En esta era de extrema desigualdad en la concentración del ingreso y la riqueza las ciudades ofrecen un paliativo importante para dicha disparidad: el espacio público. Un parque público es de uso no exclusivo, y la utilidad que derivamos de su consumo puede ser muy alta en términos de calidad de vida y el uso del tiempo libre de los ciudadanos. Lo anterior es solo un ejemplo de la importancia creciente (e ignorada) que para la economía tiene el espacio urbano y lo difícil que es su planeación y tratamiento.
Pongamos otro ejemplo: usted compra un predio de mil metros cuadrados en medio del desierto de Sonora y compra otro de la misma superficie en el corredor Reforma en la Ciudad de México. Suponiendo que no hay petróleo, gas o minerales bajo el subsuelo: ¿porqué la misma superficie es más valiosa en la Ciudad de México que en medio del desierto sonorense? Claramente el valor no es por lo que hay debajo, sino por lo que puede haber encima.
Las urbes han dado valor a algo que en principio no lo tiene: el aire encima del suelo.
Es un asunto de economías de escala y de aglomeración. El espacio urbano permite al poseedor de un predio cercanía con la infraestructura, las oportunidades y el acceso al capital y el trabajo concentrado en las ciudades. Cada piso encima del suelo urbano tiene una productividad incremental: el costo de añadir un piso es desproporcionadamente menor al beneficio económico de construirlo. La productividad económica del espacio urbano es gigantesca, difícil de medir y capturarla, y las ciudades no saben bien cómo transformar ese potencial resultante del espacio urbano en ingresos fiscales.
Para un inversionista privado el costo de añadir un piso a un edificio en un buen predio urbano es marginal, pero para el gobierno no lo es. Cada piso añadido implica mayor inversión en servicios e infraestructura urbana. Esos son los costos directos. Pero existen costos asociados: los efectos del mayor tráfico o la necesidad de mayor transporte público, la mayor demanda de seguridad y espacio público para todos.
La identidad cultural y musical mexicana está ligada a un mundo rural: el ranchero y nuestras tradiciones. Pero en un momento de la década del ochenta México se convirtió en un país mayoritariamente urbano y desde el punto de vista de economía pública creo que no hemos sabido bien a bien qué hacer con ese suelo creado del espacio urbano.
En Sao Paulo, Brasil, y otras ciudades han adoptado soluciones muy inteligentes al problema, partiendo de un postulado fundamental: el espacio urbano es público. No puede pertenecer de origen a un privado, pues lo que le da valor a dicho espacio es la aglomeración de infraestructura y las oportunidades (el mercado de consumidores, los trabajadores calificados, el capital humano) posibles sólo en las ciudades modernas.
La superficie en medio del desierto y el espacio encima de él no tiene valor como lo tiene la misma superficie en las ciudades justo por estar en una comunidad viva y dinámica, y nadie puede apropiarse de origen de ese intangible. Lo correcto es que sean las comunidades, a través de los gobiernos, quienes se atribuyan el acceso a dicho potencial demandando las contribuciones correspondientes a la explotación y uso del espacio urbano.
La discusión anterior engarza con el tema inicial de este artículo: el espacio público. En las urbes modernas, la forma más eficiente de acomodar a la población es en grandes edificios verticales. La imagen idílica de la familia rural mexicana (“un portal allá en el frente/en el jardín una fuente”) es económicamente ineficiente. La superficie debe ser usada para acomodar la máxima población posible para ocupar la menor superficie posible para la urbanización y el mayor espacio posible para el espacio publico y las áreas verdes. Una casa unifamiliar con un patio exclusivo es un uso ineficiente del espacio urbano. Vivienda en edificios altos que minimicen el uso de energía y agua y optimicen la superficie son la mejor solución urbana.
¿Y el patio de mi casa? Para eso debemos de multiplicar los espacios públicos. Un espacio público de alta calidad es un remedio (así sea parcial) para la desigual distribución de la riqueza: todos pueden accederlo sin importar el decil al que pertenezcan, y elevar así su calidad de vida. En las nuevas ciudades, el patio de mi casa no es particular.
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