a escribir esta reseña, no entendí por qué. Ahora lo sé. Este poema es un rap.
El troqueo melódico del poema, la sucesión humorística de las imágenes, el pitorreo del lenguaje y de sí mismo, los neologismos que nos recuerdan al Maestro Abigail Bohorquez ("cuchiplanchando" es genial), el desmadre general de la enumeración caótica con música de fondo, hacen del poema casi una tonada para silbar, un rap.
Y luego el final, que quiere ser irónico o burlón, pero que acaba siendo entrañable, sincero y contrastante. Algunas veces cuando logró apartarme de la madriza diaria, que en mi caso puede llegar a ser un Maëlstrom, me encierro aparte, cierro los ojos, respiro y escucho a Rafa que tararea: "La vida es bella, soy feliz/Estoy tan lejos, tan lejos del noise". (y así sigue el rap: "estoy tan lejos, tan lejos del noise; estoy tan lejos, tan lejos del noise; estoy...)

domingo, 23 de octubre de 2016

El Futuro Del Gólem: ¿Cerca Del Terminator ?

En “El Golem”, Borges escribió en versos la historia de Judá León, un rabino en Praga quien, pronunciando el conjuro adecuado, logro convertir a un muñeco en un humanoide incompleto que, al menos, llegó a limpiar bien que mal la sinagoga. Desde el romanticismo, la literatura abunda en la idea del autómata: a partir de objetos inanimados como el muñeco de Judá León, o la tétrica idea de revivir un cadáver mediante la técnica como en Frankestein; hasta la más acabada ficción de Isaac Asimov en “Yo, Robot”; el sueño de que una máquina haga el trabajo del hombre es una constante.
¿Qué tan cerca o lejos estamos del Gólem? ¿Qué tan distante está ese mundo en dónde las máquinas se encarguen de suplantar al trabajo humano en una vasta variedad de actividades? ¿Qué tan cerca o lejos estamos del Terminator, el mundo en dónde las máquinas se vuelvan contra nosotros?
El mundo en donde los autos y los aviones se muevan sin necesidad de conductor no parece estar distante. En el instante en que usted lee ésta nota varios autos Tesla, gestionados por Uber se desplazan en Pittsburgh, Pennsylvania, llevando pasajeros sin necesidad de un chofer humano. En este momento también, drones complejos surcan los aires realizando una multitud de tareas, pero también probando las tecnologías para que en pocos años los grandes aviones de Boeing y Airbus puedan ser operados sin necesidad de tripulación humana. No es ficción, en los años ochenta, el ingeniero de vuelo fue eliminado de la cabina de pilotos tras ser automatizado los controles, y hoy los dos pilotos pueden pasar horas sin operar el aeroplano.
Si usted tiene una cuenta de casa de bolsa, usted puede comprar y vender acciones de empresas como Impinj, e Integrated Device Technology, quienes se dedican a comunicar a millones de aparatos a través de internet para poder automatizar desde el auto que manejas, el microondas con que cocinas, la temperatura de la casa que habitas y las aplicaciones con las que pagas el café y los víveres del supermercado.
Mucha atención hay que poner también en compañías como Applied Materials, (AMAT), la mayor fabricante del mundo de equipo para producir microprocesadores. AMAT está incrementando la capacidad de los chips para procesar información y conectarse a una red que tiende a infinito de artefactos móviles, autos y aviones, máquinas interconectadas, mercados financieros, prótesis médicas, cafeteras y bancos, barcos y carreteras, etc.
La japonesa Fanuc, la mayor productora mundial de robots está produciendo cantidades récord de dichos artefactos, y la estadounidense Energous, quien ya se encarga de cargar su iWatch sin que usted lo conecte, está desarrollando tecnologías para que los robots, los autos, los aviones y las máquinas se carguen a distancia sin necesidad de estar conectadas a las fuentes de poder, lo que permitirá que las legiones de máquinas, instrumentos y otros dispositivos puedan moverse de manera continua y no interrumpir la actividad productiva o el transporte.
Las formas de producir esa energía que será transmitida a distancia a esas máquinas está también transformándose de manera vertiginosa. Ya en este momento se puede producir energía del biogás de la basura, y de la basura misma. La producción de energía a partir del viento y el sol ha entrado ya en la franja de rentabilidad económica, y países como Chile, Alemania, Suecia, y muchos otros ya han pagado precios negativos por sus cargas energéticas durante varias semanas en fechas recientes.
Los mercados financieros del mundo parecen husmear algo. A pesar de la multitud de vientos en contra, de la marea en la proa, siguen subiendo y los precios máximos de las acciones, sobre todo las tecnológicas, no parecen detener a los inversionistas buscando un pedazo de ese mundo que podría estar por llegar.
Si el futuro está ya tan cerca. Si la ficción está a punto de volverse real: ¿serán las Google, las Apple, las Amazon, los Uber, quienes manejarán el planeta? ¿será Cisco quien conecte al mundo con sus switches y ruteadores? ¿Será Impinj quien conecte a todas las máquinas y cachivaches que usamos? ¿Será Microsoft, cuya acción acaba de cerrar en un precio máximo histórico, quien procese toda la información resultante de ese mundo conectado y robotizado?
Y si estamos cerca del futuro: ¿Qué ocurrirá con el empleo de los millones de personas que serán suplantados por las máquinas? ¿Cómo haremos para que los miles de millones de personas que no tienen los conocimientos suficientes para crear las nuevas tecnologías no acaben en condiciones de medianía y frustración? ¿Será ese nuevo mundo que se asoma la oportunidad para que nos liberemos del trabajo y podamos explorar el uso del tiempo libre? ¿O estaremos sujetos al imperio de la máquina como la pesadilla de Terminator lo soñó?


