Los bancos centrales del mundo podrían estar cavando su propia trampa. Como tras la terrible crisis del 2008-2009 la política monetaria expansiva fue la única herramienta disponible para sacar a las economías de la Gran Recesión, todos los agentes económicos y los mercados del mundo dependen hoy de que los bancos centrales bajen el costo del dinero. Pero la generalización de tasas de interés negativas puede implicar que cuando la próxima recesión llegue (y puede estar por llegar pronto), los bancos centrales no tenga municiones para disparar cuando más lo necesiten.
Si los mercados en México no reaccionaron de manera significativamente negativa cuando el Banco de México bajó su tasa de interés 25 centésimas hace un par de semanas, es porque los bonos mexicanos son una rareza cada vez más valiosa en el mundo: bonos emitidos por países con grado de inversión con tasas positivas son cada vez más escasos, y por mucho que Alejandro Díaz de León y la Junta de Gobierno del Banxico reduzcan la tasa, los flujos de inversionistas locales no se revertirán severamente, pues las alternativas de inversión en el resto del mundo, incluyendo los Estados Unidos, cada vez son menos exiguas.
Bank of America publicó recientemente una numeralia que ayuda a entender qué es lo que está pasando. De los bonos en circulación emitidos por países desarrollados, dos terceras partes ofrecen ya un rendimiento negativo. Y de esa tercera parte que aún ofrece rendimientos positivos, el noventa por ciento lo representa el mercado de renta fija de los Estados Unidos.
Si los bonos estadounidenses son la última tierra firme en un mar de bonos en donde todos los demás se encuentran bajo el agua, es de esperarse que los flujos de inversión se dirijan hacia Wall Street y produzcan el rally del dólar que hemos visto en los últimos meses. Si la moneda estadounidense se fortalece en estos momentos, en donde existe evidencia de un desempeño cada vez más suave, sobre todo en el sector manufacturero, las probabilidades de que tal lentitud se conviertan en estancamiento o recesión aumentan con la fortaleza del dólar. Y un dólar demasiado fuerte está haciendo enojar a Donald Trump, y podría complicar aún más la soterrada guerra de divisas existente en el mundo, la cual en ocasiones estalla a campo abierto como la reciente ofensiva de China al permitir la depreciación del Yuan por encima de las siete unidades contra el dólar.
Peor aún. Si los flujos de inversión siguen inundando el mercado de bonos estadounidenses, el mercado, y ya no la Fed, empujará los precios al alza, y por lo tanto los rendimientos a sus mínimos, y pocos inversionistas descartarían, dado lo que está ocurriendo en el mundo, que las tasas negativas se instalaran también, algo impensable hasta hace poco, en el mercado de bonos de los EEUU.
Si la recesión llega, como parece probable dados algunos indicadores, encontrará a los bancos centrales del mundo en una posición en la que jamás han estado en su historia: enfrentando una recesión económica y ante la necesidad de relajar la política monetaria y por lo tanto bajar sus tasas de interés a partir de un nivel en donde las tasas son negativas.
Si lo anterior ocurre los bancos centrales estarán en un dilema extremadamente complicado, pues bajar más allá de las tasas negativas implica que le pagan a los bancos comerciales para que éstos tomen prestado para que a su vez inyecten la liquidez en la economía.
¿Qué seguiría entonces? Como lo imaginó Friedman: ¿que los bancos centrales suelten dinero desde un helicóptero para que la gente lo tome y lo gaste? La figura nos parecerá cómica. Pero si dicho escenario se materializa entonces quizá estaremos en una circunstancia en donde la política monetaria sea completamente ineficaz como herramienta para sacarnos de la rece
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