El pasado martes 24 de febrero, luego de ser masacrada el mes anterior por las fuerzas del mal de Wall Street, la acción de GameStop, la oscura cadena de tiendas de venta y renta de videojuegos regresó con bríos inauditos y subió en una sola jornada casi 104 por ciento. Y en el post mercado, antes de la apertura del jueves, se disparaban un increíble 83 por ciento. En solo dos jornadas pasaba de cerca de 50 a 168 dólares. Tan solo dos días antes el mercado se hundía, ante el ascenso de la tasa de rendimiento del bono de 10 años, asustado por la inflación. Pero bastaron palabras terapéuticas de la Fed para desatar de nuevo la euforia financiera.
La semana comenzó llena de temores, con los mercados cayendo, y especialmente el infladísimo sector de empresas tecnológicas despeñándose, y los mercados de divisas derrapando ante la fortaleza del dólar.
La razón para tal desconcierto fue rápidamente identificada, la tasa de rendimiento del bono de 10 años, el indicador más importante de los mercados financieros, capaz de mover con sus saltos a bonos, acciones y divisas, se movía aceleradamente hacia arriba y se llegó a ubicar en 1.34 por ciento, equivalente su nivel más alto en un año en términos reales, es decir, una vez descontando la inflación esperada.
El incremento acelerado de la tasa del bono de 10 años había fortalecido al dólar y hundido al resto de las divisas, especialmente a las de economías emergentes, como la de México, y vapuleado las acciones de empresas tecnológicas, cuyas valuaciones son especialmente sensibles a la tasa de interés.
La mayoría de las empresas tecnológicas generan más costos que ingresos en el presente, debido a sus inversiones masivas, por lo que sus beneficios comenzarán varios años en el futuro. Al subir la tasa de rendimiento, el factor con el cual se descuentan sus dividendos futuros se eleva, reduciendo el valor actual de la acción, por lo que el salto brusco de la tasa de 10 años motivó un ajuste significativo en este sector.
Pero el martes y miércoles, el amo y señor de las tasas, el presidente de la Fed, Jerome Powell, participó en sus programadas comparecencias ante el Congreso de los Estados Unidos y los inversionistas oyeron lo que necesitaban oír: que el banco central seguiría con sus masivas compras de bonos gubernamentales con tal de proveer la liquidez suficiente para el sistema, y que haría lo necesario para mantener la recuperación económica, dejando en segundo plano la preocupación respecto de un posible rebote de la inflación.
Las palabras de Powell fueron el bálsamo que los inversionistas pedían, y tras ir hundiéndose más del 2 por ciento en la jornada del martes, inmediatamente se dieron la vuelta, remontando lo perdido y cerrando con alzas. Se dispararon el miércoles, y todo indicaba que el frenesí continuaría el jueves. La burbuja especulativa, que tantas alegrías le ha traído a tanta gente, y a los bancos centrales, estaba de regreso.
Y no hubo mejor muestra del retorno de la especulación desenfrenada que las acciones de la famosa GameStop, la casi muerta cadena de venta y renta de videojuegos que fue, como una Helena troyana, la causa de disputa entre los fondos especulativos (que apostaban en su contra), y los inversionistas de redes sociales (que apostaban a su favor) que en el último mes alcanzaron los titulares de los medios globales y convirtieron a dicha batalla en una celebridad.
Los inversionistas en GameStop primero perdieron contra los fondos especulativos, pero en la segunda batalla infringieron una afamada derrota contra los especuladores, solo para ser hundidos por Wall Street en una saga similar a “El Imperio Contraataca”.
Pero en la última hora y media de la sesión del miércoles lo que vimos fue “El Regreso del Jedi”, y en solo 90 minutos la acción de GameStop, de manera lunática y desenfrenada, duplicó su valor luego de noticias de un cambio en su dirección.
El regreso de GameStop a la palestra es simplemente la corroboración de lo que muchos temen sea la burbuja especulativa más fastuosa de los tiempos modernos. Un frenesí de alzas que se alimenta a sí misma y que no parece tener límite, llevando los precios de los activos a valuaciones ridículamente altas, pero de las cuales nadie se queja porque todos ganan sin importar en qué apuesten.
Si. Estamos en una burbuja especulativa. Desenfrenada y loca. Pero lo malo de las burbujas es que son muy atractivas: hacen a los inversionistas ricos sin mucho esfuerzo y de manera muy rápida. Todo es felicidad y desenfreno. Hasta que la burbuja revienta. Lo cual puede ocurrir mañana, o hasta dentro de diez años.
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