Quizá nos lo merecemos. Quizá Donald Trump es el costo que el orden liberal tiene que pagar por ser complaciente con sus excesos: el llevar la desigualdad en los ingresos y la riqueza a niveles no vistos en un siglo ha producido una reacción desde la izquierda y la derecha en casi todos los países, y en particular en Estados Unidos la derecha fue muy hábil para convencer a una minoría de la población, pero mayoría electoral, que la fuente de esa desigualdad era el comercio y no la desproporcionada estructura impositiva, la cual incluso fue cambiada para ahondar tal desigualdad.
Quizá nos lo merecemos. Ese feudal esquema electoral estadounidense que le permitió a Trump ganar la presidencia a pesar de perder el voto popular por casi tres millones de votos, le ha permitido socavar la democracia e imponer una agenda radicalmente conservadoras en muchos órdenes, el más importante de ellos siendo la intentona de dinamitar las instituciones democráticas estadounidenses y la estructura multilateral comercial, militar y financiera levantada por los propios Estados Unidos tras la segunda guerra.
Quizá nos lo merecemos. La enloquecida elección de un aspirante a dictador ha hecho que Trump socave a sus aliados provenientes de democracias y admire, alabe y justifique a los líderes provenientes de tradiciones no democráticas: en Arabia, en Rusia, en Corea del Norte, Trump sueña con que la democracia no exista y poder hacer lo que está acostumbrado a hacer desde que era un bebé: su endemoniada voluntad.
Lo que no nos merecemos es que ese suspirante a dictador, envidioso de tiranos, y fanático de caciques, vaya incluso en contra de los basamento del crecimiento económico moderno. Ni a los líderes fuertes que Trump admira se les ocurriría atentar contra las fuentes del crecimiento: la innovación, el libre comercio, y la política monetaria independiente.
Trump ha ido contra todo: es un vocal enemigo y vociferante envidioso de la empresa que quizá como ninguna, define la automatización, la hipereficiencia del comercio y el abaratamiento de los costos globales: Amazon; ha desatada guerras comerciales contra sus principales socios comerciales y aliados: la Unión Europea, Canadá y México, China y Japón, poniendo a la economía global en el borde de una escalada arancelaria en donde lo único que resultará será estancamiento y mayores precios; y el colmo fue la semana pasada, cuando el vociferante arremetió ahora contra la Reserva Federal, cuya independencia ha sido sacrosanta para todos los presidentes de EEUU desde su creación.
No nos engañemos. Del hecho de que el Presidente de los Estados Unidos ataque a las tres fuentes principales del crecimiento económico no puede salir nada bueno. La innovación, el libre comercio, y la política monetaria independiente, todos ellos aspectos en donde los Estados Unidos son líderes globales, están siendo conculcados por Trump, el delirante está intentando dominarlos, en su narcisista y fútil afán de ser el rey del mundo.
No podrá dominarlos por supuesto. Las fuerzas de la innovación, el comercio y las instituciones monetarias pueden más que cualquier político, por más poderoso que éste sea, y las únicas ocasiones que han reculado fue debido a guerras vastas o desastres.
Pero en lo que Trump se da cuenta que el mundo no es la empresa que le heredó su padre y en dónde siempre ha reinado sin empacho, y que no podrá dominarlo, puede hacernos a todos un daño severo.
Hasta hoy los mercados no nada más han ignorado, sino que parecen celebrar cada andanada de malas noticias provenientes del habitante de la Casa Blanca. Eso me preocupa: también en 1999, en 2007-2008, cada mala noticia era celebrada en los mercados por nuevos máximos históricos en las bolsas…hasta que un día ya no.
Trump osó criticar en público el accionar de la Fed la semana pasada. Eso no lo había hecho nadie. George Bush el Viejo fue notorio por presionar al jefe de la Fed para que no subiera tasas, pero todo fue tras bambalinas y en una negociación franca. Que Trump (al cual quizá nos merecemos), ande por Twitter disparando contra la Fed: eso no nos lo merecemos.
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