Lo recuerdo muy bien: el fin de semana de conmemoraciones de la independencia mexicana hace diez años coincidió con la eclosión de la mayor crisis financiera en lo que va de este siglo, y en la cuenta larga, sólo rivalizada en virulencia, aunque no en intensidad, por la Gran Depresión de 1929. Recuerdo abrir en internet el website del Wall Street Journal y ver los titulares: Lehman Brothers se declaraba en quiebra, y la colosal Merrill Lynch era vendida a precio de saldo a Bank of America. En los meses subsecuentes yo perdí mi empleo y la economía mexicana se hundió en su peor crisis desde 1994. Mas que eso: el mundo cambió para siempre. Y sigue cambiando debido a esa crisis.
Yo era el director general adjunto de un poderoso banco franco-belga, Dexia, a la sazón el mayor banco del mundo en financiamiento del sector público y del de infraestructura. Era en aquél tiempo un orgulloso conjunto de equipos entrenados en la estructuración de proyectos de infraestructura en todo el planeta, reconocido por el cuidado con el que generaba sus activos, pero tuvo un problema: financiaba proyectos de muy largo plazo y poco líquidos, con financiamiento de corto plazo y volatil. Ese modelo estaba destinado a tronar: tarde que temprano habría una crisis de liquidez en la cual las necesidades de financiamiento no podrían ser cubiertas con los activos de muy largo plazo.
La mañana del 16 de septiembre de 2008 disparó una crisis bancaria que muy rápidamente derivó en una crisis de liquidez, por lo que los grandes bancos que como Dexia, dependían del financiamiento de corto plazo para operar se quedaron sin oxígeno, pues los bancos centrales, especialmente el europeo, tardaron mucho en reaccionar y abrir la llave de la liquidez. En el curso de muy pocos meses Dexia, junto con decenas de bancos alrededor del mundo, eran obligados a cerrar sus actividades.
Un banco es un negocio peculiar: pide prestado para prestar. Eso es lo que hace. Pide prestado al público ahorrador y/o al mercado, para prestar, así que cuando el mercado dejó de prestar, y el prestamista de última instancia, el banco central, vaciló en hacerlo, decenas de bancos crujieron y tronaron, y el panorama financiero cambió para siempre. Hoy los grandes bancos de hace diez años, antes verdaderos emperadores, son eclipsados por los colosales gestores de activos: Blackrock, Vanguard y State Street, entre otros, y los bancos centrales, hace diez años ausentes en el mercado de liquidez de corto plazo, hoy son una fuente –si bien recalcitrante- del fondeo de corto plazo.
El banco en el que trabajaba, Dexia, siguió los pasos de decenas de sus competidores: cerró, y con el tiempo tuve el honor de hacerme cargo del manejo de las finanzas de la Ciudad de México. Durante una buena parte de mi gestión, tuve un ayudante peculiar: la Reserva Federal de los Estados Unidos, la cual al bajar sus tasas de interés a cero por ciento, con el fin de inyectar la urgente liquidez en el sistema bancario, nos dio a gobiernos, empresas y hasta los especuladores, un regalo histórico: los costos financieros mínimos de la historia del capitalismo mundial. En México las tasas de interés líder reguladas por el Banco de México cayeron casi al tres por ciento, algo jamás visto, lo que significó que la Ciudad de México, así como el país y sus empresas, gozaron de un costo financiero extremadamente bajo y nos dio un margen de maniobra que en nuestro caso, pudimos utilizar para producir finanzas públicas equilibradas y acomodar las otras presiones de gasto para entregar superávits estables.
Diez años después estos es lo que sé: que los bancos son instituciones extremadamente frágiles y peligrosas si no existen mecanismos precisos de liquidez; que la ortodoxia económica es un lastre irresponsable en tiempos de crisis y que el costo humano de vacilar es prohibitivo, se debe de intentar lo que sea para evitar que una crisis se profundice –ojo, esto no es simétrico en las expansiones-; que las finanzas públicas en los últimos diez años gozaron de un regalo histórico, tasas de interés mínimas, que ya van de salida, y que deben de estar preparadas para el regreso a la normalidad; que es fácil ser dogmáticos en economía, y que es muy fácil dejar de serlo, sólo hay que creer lo que ven tus ojos; que si ocurrió una vez, entonces volverá a ocurrir: la economía vive a lo largo de ciclos, de expansiones y cataclismos, y que luego de caer en un hoyo espantoso hace diez años la recuperación económica ha sido portentosa, pero que debemos de estar atentos a los riesgos que pululan por doquier, y que tarde que temprano, nos estallarán de nuevo en la cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario