Donald Trump está atrapado en los 70.
Quiere ser presidente del mundo de cuando él era un adulto joven y los Estados
Unidos se enfrentaban a la Unión Soviética en una carrera nuclear, los autos
estadounidenses eran los mejores de la tierra, el dólar reinaba supremo entre
todas las divisas, y él y sus amigos bailaban disco en el Studio 54 de Nueva
York con conejitas de playboy. Ese mundo ya no existe, ha cambiado al punto de
ser un recuerdo: pero Donald Trump piensa que allí vive, y que será el Rey.
El escenario que la mayoría de los bien
intencionados columnistas gustan de repetir no ocurrirá. Donald Trump no
cambiará. No será modulado por las intereses creados. La peor versión de Donald
Trump será la que veremos desde el día uno de su presidencia: racista,
proteccionista, armamentista y machista. Dispuesto a incumplir todo el código
de comportamiento político conocido con tal de salirse con la suya. Y “la suya”
es lamentable: imagina a unos Estados Unidos que ya no existen: cerrados al
mundo, blanco y religioso, llenos de armas nucleares para pelear contra un
enemigo que hace mucho se extinguió. Trump viene de un mundo que está luchando
por no desparecer y que hará un último esfuerzo por permanecer relevante en la
historia.
Donald Trump es como la música disco de
sus adorados 70: una pieza de museo. Quienes votaron por él son los caídos del
largo proceso de globalización que ha implicado la pérdida de empleos y
capacidad industrial en vastas áreas de los Estados Unidos, quienes votaron por
él piensan que regresar al pasado es posible: que Estados Unidos puede ser
blanco de nuevo, expulsando a sus millones de inmigrantes; que es posible
repatriar los millones de empleos que las empresas estadounidenses han
establecido en China, México y el sudeste asiático; que es posible reconstruir
el arsenal nuclear estadounidense y embarcarse en una carrera contra un enemigo
que hace décadas dejó de ser la Unión Soviética y que ahora es más listo que
Trump para hacer negocios.
El problema con Trump es que fue electo
por los perdedores de la globalización bajo la promesa que revertirá los
efectos de la misma. Eso es imposible. Trump vendió a sus votantes la idea que
el tiempo puede volver, que la manecilla retrocede. Eso no es posible ya. No
sólo no es posible en términos físicos. Todos sabemos que el tiempo no puede
regresar. Regresar no es posible económicamente tampoco.
Los trabajadores de Detroit que perdieron
sus empleos cuando su planta se mudó a México probablemente ya no estén
calificados para hacer lo que hacían, incluso si la planta regresara. Las
empresas que mudaron sus operaciones a China invirtieron millones de dólares
que no pueden abandonar en el lejano oriente. Las empresas estadounidenses no
pueden regresar sus fábricas a Wisconsin y pagarles a los trabajadores que
alguna vez despidieron salarios la décima parte de lo que pagaban. O puede que
los contraten pagando los salarios promedio, pero entonces tendrán que subir
los precios de los automóviles y otros bienes para compensar los mayores
costos. Y si lo hacen, los productores chinos, europeos y asiáticos los
barrerán del mercado con sus precios más bajos. Trump puede evitar esa masacre
por supuesto poniendo cuotas y aranceles para proteger el mercado interno. Pero
si lo hace entonces los precios subirán y los Estados Unidos perderán
competitividad.
Y por supuesto si Estados Unidos pierde
competitividad siempre tiene su arsenal nuclear para convencer a sus rivales de
adaptarse a sus reglas. Como solían hacerlo en los años setenta cuando la
música disco reinaba y Trump y sus novias se divertían en Studio 54 en
Manhattan .
La estrategia de Trump es imposible porque
se trata de regresar a un mondo que ya no existe: bipolar y cerrado,
proteccionista y nuclear, rural y blanco. Lo dramático es que quien abrió al
mundo, lo desnuclearizó y lo hizo secular y abierto a la necesaria migración
fueron los Estados Unidos. Trump es el imperio renegando de su creación más
acabada. Los costos de la globalización a raja tabla han sido tan altos, que su
propio creador está tratando de revertirlo. No podrá. El sueño de Trump está
destinado al fracaso. No podrá cumplir el mundo que prometió simplemente porque
el pasado no vuelve. Ni yendo a bailar música disco al Studio 54. Ni yendo a
bailar a Chalma.
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