domingo, 16 de octubre de 2016

Y Cuando Despertó, Donald Trump Seguía Allí

Quisiéramos pensar que tras la elección presidencial estadounidense del 8 de noviembre, una vez que las televisoras confirmen esa noche lo que las encuestas parecen indicar, la inminencia de la presidencia de Hillary Clinton, el día siguiente esa pesadilla llamada Donald Trump desaparecerá con el alba y la larga noche que ha sido esta campaña presidencial en EEUU se irá, regresando la claridad y la esperanza.
Eso no ocurrirá. Pues el daño ya está hecho, y la amarga fractura que sobre la vida civil, política y económica ha tenido y tendrá el fenómeno Trump quizá permanezca por un período de tiempo y tenga consecuencias que en este momento son difíciles de imaginar.
Si las últimas encuestas son correctas y Hilary Clinton se convierte en la primera presidenta de la nación más poderosa de la historia, la oriunda de Chicago lo habrá logrado a costa de enfrentar y vencer al representante de lo peor de la cultura estadounidense: el machismo atávico, el racismo persistente en el centro del país, la ignorancia anti-científica de los movimientos religiosos, el pánico a la migración, y el sueño de regresar a une economía endémica y cerrada en si misma.
Donald Trump supo concitar en su furiosa candidatura los retazos de esa cultura estadounidense que se resiste a morir: la cultura red neck, pueblerina y aldeana. Esa cultura da sus últimos, rabiosos coletazos ante la prevalencia de una cultura cosmopolita, globalizada, abierta a la migración y las ideas, dirigida con élites educadas y muchas veces lejos de los súbditos que gobiernan.
El motor de la globalización mundial se sitúa en las dos costas de los Estados Unidos: la atlántica y el Pacífico, en dónde se aposentan las mayores empresas del mundo, los grandes bancos y Sillicon Valley. Toda esa franja es sólidamente demócrata y enterrarán con una marejada de votos a Trump en noviembre.
Pero el centro continental masivo de los Estados Unidos, las grandes planicies y el sur somnoliento, son los grandes bastiones conservadores, allí en dónde Trump no sólo no ha perdido sino que con cada barbaridad sus adeptos parecen galvanizarse más y más.
La derrota de Trump, de concretarse (aún todo es posible), tendrá un efecto devastador sobre el Partido Republicano, asentado en ese centro continental para su supervivencia: lo dividirá, y lo radicalizará al punto de la fragmentación. No es descabellado esperar que de materializarse una derrota de Trump, trozos considerables de los Republicanos, los conservadores más radicales, abandonen el partido buscando continuar la desquiciada aventura en la que embarcaron al Partido con la candidatura del fascista Donald.
Donald Trump no es un hombre de instituciones. Que no haya pagado impuestos en las últimas dos décadas, la forma en que trata al liderazgo republicano, su absoluto desdén por los principios morales retratan a alguien para quien la ley y el orden sólo sirven si es para salirse con la suya. No es descartable entonces que la noche de la elección él no reconozca el resultado, que llame a sus locos seguidores a desobedecer los resultados y provoque un desbordamiento de la extrema derecha política estadounidense.
Si eso ocurre Hillary Clinton y los demócratas deberán de reaccionar corriéndose a la derecha populista y no a la izquierda como muchos conservadores pregonan que ocurrirá. Clinton ya lo ha señalado: revisará el TLC, reescribirá el acuerdo Transpacífico, será más estricta en lo que respecto a la migración y la libertad económica. No es porque ese sea su credo, sino porque el daño ya está hecho.
El Partido Republicanos, de materializarse esa división, sería el cuplable de su propio destino. Siempre jugó a la ultraderecha, siempre coqueteó con ese populismo diestro , racista y aldeano, que le sirvieron para hacerse con el control del vasto sur estadounidense al punto de tener absoluto control de la política local de esa zona.
A nivel nacional siempre balancearon a la extrema derecha sureña con el conservadurismo moderado e ideológico de las costas. Pero siempre dieron alas a su extremo: los neo-con de New Gingrich y Robert Dole, el infame Tea Party de Ted Cruz y Marco Rubio. Pero cuando Trump llegó con una retórica que hizo palidecer al Tea Party, arrasando con los breves diques que la extrema derecha del Tea Party ponía entre sus posturas y el racismo llano, las aguas se desbordaron y el Partido Republicano, ante el riesgo del desmoronamiento, no tuvo otro remedio que apoyar al Donald.

