¿Qué puede hacer un país cuando su enemigo
es el presidente de los Estados Unidos? ¿Qué puede hacer un país cuando el
presidente de los Estados Unidos exacerba el odio contra éste para ganar la
elección y vertebra su programa de gobierno de los próximos cuatro años
alrededor de un muro en la frontera? ¿Qué puede hacer un país cuando el
presidente de los Estados Unidos se ha fijado el objetivo de destruir su
industria más exitosa?
Tales son las premisas sobre las cuales
deberá de fijarse la política económica, la política exterior y la política en
general en México en los próximos meses y años. Muchos analistas siguen
diciendo que no hay que exagerar, que Donald Trump no es tan terrible como
parece. Creo que debemos prepararnos para el peor escenario. Para un escenario
en donde el león si sea como lo pintan.
Si Donald Trump será tan terrible con
México como parece ser, entonces la primera misión de México es la de evitar que
la fobia del presidente se convierta en una política de Estado. Que la fobia
sea personal, y que ni el Estado ni las grandes corporaciones la compartan.
Suena más fácil decirlo que hacerlo. La respuesta que Ford, Fiat y otras
armadoras, junto con la simpatía con la que los republicanos ven el muro en la
frontero mexico-estadounidense sugiere que la fobia de Trump tiene, ya sea
simpatías, o será acatada por las corporaciones.
¿Cómo convencer a los republicanos, y más
aún, al estadounidense promedio, que México no es el enemigo que le ha robado
millones de empleos, sino un aliado que ha contribuido a que se creen millones
de empleos adicionales? El aliado clave en este punto serán las corporaciones:
las automotrices, las electrónicas, las de aviación, quienes se han apoyado en
los trabajadores y proveedores mexicanos para competir en el mercado global.
Son ellas las que deben de convencerse y convencer luego a la clase política, que
independientemente de lo que su presidente piense, México es esencial para la
competitividad de los Estados Unidos.
Convencer al partido republicano será más
difícil. Esta instancia está cooptada por una coalición ultra conservadora para
la cual México representa lo que Trump comunicó a sus electores: la razón por
la cual millones de estadounidenses no han prosperado por un par de décadas.
Los republicanos sin embargo no son un monolito, y sobreviven republicanos de
centro, tradicionales, ligados a las grandes corporaciones, que siguen creyendo
en la necesidad de la integración económica de Norteamérica. Sobre estos grupos
republicanos deberá México de apoyarse para proteger y reconstruir el consenso
a favor del multilateralismo destruido por la coalición Trump.
Lo que parece imposible es convencer a los
estadounidenses que compraron el anti-mexicanismo de Trump de que el presidente
no tiene la razón. Quizá en algunos años, cuando vean que los empleos que les
prometió no regresen a pesar del muro, que las exportaciones estadounidenses no
florecen a pesar del cierre de las automotrices en México, que sus salarios no
se recuperan ni renegociando el Nafta, quizá pueden olvidar la rabia que los
llevó a votar con la irracional xenofobia con lo que lo hicieron en noviembre
de 2016.
Hay una forma más sencilla de atacar todos
esos problemas. Convenciendo a Trump de no hacer con México todo lo que ha
dicho.
¿Qué tan difícil será que Ford, General
Motors o Nissan lo convenzan? ¿Lo podrán convencer las electrónicas y las
aeronáuticas que han hecho de México una potencia en esos sectores? ¿Podrán convencerlo
las petroleras que comienzan ya a prospectar en el país? ¿Podrá hacerlo México
trabajando a nivel personal en el primer círculo de Trump?
Y suponiendo que el primer círculo de
Trump, e incluso Trump mismo son convencidos de que su plataforma anti-mexicana
es contraproducente para su país: ¿podrán Trump y los republicanos echar marcha
atrás ante su furiosa coalición ultra conservadora de enterrar una de las
banderas que lo eligieron? ¿Podría Trump regresar el genio de la lámpara sin
que haya consecuencias? Quizá no.
Supongamos que México (el gobierno, sus
empresarios, sus aliados, todos) no logra revertir la agenda anti-mexicana que
vertebra la plataforma de gobierno de Trump. Como aquí hemos insistido muchas
veces en el pasado: las consecuencias de ellos serían terribles, pues implican
la reversión del consenso multilateralista e integrador que permeó en los
Estados Unidos desde finales de los 80. Es un cambio total de las reglas del
juego. Y para eso debemos prepararnos. Debemos de prepararnos para lo peor.
Para una relación México-Estados Unidos totalmente distinta a la que vivieron
las últimas dos generaciones de gobiernos y empresas.
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