Quizá la economía sea tan sólo el nombre
que le damos a la geografía y a la demografía en el corto plazo. Si no fuera
por el enorme peso que tienen la innovación tecnológica y la estructura
institucional sobre la economía y su potencial (vean a Holanda o Suiza), en el
largo plazo lo que parece acabar contando para que una nación sea rica o no es
su lugar en el mundo y la dinámica de su población. En el ínterin la política
fiscal y monetaria son relevantes, pero en la cuenta larga (allí en donde todos
estamos keynesianamente muertos) el territorio y la población son
extremadamente relevantes.
El problema con el largo plazo es que no
sabemos cuándo empieza. O lo que es lo mismo, tampoco sabemos cuándo acaba el
corto plazo. Por ejemplo, la decisión de la Reserva Federal de los Estados
Unidos, la Fed, la semana pasada, de no modificar sus tasas de interés a pesar
del disenso de tres de sus votantes en el Comité de Mercados Abiertos (FOMC), ¿responde
a una coyuntura de corto plazo, o es una decisión que refleja las potentes
restricciones y tendencias que el largo plazo está imponiendo a la política
monetaria de los países desarrollados? La respuesta es fácil, pero chambona:
las dos cosas.
De corto plazo la Fed ha recibido señales
de indicadores oportunos que sugieren que la recuperación económica
estadounidense sigue flácida y frágil, y ante la ausencia de un repunte
inflacionario de cuidado y las elecciones más complicadas de la historia
reciente en noviembre han decidido mantener las tasas de interés en sus
actuales niveles, muy cerca de sus mínimos históricos.
Pero si miramos los tensores de largo
plazo, la decisión de la Fed de no subir sus réditos muestra lo difícil que
parece ser la salida de esta trampa de tasas bajas. Y las razones son parcialmente
demográficas.
Los Estados Unidos y Europa viven un
momento demográfico peculiar: el inicio del retiro del “baby boom”, la
generación nacida después de la segunda guerra mundial que produjo la mayor ola
de nacimientos de los países desarrollados casi como una respuesta a la masacre
producida por la conflagración mundial. Esa generación vivió una de los auges
económicos más asombrosos de la historia mundial: con algunas interrupciones la
vivida de 1950 al año 2007. Durante ese largo período esa generación generó
ingresos masivos y ahorró para su retiro.
Esos ahorros probablemente sean la mayor
acumulación de activos financieros en la historia del mundo. Nunca antes la
civilización humana había visto tal volumen de ahorro como la que produjo esta
generación del baby boom, quienes apartaron una parte importante de sus
ingresos para poder vivir en su retiro.
De unos años para acá ese retiro masivo ha
comenzado, y esa generación dorada se ve ahora víctima de su propio éxito: su
enorme ahorro ha hecho que el capital sea abundante y por tanto el costo del
capital, la tasa de interés, esté en sus mínimos históricos justo en el momento
en que se enfilan al retiro.
La baja en tasas de interés inició luego
de que en los mediados de la década del setenta los réditos alcanzaron un
máximos, y tras la reducción de la inflación que surgía por todos lados, las
tasas comenzaron a bajar en una trayectoria consistente los siguientes treinta
años hasta llegar a hoy, con tasas cercanas al cero en los Estados Unidos, y
con tasas negativas en Europa.
Si la tasa de interés es el precio del
capital, y ese precio es cero o incluso negativo, entonces quizá haya demasiado
capital, demasiado ahorro, demasiado financiamiento apartado por la generación
del baby boom. Y si a esa generación que produjo una plétora de ahorro le
sumamos la incorporación del sureste asiático, China, Japón y la India,
culturas frugales que idiosincráticamente premian la contrición financiera y alaban
al ahorro y la mesura, el resultado es lo que parece ser un cúmulo inmanejable
de ahorro en el mundo que aplasta contra el piso a las tasas de interés
globales, sobre todo en aquellos países en donde el sistema bancario y la
solidez de sus monedas se convierten en refugio de los ahorradores globales,
los EEUU y Europa occidental.
Si las hipótesis anteriores son correctas:
¿qué se requerirá para que los bancos centrales puedan levantar la enorme loza
que representa la plétora de ahorro que asfixia al sistema bancario global?
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