Pero si Trump, como parece que será, es derrotado, el efecto sobre el Partido será profundo, pues la extrema derecha ha salido del closet, y ha salido armada y desafiante, desbocada y sin pudor. Han encontrado a su campeón largamente esperado, se han desembozado y están listos para actuar. Si la mañana siguiente a la noche de la elección Trump sigue abanderándolos, lo seguirán. Si no, ellos seguirán por su cuenta, y producirán un realineamiento profundo del mapa electoral estadounidense.

sábado, 8 de octubre de 2016

Pink Floyd Y El Poema Épico: The Wall

En 1982 Pink Floyd escribe un gran poema épico: The Wall, cuya lírica y sentido a lo largo de los años han cambiado conforme el mundo cambia, lo cual muestra la enorme potencia de esa obra y su utilidad para servir como una de las grandes metáforas de la modernidad.
En un patio fresco de Monclova, en el verano de 1983, con la enorme familia reunida en una de nuestras liturgias preferidas: la conversación tumultuosa entre los venidos de todas partes del norte de México y el sur de Estados Unidos, mi tío Sergio nos explicaba el sentido de la letra de “Another brick in the Wall”. Nos contaba cómo sus hijos o sobrinos en Texas y California llegaban a casa, ponían en el tocadisco la canción y comenzaban a tirar los libros de los anaqueles.
Allí supe que el sentido de la canción era la denuncia contra el sistema educativo tradicional, hecho para convertir a individuos distintos en seres iguales, en menguar la diversidad para producir la obcecada homogeneidad, en hacer de todos un mero ladrillo en la pared, uno igual al siguiente.




