No debería sorprendernos que el
proteccionismo esté de vuelta. Es una de las consecuencias de la terrible
crisis económico-financiera del 2008-2009, dado que las economías nacionales,
incapaces de articular un crecimiento sostenible (con la notable excepción de
los Estados Unidos), buscan depreciar sus monedas para venderle a la máquina
económica del mundo: justo los EEUU, más bienes y servicios para crecer. Pero
el punto llegó en que los EEUU, a través del iletrado Trump, dijo “esta masacre
acaba aquí”, y comenzó a cerrar las fronteras.
Los Estados Unidos son para la economía
mundial el comprador de última instancia. Son el gran cliente del resto del
mundo. Ellos lo saben de algún modo y por ello tienen la moneda más fuerte del
planeta: para poder comprar lo más barato posible los bienes y servicios del
resto. Ese papel de ser el cliente de última instancia fue absolutamente clave
para que la economía global pudiera salir de la Gran Recesión de 2008-2009. El
resultado fue por supuesto un aumento en el déficit de cuenta corriente de los
Estados Unidos, al cual el muy elemental de Donald Trump ve como un símbolo de
abuso del resto hacia su país, y una señal de debilidad extrema.
El déficit de cuenta corriente de EEUU es
todo lo contrario: una señal de la enorme fortaleza de su demanda interna y de
la fortaleza del dólar. Más aún, dado que los Estados Unidos no necesitan tener
reservas internacionales, el mayor déficit de cuenta corriente significa un
mayor superávit de cuenta de capitales: ahorro del exterior que busca ser
invertido en los Estados Unidos, en su economía y en sus mercados. El auge
bursátil de Wall Street, el déficit de cuenta corriente, y la fortaleza del
dólar, son las distintas caras de un mismo proceso.
¿Si la cuenta corriente de EEUU es muestra
de su fortaleza económica, por qué Trump lo equipara a una carnicería en contra
de su país? La respuesta más sencilla (y quizá la correcta), es por ignorancia.
Pero intentemos una respuesta más objetiva. La primera explicación es directa:
detrás del déficit de cuenta corriente si hay perdedores, aquellos sectores
estadounidenses que no pueden competir con el exterior, y si mapeamos a esos
sectores con el mapa electoral, el resultado no debería de sorprendernos: son
los que votaron por Trump.
Si por motivos electorales, por su afán de
ganar y mantener el poder, Trump y los republicanos están impulsando una agenda
económica que les da réditos políticos de corto plazo, pero pérdidas económicas
en el largo plazo no debería de asombrarnos: los políticos tienden a pensar
así: en el resultado de la elección que viene, y no en lo que el país debe ser
en las próximas décadas. Es un sesgo natural que siempre debe de ser compensado
por los actores económicos y por los mercados.
Y son los mercados los que en efecto, han
sido los principales críticos de la estrategia comercial e internacional de
Trump, de su bilioso proteccionismo. En los últimos doce meses el S&P 500
por ejemplo, no ha subido un ápice. Claro que si comparamos el mercado respecto
de su cierre de diciembre 2018 estamos sustancialmente arriba, pero pocos
tuvieron esa suerte. El mercado tiene más de un año sin moverse, sin ir a
ningún lado, mostrando así la incomodidad que le produce el inoportuno
proteccionismo de Trump.
Lo irónico es que el libre mercado está
siendo cuestionado por los países de donde surgió: el Reino Unido y los Estados
Unidos. Y el proteccionismo viene hoy justo de esos dos países. Pensándolo bien
la ironía no es tal: la globalización fue iniciada por esos dos países para
vender sus productos y abaratar sus costos, arrasando las economías del resto.
Pero cuando el resto se repuso y supo competirles, los EEUU y el RU están
cerrándose para competir con ventaja, que es como siempre lo han hecho. Para
protegerse del proteccionismo es necesario tener en cuenta una cosa: el que se
lleva se aguanta.
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