En su concierto el pasado fin de semana en
México, Paul Mcartney mostró varias cosas: primero, que el envejecimiento es un
estado mental y segundo, que la globalización es irreversible. Karl Popper
escribió hace setenta años un libro de título preciso y contenido desigual
llamado “La Sociedad Abierta y sus enemigos”: un alegato quizá bien
intencionado contra el totalitarismo de cualquier signo, que serviría para
argumentar contra dos tendencias siniestras del mundo de hoy.
La primera tendencia es la intención de
revertir la globalización y sus logros. Si bien el balance es delicado, en lo
personal me encontrarán siempre del lado de quienes defienden la globalización
y sus desarrollos: un mercado global en donde los bienes y servicios circulen
lo más libremente y en donde los consumidores tomen sus decisiones lo más
soberanamente posibles es mejor que una sociedad cerrada en donde los
consumidores tengan que subsidiar las ineficiencias de productores protegidos
por aranceles y nacionalismos.
La globalización comenzó de manera franca
tras el fin de la segunda guerra mundial, cuando las fronteras físicas fueron
demolidas por los ejércitos. La economía global que se levantó desde las
cenizas de la guerra, encabezada por los Estados Unidos, fue de manera gradual
abriendo las sociedades y economías nacionales y creando una cultura común.
El rostro cultural de la globalización es
la cultura pop, esa amorfa cauda de expresiones plásticas, musicales,
literarias y deportivas que definen una cultura común y que tras la segunda
guerra comenzaron a romper las identidades nacionales en pro de una cultura
global general. Creo que no sería muy discutible afirmar que la trayectoria de
Paul Mcartney ilustra como ninguna la evolución de la cultura pop en tanto que
rostro de la globalización.
Cuando los Beatles se convierten en la
primera mercancía verdaderamente global, lo que la Beatlemanía hace con los
géneros musicales nacionales fue el preludio de lo que las industrias de los
países avanzados comenzarían a hacer pocos años después con las industrias y
economías locales: avasallarlos y forzarlos a su transformación.
¿Qué hizo de Mcartney y los Beatles el
primer gran éxito de la globalización? Fueron los creadores de la primera
música urbana, rompiendo así los géneros nacionales atados aún al ámbito rural.
El rock and roll, sobre todo el de Mcartney y los Beatles, son el primer género
urbano y la música producida por el factor demográfico más importante de la
globalización: los baby boomers, la generación que explotó tras la postguerra.
El rock and roll fue la primera mercancía
de la globalización, y llevó al inglés a convertirse en la lingua franca del
mundo. Una generación tras otra han comenzado a aprender inglés y de allí a
convertirse en adeptos de la cultura pop gracias a las canciones de Mcartney y
su banda. Mcartney es el tótem de la globalización, y al verlo el pasado fin en
su concierto en el Estadio Azteca me quedó claro que aquellos que como Trump,
el Brexit, y otros movimientos aislacionistas, buscan detener la globalización,
están condenados al fracaso: una parte de nuestras emociones se expresan en
inglés, y al mismo tiempo la cerveza más vendida en Estados Unidos es la
Corona. El taco se ha convertido en la comida de moda en el mundo, y la canción
más famosa de estos años es un reaggetón puertorriqueño cantado en español: la
globalización es una senda de ida y vuelta con muchos carriles, por donde
circulan “Yesterday” de ida, y “Despacito” de vuelta. No habrá forma de
pararla.
Pero hablábamos aquí de dos tendencias
siniestras: la primera es la intención de detener ese proceso desigual, injusto
pero inevitable por humano que es la globalización. El segundo es el alarmante
deterioro en la calidad de vida de una parte creciente de la población debido
al consumo excesivo de proteína animal, azúcar y los derivados de ambos.
Desde muy joven Paul Mcartney y Mick
Jagger decidieron convertirse en vegetarianos, y con el paso del tiempo incluso
han eliminado de su dieta la proteína animal. Muy seguramente la dieta que han
seguido les ha dado la increíble vitalidad que hoy, a sus 75 años, siguen
dilapidando en conciertos de casi tres horas en giras por todo el mundo. Paul
Mcartney se ve más sano y vital que muchos de sus fans más jóvenes que han
seguido una dieta rica en grasas saturadas, proteína animas y dulces. La
energía con la que se hace cargo del escenario probablemente esté ligada a sus
decisiones de alimentación y de dieta.
Un resultado indeseable de la
globalización es justo esa dieta McDonald’s, que está diezmando la salud de una
franja creciente del mundo. Paul Mcartney es una muestra no nada más del poder
de la globalización, sino también que decisiones personales sencillas y
educadas pueden revertir una de las peores aristas de ese fenómeno que un tal
Paul junto con otros tres amigos, inició sin saberlo hace más de cincuenta años
ya.
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