La metáfora de Roger Waters, la música de David Gilmour, aunadas a la potente plástica de la película que acompañó al álbum doble de “The Wall”, construyeron una épica centrada en un héroe triste: el individuo de la sociedad moderna, sólo e impotente ante el muro gris e inexpugnable de la sociedad industrial. El hombrecito contra el muro, el pequeño héroe contra el gigantesco dragón, sin mayores armas que su imaginación y la solidaridad de sus semejantes. Una épica triste y negativa pero con todos los ingredientes del género: una batalla entre el bien y el mal, personalizados por el héroe y su terrible némesis. 
Cuando el infame Muro de Berlín fue derrumbado por los pequeños hombres y mujeres que del otro lado de la cortina de hierro con mazos mínimos, con sus manos, a dentelladas, arremetieron contra esa pared, ya no metafórica, sino física, la celebración liberal contra la caída del Muro fue un legendario concierto en Londres con Pink Floyd como juglar central, y las canciones de “The Wall” como la lírica que celebraba la destrucción de la muralla que durante medio siglo dividió Europa.
“The Wall” pasó de ser la metáfora de la sociedad industrial produciendo en masa individuos uniformes, a ilustrar aquello que divide a los hombres, al cerco de los tiranos, a los obstáculos impuestos contra el impulso a la libertad y el flujo de las ideas (y el comercio). Tras el derrumbe del Muro de Berlín, la lírica, la música y la plástica de “The Wall” se convirtieron en lo que hoy es: un poema épico, en la narrativa de la saga de los anónimos hombres contra los obstáculos de los tiranos.
Que Roger Waters haya estado en el Zócalo de la Ciudad de México justo en medio de la campaña presidencial estadounidense no es una casualidad. El viejo rebelde es un poeta radical y militante, un actor dramático de su poema épico que sabe que en este momento el Muro vuelve a ser físico, y se llama Donald Trump.
El monstruo Trump, la corporificación de la rabiosa ultraderecha estadounidense, que debe ser combatido y detenido por todos aquellos que desean la supervivencia de la civilización moderna, es un Muro baboso y vociferante que se levanta contra la frontera de México, que amenaza con aplastar a este pueblo que en este momento es el héroe del poema épico de The Wall: los mexicanos acechados por el monstruo, el muro que se levanta y los mexicanos que lo combaten, los mexicanos que llevan sobre sus hombros el combatir los colmillos filosos del depredador.
Parados en la plancha del Zócalo, bajo la lluvia terca del Anáhuac, empapados y atrapados por el trance de la banda de Roger Waters, la fuerza del poema épico de “The Wall” fue evidente. Pink Floyd encontró la metáfora, la métrica, la música y la plástica para narrar una de las grandes sagas de la modernidad: la lucha de los pequeños hombres contra las grandes amenazas que buscan destruirlo. Herederos de la tradición juglar, Pink Floyd supo que el poema épico se narra mejor usando el Grand Guiñol, el escenario gigantesco que sirve como narrativa  plástica para contar esa historia, la de la lucha de los pequeños hombres y mujeres en contra del acechante Muro. Ese Muro fue el sistema educativo, fue el cerco de Berlín, es hoy la barda amenazante de Trump, pero mañana será algo distinto. Y así como las gestas, cantares, épicas y corridos sirvieron para contar las hazañas y derrotas, “The Wall” nos sirve para seguir contando la historia que escuchamos en el Zócalo de la Ciudad de México.

domingo, 2 de octubre de 2016

Tasas Cero Y Consumo: La Paradoja De Marty Mcfly

Cuando la economía opera con tasas de interés cero o negativas, ocurre como los físicos dicen que pasa en los agujeros negros: la realidad es distinta a la habitual, las leyes normales dejan de aplicar y las cosas ocurren diferente. Una de las perplejidades más misteriosas es la insensibilidad del consumo a las tasas demasiado bajas: en ese contexto por más que se reduzcan, los consumidores parecen no responder.
Todos los modelos económicos convencionales dictan que al reducir los bancos centrales las tasas de interés, los incentivos al ahorro disminuyen y por lo tanto aumenta el consumo. Pero durante los últimos siete años (o si estamos en Japón los últimos veinticinco) tal mecánica parece no aplicar: los bancos centrales han rebanado las tasas de interés hasta dejarlas en cero o por debajo de cero, y el consumo ha respondido de manera extremadamente lenta, y en algunos casos incluso en sentido contrario al previsto por la economía, produciendo uno de los más desesperantes acertijos para economistas y funcionarios.
¿Qué está pasando? Abusando de la física y de los hoyos negros, que son una singularidad en el espacio-tiempo, tomemos por un momento a uno de los más famosos viajeros en el tiempo para tratar de ilustrar una paradoja que quizá ayude a resolver el acertijo. Supongamos por un momento que Marty Mcfly, el personaje de “Volver al futuro”, tiene la capacidad de hablar consigo mismo viajando en el tiempo 40 años, que Marti Mcfly de 30 años y el de 70 años puedan comunicarse a través del tiempo.
Marty Mcfly de 30 años ha salido de la universidad hace cinco años y ha conseguido un muy buen empleo, y viaja en el tiempo para hablar con él mismo de 70 años y los dos se ponen de acuerdo en algo muy importante: cuánto podrá gastar el Mcfly joven de tal forma que el Mcfly viejo pueda pasar una vejez cómoda y dejar una herencia para sus hijos. Pensemos que después de arrastrar el lápiz y dado que la tasa de interés en el mundo de Mcfly joven es de 7.8%, y que el Mcfly viejo necesita para vivir y dejar herencia al menos 10 millones de pesos, los dos acuerdan que el Mcfly joven debe de ahorrar 500 mil pesos en ese momento para que el Mcfly viejo cumpla su objetivo.
El Mcfly joven regresa a su tiempo y piensa que si el banco central sube las tasas, entonces podrá reducir ese ahorro de 500 mil pesos, pues con un mayor interés su ahorro llegará más rápido a los 10 millones de pesos que necesitará el Mcfly viejo. Por ejemplo, si las tasas se duplican a 15% y permanecen allí por 40 años, entonces para llegar a los 10 millones en 40 años se requerirá tan sólo 38 mil pesos para cumplir el objetivo del Mcfly viejo.
Pero el Mcfly joven también piensa lo siguiente: que si el banco central baja las tasas de 7.8% a 3% los próximos 40 años, ¡entonces lo que tendrá que ahorrar cuando regrese de su reunión consigo mismo en el futuro será de 3 millones!.
Aturdido y abrumado, el Marty Mcfly joven se entera al aterrizar de nuevo en su mundo que el banco central, atrapado por una crisis económica global y tratando de salvar al sistema bancario mundial, e incentivar el gasto de los consumidores,  ha decidido reducir las tasas a cero por ciento. ¡Qué calamidad! Se dice. ¡Para cumplir mi pacto con mi yo viejo tengo que ahorrar hoy 10 millones de pesos, pues la tasa está en cero! ¡Cómo quiere este maldito banco central que consuma más bajando las tasas si al bajarla me obliga a lo contrario! ¡A aumentar mi ahorro para poder que el Mcfly viejo tenga un retiro cómodo, una vejez saludable y deje a mis hijos algo de herencia! ¿Quieren incentivarme a que gaste? ¡Con estas tasas tan bajas me están obligando a lo contrario, a ahorrar mucho más para cumplirle a mi yo de 70 años!.
La paradoja ilustrada aquí tiene muchos supuestos quizá irreales, y los cálculos son deliberadamente exagerados con el propósito de echar luz sobre un aspecto muy importante que los economistas conocen: los consumidores toman decisiones no sólo pensando en el hoy, sino en el futuro. Cuando deciden cuánto dedicarán al ahorro y cuánto al consumo lo hacen pensando, de alguna forma, en el hoy y en el mañana: en este momento en que perciben ingresos y en el futuro en dónde se comerán sus ahorros.

¿será posible entonces que al bajar las tasas a partir de cierto nivel, y por supuesto al llegar a cero, los bancos centrales buscando incentivar el consumo y reducir el ahorro para impulsar la economía, estén produciendo el efecto contrario debido a que los consumidores planean su consumo a lo largo de su vida e incluso más allá de ella a través de las herencias? Y si eso es así: ¿entonces la singularidad de tasas cero implica que no sería tan descabellado subir las tasas de interés? Suena tan descabellado, que habría que pensarlo.

sábado, 1 de octubre de 2016

¿Qué Vamos A Hacer Con Tanto Dinero?

