El amor y la amistad en medio de la pandemia. ¿Puede la poesía hablar de amor y de amistad en medio de una pandemia? Si. Escuchen si no a esta, una de las voces más contundentes de la poesía en castellano de las décadas recientes: la de Abigael Bohorquez.
La biografía de este enorme poeta mexicano es en sí misma, una obra dramática. Sonorense llegado a la Ciudad de México buscando un lugar en el medio literario de la gran capital, en una época boyante además para la literatura en castellano: los años de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Elena Garro, José Emilio Pacheco, Jaime Sabines, y un largo y maravilloso etcétera. Un verdadero siglo de oro para nuestra lengua desatado décadas antes por el empuje de Rubén Darío.
En ese Anáhuac en donde la literatura en castellano vivía un largo esplendor, llega este menudo poeta homosexual y marginal. Buscando insertarse vital y laboralmente en el medio intelectual de la época, logra publicar una obra que recibe algunas críticas importantes, pero su carácter lo enemista con los grupos literarios de entonces y acaba viviendo en Milpa Alta, dando espectáculos travestis y talleres literarios en la marginalidad urbana.
Años después se le descubre de regreso en Sonora, en Ciudad Obregón, viviendo con su "yoreme", y sobreviviendo con algunas becas municipales y apoyos de amigos. Es en esa época, ya renunciando a pertenecer a la galaxia intelectual nacional, cuando Abigael Bohorquez escribe quizá lo mejor de su obra y algunos de los poemas más sorprendentes del castellano reciente.
En 1991 la ONU convoca a un concurso de poesía sobre el Sida, la pandemia que asolaba al mundo en aquellos años y que hoy ha aminorado algo gracias a los avances medicos. La historia es confusa, pero el jurado da el premio al poemario de Abigael Bohorquez, pero la ONU rechaza publicar el libro.
El libro se llama "Poesida", y es una muestra brutal del talento de Abigael y la enorme libertad con que trataba sus temas vitales; su homosexualidad, su pobreza, su marginalidad, y su vida y su muerte.
Es alrededor de ese momento que Abigael Bohorquez le encarga a Mario Bojorquez editar "Poesida", ante el rechazo del patrocinador original a hacerlo. Mario me ha platicado los detalles de lo que ocurrido después, así que lo dejaré para cuando el lo cuente, pero poco tiempo después de ese encargo, "yoremito" descubre el cadaver de su amado Abigael muerto de varios días en su pequeña casa en Cajeme.
Mario Bojorquez recauda fondos, convencido de que "Poesida" es uno de los libros más importantes de poesía escritos en México, y tras editarlo recorre el país vendiendo la edición en medio de un periplo legendario que ojalá alguna vez él se anime a contar.
Esta larga introducción es necesaria para presentar el primer poema de "Poesida", con el título de "Desazón".
Desde su primera stanza, desde el primer verso, el lenguaje, la temática, el tono y la voz de Abigael hablando sobre su homosexualidad, su pobreza, su marginalidad (¿y su sida?), construyen uno de los poemas más dramáticos y sonoros del castellano de las últimas décadas.
Hoy el mercado celebra el día del amor y la amistad, esta creación del comercio estadounidense para vender cosas a propósito de estos dos sentimientos fundamentales de nuestra vida. ¿Puede la poesía en castellano, en medio de esta terrible pandemia, hablar de amor, de sexo, de redención y salvación, en medio de la muerte? Si. Lean, escuchen con los ojos, este increíble poema del maestro Abigael Bohorquez.
DESAZÓN
Cuando ya hube roído pan familiar
untado de abstinencia,
y hube bebido agua de fosa séptica
donde orinan las bestias;
y robado a hurtadillas
tortilla y sal y huesos
de las cenadurías;
y caminado a pie calles y calles,
sin nómina,
levantando colillas de cigarros;
y hubime detenido en los destazaderos,
ladrando como perro sin dueño,
suelo al cielo, mirando a los abastecidos.
Cuando ya hube sentido
en pleno vientre el hueco
resquebrajado y yermo
del hontanar vacío,
y metido las manos a los bolsillos locos
y, aun así, levantando la frágil ayunanza
del alma en claro,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste, y espero.
Cuando ya hube saboreado
sexo y carne y entraña,
y vendido mi cuerpo en los subastaderos,
cuando hube paladeado
boca, lengua y pistilo,
y comprado el amor entre vendimiadores,
cuando hube devorado
ave y pez y rizoma
y cuadrúpedo y hoja
y sentado a la mesa alba y sofisticada
y dormido en recámara amurallada de oro,
y gustado y tactado y haber visto y oído,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste. Y camino.
Cuando ya hube salido
de cárceles, burdeles, montepíos, deliquios,
confesionarios, trueques, bonanzas, altibajos,
elíxires, destierros, desprestigios, miseria,
extorsiones, poesía, encumbramientos, gracia,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste. Y acato.
Por eso, ahora lejos
de lo que fue mi casa,
mi solar por treinta años,
mi heredad amantísima,
mis palomas, mis libros,
mis árboles, mi niño,
mis perras, mis volcanes,
mis quehaceres, la chofi,
sólo escribo a pesares:
Dios me asiste.
Y confío.
Y de repente, el Sida
¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja
ya de sí moridero y desamores,
en esta costra antigua
a diario levantada y revivida,
en esta pobre hombruna
de suyo empobrecida y extenuada
por la raza baldía? Sida.
Qué palabra tan honda
que encoge el corazón
y nos lo aprieta.
Afuera, al sol,
juguetean los niños,
agrio viento,
con un barco menudo
en mar revuelto.
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