Cuando los griegos ganan la batalla de Maratón, los atenienses se enteraron horas después de la victoria y prepararon la ciudad para el nuevo escenario. En la era de los descubrimientos geográficos europeos, las potencias imperiales tardaban meses en saber de sus nuevos territorios ganados. Hoy los eventos se conocen al instante y sus repercusiones son veloces, y eso está cambiando la forma en que los gobiernos y las instituciones, de por si lentos por diseño, reaccionan ante los raudos cambios de la nueva economía, y se están quedando atrás sin remedio.
Sillicon Valley va mucho más rápido que Washington. La franja costera y los valles adyacentes a la costa del pacífico californiano llevan casi cuarenta años transformando al mundo a una velocidad inesperada, y sus productos han hecho obsoletos no únicamente los artefactos que conocíamos, sino a los gobiernos mismos.
La forma en que escuchamos música, en que conservamos imágenes, en que nos comunicamos, en que nos entretenemos, ha sido revolucionada por Sillicon Valley, con el financiamiento de Wall Street, durante las últimas décadas, abrumando al orden económico establecido y presentando un acertijo a los gobiernos.
Pensemos por ejemplo en Uber. Sillicon Valley toma un bien ya existente, el automóvil, y lo convierte en un extraordinario negocio para la empresa que desarrolla la plataforma: Uber, pero también para decenas de miles de personas que tienen una oportunidad de ingreso. Las víctimas de este invento son evidentes: los taxistas, quienes gozaban de una patente de corso de la cual extraían rentas del resto de la sociedad, y quienes han montado espectaculares protestas, con distintos resultados, en diversas ciudades del mundo.
Los gobiernos del mundo no han articulado una solución coherente ni uniforme al reto y la oportunidad planteado por inventos como Uber o Airbnb. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que quizá Uber es sólo un producto temporal en lo que llegan los autos no tripulados. Si los gobiernos no saben bien a bien qué hacer con Uber, en términos de la regulación y de sus efectos sobre esa parte de la fuerza laboral que enfrenta de súbito una competencia nueva, ¿Qué van a hacer los gobiernos cuando lleguen las flotillas de autos no tripulados? ¿Cómo va a enfrentar el reto de regular, vigilar, contener y administrar esas flotillas de autómatas que transportarán a sus pasajeros sin necesidad de conductores?
El auto no tripulado está, literalmente a la vuelta de la esquina (nomás para abrirle la puerta), y cientos de desafíos planteados por la automatización y la inteligencia artificial, que en un plazo menor a lo que imaginamos estarán en las calles: robots atendiéndonos en bares y restaurantes; autos, trenes y aviones no tripulados; robots decidiendo en dónde y como invertir; robots vigilando el cumplimiento de contratos y redactándolos; robots divirtiéndonos y contándonos historias; robots vigilándonos y castigándonos.
Muchas de esas actividades para las cuales la automatización es ya inminente, no sólo tendrán implicaciones económicas profundas, o las están teniendo ya, sino que tendrán efectos dramáticos sobre el poder político y la efectividad del mismo. Antes de Uber un taxista era una patente del poder público. Hoy Uber ha expropiado ese poder y lo ha puesto en una plataforma informática que no responde mas que a la oferta y la demanda por el servicio. Lo mismo ocurre con Airbnb, en donde el poder público ha sido expropiado de su derecho de autorizar el hospedaje y regularlo. Ocurre lo mismo con ese sector llamado Fintech, en donde las tecnologías están avasallando la forma en que el dinero llega de un lado a otro sin pasar por los bancos, quienes los últimos cinco siglos han detentado la patente de ser el camino del dinero con permiso del poder público.
Lo que estamos viendo es el albor de una revolución tecnológica inimaginable, en donde no sólo los actores económicos están completamente a oscuras, sino sobre todo, los gobiernos no saben lo que les espera. Eastman Kodak era hasta los ochenta, la empresa tecnológica por excelencia. Hoy ya no es mas que un recuerdo. Arqueología económica. El tsunami de cambios tecnológicos que se aproxima puede dejarnos así, en calidad de vestigios de otros tiempos.
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