Quizá la economía sea tan sólo el nombre que le damos a la geografía y a la demografía en el corto plazo. Si no fuera por el enorme peso que tienen la innovación tecnológica y la estructura institucional sobre la economía y su potencial (vean a Holanda o Suiza), en el largo plazo lo que parece acabar contando para que una nación sea rica o no es su lugar en el mundo y la dinámica de su población. En el ínterin la política fiscal y monetaria son relevantes, pero en la cuenta larga (allí en donde todos estamos keynesianamente muertos) el territorio y la población son extremadamente relevantes.
El problema con el largo plazo es que no sabemos cuándo empieza. O lo que es lo mismo, tampoco sabemos cuándo acaba el corto plazo. Por ejemplo, la decisión de la Reserva Federal de los Estados Unidos, la Fed, la semana pasada, de no modificar sus tasas de interés a pesar del disenso de tres de sus votantes en el Comité de Mercados Abiertos (FOMC), ¿responde a una coyuntura de corto plazo, o es una decisión que refleja las potentes restricciones y tendencias que el largo plazo está imponiendo a la política monetaria de los países desarrollados? La respuesta es fácil, pero chambona: las dos cosas.
De corto plazo la Fed ha recibido señales de indicadores oportunos que sugieren que la recuperación económica estadounidense sigue flácida y frágil, y ante la ausencia de un repunte inflacionario de cuidado y las elecciones más complicadas de la historia reciente en noviembre han decidido mantener las tasas de interés en sus actuales niveles, muy cerca de sus mínimos históricos.
Pero si miramos los tensores de largo plazo, la decisión de la Fed de no subir sus réditos muestra lo difícil que parece ser la salida de esta trampa de tasas bajas. Y las razones son parcialmente demográficas.
Los Estados Unidos y Europa viven un momento demográfico peculiar: el inicio del retiro del “baby boom”, la generación nacida después de la segunda guerra mundial que produjo la mayor ola de nacimientos de los países desarrollados casi como una respuesta a la masacre producida por la conflagración mundial. Esa generación vivió una de los auges económicos más asombrosos de la historia mundial: con algunas interrupciones la vivida de 1950 al año 2007. Durante ese largo período esa generación generó ingresos masivos y ahorró para su retiro.
Esos ahorros probablemente sean la mayor acumulación de activos financieros en la historia del mundo. Nunca antes la civilización humana había visto tal volumen de ahorro como la que produjo esta generación del baby boom, quienes apartaron una parte importante de sus ingresos para poder vivir en su retiro.
De unos años para acá ese retiro masivo ha comenzado, y esa generación dorada se ve ahora víctima de su propio éxito: su enorme ahorro ha hecho que el capital sea abundante y por tanto el costo del capital, la tasa de interés, esté en sus mínimos históricos justo en el momento en que se enfilan al retiro.
La baja en tasas de interés inició luego de que en los mediados de la década del setenta los réditos alcanzaron un máximos, y tras la reducción de la inflación que surgía por todos lados, las tasas comenzaron a bajar en una trayectoria consistente los siguientes treinta años hasta llegar a hoy, con tasas cercanas al cero en los Estados Unidos, y con tasas negativas en Europa.
Si la tasa de interés es el precio del capital, y ese precio es cero o incluso negativo, entonces quizá haya demasiado capital, demasiado ahorro, demasiado financiamiento apartado por la generación del baby boom. Y si a esa generación que produjo una plétora de ahorro le sumamos la incorporación del sureste asiático, China, Japón y la India, culturas frugales que idiosincráticamente premian la contrición financiera y alaban al ahorro y la mesura, el resultado es lo que parece ser un cúmulo inmanejable de ahorro en el mundo que aplasta contra el piso a las tasas de interés globales, sobre todo en aquellos países en donde el sistema bancario y la solidez de sus monedas se convierten en refugio de los ahorradores globales, los EEUU y Europa occidental.

Si las hipótesis anteriores son correctas: ¿qué se requerirá para que los bancos centrales puedan levantar la enorme loza que representa la plétora de ahorro que asfixia al sistema bancario global?