El día de la Inauguración. Un billonario
estadounidense se pronuncia en contra de la creación de otros billonarios
estadounidenses. Lo curioso es que tanto esa creación, como la furiosa reacción en su contra fueron realizadas en nombre del hombre común. No es de
extrañarse, ese hombre común no ha visto la suya: décadas de globalización y el
hombre (y la mujer) común no parecen haber mejorado mucho. Es por eso que ahora
están votando, una tras otra, en contra de la globalización. Pero el problema
no es la globalización, sino qué hacemos con ella.
Donald Trump es uno de los grandes
beneficiarios de la globalización. Es uno de los grandes magnates inmobiliarios
de Nueva York. Y si existe una mercancía que ha subido de valor durante la
globalización esa es el metro cuadrado de tierra y de aire en Manhattan. No
importa que hagas en la globalización: no importa qué vendas, qué proveas, cuál
sea tu rol en el mercado global. Para hacerlo necesitarás dinero, publicidad y logística, y la capital mundial
del dinero, la publicidad y la logística se llama Nueva York. Y si quieres
estar en Nueva York tienes que hablar con los dueños de la tierra y el aire de
Manhattan. Y si has hablado con los dueños de la tierra y el aire de Manhattan
en estas décadas de la globalización, tarde que temprano tuviste que haberte
topado con Donald Trump.
A los analistas de empresas les gusta
mucho recordar el siguiente ejemplo: ¿quién fue el gran ganador de la feria del
oro en California? No fueron los gambusinos ni los mineros que por millares
migraron al Pacífico buscando el oro. Los ganadores finales fueron quienes
financiaron a esos gambusinos y mineros (Wells Fargo y American Express); y
quienes los vistieron (Levi’s Strauss). Las fortunas individuales tuvieron
destinos heterogéneos, pero Levi`s Strauss, Wells Fargo y American Express (estas
dos últimasniniciaron como empresas que transportaban el oro), tuvieron mejor
suerte que todos y se constituyeron en emporios que subsisten hasta hoy.
El principio es el mismo: la
globalización, esa especie de fiebre del oro que va por el mundo incorporando
una región tras otra a la lógica de una economía unificada e integrada en un
solo proceso, ha tenido ganadores y perdedores. Pero el gran ganador ha sido aquel
que posea tierra y aire en Manhattan, el pequeño centro del mundo, y en donde
Donald Trump ha sido desde que nació, uno de los más importantes jugadores.
¿Por qué entonces uno de los más
conspicuos ganadores de la globalización se lanza en contra de ella? ¿Por qué
el billonario quiere dinamitar lo que ha sido el origen de su fortuna? ¿Por qué
Donald Trump parte de un contra factual: si con la globalización gané
muchísimo, hubiera ganado más sin la globalización?
El narcisismo megalómano puede ser una respuesta.
Puede ser que Donald Trump, quien ya no necesita dinero, necesite verse
proyectado hacia la historia. Si esa es la respuesta entonces millones de
votantes fueron engañados por un prestidigitador.
O puede ser que simple y sencillamente Donald
Trump, el pueblo, y el sistema electoral y político estadounidense se estén
equivocando y estén respondiendo al malestar de la globalización con el
antídoto equivocado: el regreso de las economías cerradas y el proteccionismo.
La globalización, no sólo de mercancías,
de servicios y de ideas, es una impronta de la cultura humana. Estamos
destinados a la globalización desde que dejamos las llanuras del centro de
África y en un período muy corto de tiempo nos esparcimos por el mundo. La
globalización es una condición para que seamos más libres, sabios y felices,
siempre y cuando ésta sea distinta: justa, allí donde ha sido desigual;
incluyente, allí en donde ha creado guetos; aglutinante, allí en dónde ha
permeado el racismo y la intolerancia; abierta, allí dónde ha habido censura y
represión. En otras palabras la globalización, que se ha entendido como un
proceso económico, debe de ser democrática también, No basta que se globalicen
las mercancías, los bienes y servicios. Deben de acompañarlas las ideas y las
voluntades.
Es quizá ese sentimiento de que la
globalización ha sido una imposición de las élites sin el consenso del hombre
común lo que ha desatado la furia que ha provocado el tsunami populista del
Brexit, Trump y otros fenómenos. El caso de Trump es el más triste; uno de los
mayores beneficiarios de la globalización ha convencido al sistema electoral de
su país que hay que ir en contra de la misma. Se equivoca Trump., se equivoca
el sistema y las consecuencias de ese error las pagaremos todos.
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