No fue una sorpresa (aquí en Excelsior lo habíamos anticipado desde el lunes pasado), pero si fue sorprendente: la Fed no esperó a que la economía global, y en particular la estadounidense, sufriera los estragos de una pandemia de coronavirus, y ante la evidencia de que el daño a la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios a escala mundial, están siendo ya afectadas por los efectos del virus, el banco central estadounidense disparó una bala de muy grueso calibre, reduciendo sus tasas de interés en 50 centésimas.
De fondo la Fed, y la mayoría de los bancos centrales importantes del mundo, están apostando por una estrategia de resignación: si no sirve la política sanitaria, disparemos contra el virus la política monetaria.
Es decir, ante la ausencia aún de un remedio médico contra el covid-19, lo que la política monetaria puede hacer es tomar medidas extraordinarias para que los bancos comerciales globales tengan los fondos necesarios para inyectar, y para proveer de liquidez a los mercados de divisas, de crédito y accionario del planeta, y evitar así disrupciones que puedan causar quiebras sistémicas e interrupción de la marcha económica en el mundo
Ya que aún no encontramos la cura para los pacientes, evitemos que la economía se enferme. La pregunta es si la política monetaria podrá suplir a la política sanitaria. Es decir, si la inyección de liquidez logrará compensar los efectos económicos que ya se sienten por todas partes, paralizando la manufactura china, interrumpiendo el turismo en Europa, proscribiendo los viajes internacionales de las grandes multinacionales y los bancos en Wall Street y la City londinense, incentivando que cada vez más trabajadores se queden laborando en casa para evitar la propagación del virus para el cual aún no hay cura, y cuya tasa de infección continúa progresando geométricamente.
La respuesta a la anterior pregunta es: depende qué tanto dilate la política sanitaria en encontrar un medicamento contra el covid-19. Si la solución está disponible en el próximo mes o dos, entonces la ingente oferta de liquidez que, con la Fed a la cabeza, los bancos centrales del mundo (el Banco de México no tarda en acompañar) están suministrando a la economía, podrá garantizar el buen funcionamiento de los mercados de divisas, de crédito y de capital, y ayudar así a una rápida recuperación de la economía una vez que la fase más aguda de la epidemia haya pasado.
Pero (y este dato los mercados están ya calculándolo) si la solución sanitaria se dilata más allá de tres-seis meses, la política monetaria no podrá, por si sola, evitar que haya una contracción generalizada del producto y del empleo a nivel global, ni podrá salvarnos de una ruptura en la liquidez desordenada de los mercados de divisas, de capitales, y lo que es más grave, de crédito.
Porque dentro de la hoja de ruta de la Fed, el coronavirus y el efecto económico del mismo es un capítulo del libreto que no había sido considerado. Después de casi una década de tasas de referencia casi en cero, la Fed subió poco a poco sus tasas de interés con el fin de normalizar el nivel de las mismas, y de tener margen de maniobra para cuando la siguiente recesión llegara.
Y hasta el momento el guión había funcionado a las mil maravillas: cuando abundaron signos de debilitamiento económico por todas partes del mundo y en los EEUU en 2018, la Fed pudo reducir, de manera gradual y ordenada, sus tasas en 2019 para calibrar el ciclo y enderezar de nuevo el crecimiento. Todo iba conforme a lo planeado.
Pero la irrupción del coronavirus y sus amplios efectos económicos han trastocado el cuidadoso plan de la Fed y los bancos centrales, y los han obligado a quemar uno, si no es que dos cartuchos, que ellos pensaban utilizar más adelante y poco a poco.
El Covid-19 forzó a la Fed y a los bancos centrales a abandonar la preciosa y necesaria gradualidad (recortes de 25 centésimas), y en su lugar usaron un obús de 50 puntos para que no quedara duda que los bancos centrales apoyarían con la liquidez necesaria. El problema con usar esos cartuchos es que ya hay muy poco en la carrillera, y si la política sanitaria no funciona rápido, la política monetaria no será suficiente para salvar al mundo de la epidemia, ni de la recesión.
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