Durante la última gran glaciación,
numerosos grupos de hombre modernos acabaron refugiándose de los hielos en la
península ibérica, viviendo allí decenas de miles de años hasta que los
glaciares se retiraron y su descendencia comenzó la repoblación de Europa.
Desde entonces España es un país fundamental para la historia de Occidente, y
del mundo: la historia de Iberia se entremezcla con la historia de la
humanidad. El despropósito de la independencia catalana es una estupidez sólo
superada por la actitud del Estado español ante la misma, y si este
enfrentamiento civil continúa perderán las dos partes: y todos nosotros junto
con ellos.
El debate educado ha enfocado la secesión
catalana como un problema de Cataluña: el empecinamiento rabioso de la clase
política catalana por empujar la agenda independentista sin tener el consenso
suficiente. Con la agenda secesionista quieren ocultar la corrupción y los
pecados de la nomenklatura catalana, y explotando la añeja afrenta contra
Cataluña están llevando a una aventura desquiciada a los catalanes y a España a
su desintegración. Todo eso es cierto, pero la secesión catalana me parece que es
más un problema español que un asunto condal.
España es un Reino. Y en un reino hay
reyes y vasallos; monarcas y súbditos. Necesariamente habrá una jerarquía entre
los miembros del reino: habrá supeditación y mando. La restitución del reino,
con democracia parlamentaria, fue la forma en que la clase política española acordó
para transitar de la larga noche del franquismo hacia la democracia: fue la
ruptura menos traumática con el autoritarismo franquista y la mayor concesión
posible a la democracia europea. La monarquía constitucional democrática
acomodó así a los grupos de poder y a los derechos de los ciudadanos. Pero no a
las diversas naciones que conforman España.
España tiene un problema que es a su vez
su mayor riqueza: no es una nación, es un país de países. Quizá no exista en el
mundo un espacio geográfico tan diverso en un área tan reducida: gallegos,
andaluces, asturianos, catalanes, y no se diga los misteriosos cántabros y
vascos. España es desde hace miles de años un racimo de naciones como no lo es
quizá ningún otro país en Europa, y quizá en el mundo. La monarquía
constitucional democrática pudo durante cuarenta años gestionar a las élites y
a los ciudadanos, pero dejó inconclusa la agenda de las naciones españolas y
las sujetó al reino: a ser comarcas de un rey.
Cierto, el estatuto de las comunidades
autonómicas dio enorme libertad a los países que conforman España, pero la
secesión catalana muestra que el modelo del reino no es el adecuado: la tercera
república es necesaria.
Las élites españolas han temido siempre a
la república, creen que el país se disolverá si no está atado a Castilla y los
antiguos reinos centrales. Piensan que con una diversidad tal la fuerza
centrífuga prevalecerá sobre la centrípeta y el reino se les deshará de entre
las manos. La crisis catalana es la demostración de que justamente lo contrario
ocurre: el reino no es el modelo adecuado para mantener a ese diverso país
unido.
La República Helvética, Suiza, es el caso
de un país multilingüe, culturalmente diverso, con un acuerdo en común: la decisión
de pertenecer a un país de manera federada, una comunidad de iguales y pares,
una comunión de naciones viviendo bajo la regla democrática.
Europa sufre en este momento una reacción
indeseable a su ímpetu unificador: al tiempo en que se constituyen como una
unidad económica, muchas provincias lingüísticas, culturales y religiosas se
escinden de sus comunidades originales: los Balcanes, pero también Bélgica y la
Gran Bretaña amenazan con caer por ese talud. No debe ser la suerte de España.
España es tan importante para la historia
y el destino de occidente que debe de encontrar la fórmula para permanecer
unida: y esa fórmula no es la mostrada por el Estado español: macanazos y
represión legal y policiaca. España debe ser más astuta que la minoría secesionista
catalana. El Estado español ha caído en la trampa de la minoría secesionista:
con la represión y la intolerancia los han hecho víctimas y han orillado al
Estado a recurrir a la violencia, y no a la democracia, para resolver un
problema político: los han mostrado más cerca del franquismo que de la
democracia. El gobierno español ha perdido la batalla más importante: la de la
razón y los argumentos. Ha perdido la paciencia frente a los intransitables
secesionistas.
España debe ser más inteligente que el
minoritario secesionismo catalán, y claramente ese atributo no es ostentado por
el actual gobierno. Occidente inventó la República como una fórmula para que
regiones disímbolas, países enteros, pudieran federarse y convivir como pares.
Creo que la solución a la crisis catalana son los Estados Unidos de España.
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