Los virus enferman a individuos y a las economías: los individuos se curan con medicamentos, las economía con dinero barato. Así que mientras no encontremos la cura para el coronavirus, le toca a los bancos centrales, especialmente a la Fed, tratar de curar a las afligidas economías con una nueva ronda de inyección de liquidez.
A inicios de febrero escribíamos aquí que el humor de los mercados era de tal modo optimista, que ignoraría los posibles efectos del coronavirus y que seguiría subiendo, marcando nuevos récords. Como ocurrió. Pero la semana pasada advertíamos que dicho optimismo era infundado, y que los efectos sobre la economía china y la coreana, dos naciones claves en la cadena de suministro de la manufactura global, estaban ya causando daños significativos en el comercio internacional, y que los precios récord de las acciones no se justificaban. Como ocurrió.
Pero el ajuste de precios accionarios que anticipábamos fue mucho más violento de lo que nadie hubiera pronosticado. De hecho hay un dato que descolla: es la caída mayor al diez por ciento desde un nivel máximo histórico más rápido de la historia. Es decir, nunca los mercados habían caída tan rápido tras marcar un nuevo récord histórico.
Por la anterior razón, porque el ajuste fue extremadamente violento, es posible que esta semana, tan pronto como este lunes, veamos y escuchemos acciones coordinadas de los principales bancos centrales del mundo para tratar de prevenir el contagio del coronavirus, no en una escala biológica, sino financiera y económica.
¿Qué tan violento fue el ajuste? Veamos los siguientes datos. Primero una definición técnica: cuando un índice del mercado, luego de marcar un récord máximo, cae más de diez por ciento por debajo de ese nivel, se dice que ha habido una corrección. Si la caída es superior al veinte por ciento, se dice que estamos en un mercado bajista, o bear market.
En solo siete días, los mercados en Wall Street pasaron de un récord histórico el 12 de febrero, a una corrección: el Dow Jones está 14 por ciento por debajo de su máximo; y el S&P 500 y el Nasdaq se encuentran 13 por ciento por debajo. Esa corrección ocurrió en tan solo siete sesiones, un récord histórico por la velocidad del ajuste. Los mercados cayeron 12 por ciento el Dow y 11.5 el S&P 500, la peor caída semanal desde la terrible crisis financiera de 2008.
Tan fuerte fue la caída, que en una semana Donald Trump pasó de presumir una ganancia de los mercado de 61 por ciento desde su elección, a una ganancia de 38 por ciento. Peor aún, medido desde su toma de posesión, las ganancias son de apenas 29 por ciento, así que la gran herramienta política del impresentable Trump, el rally de Wall Street, ha sido diezmada en una sola semana, de allí su frustración y sus intentos por convencer al mundo que el coronavirus no tendrá un impacto significativo.
Pero los tendrá. Es más, ya los ha tenido. Y la mejor muestra de que los temores expresados aquí hace una semana, están sustentados, es un indicador que puede ser clave para mostrar el daño ya hecho, el PMI de China, el cual muestra el sentimiento y el estado de la manufactura en aquél país. Los datos recién publicados para el mes de febrero revelaron una caída dramática, de 50 a 35.7 (una cifra por arriba de 50 indica expansión, debajo de 50, señala contracción), un número por debajo incluso de lo que vimos durante la crisis de 2008-2009.
Lo que está pasando en China, a nivel epidemiológico y a nivel económico, podría ocurrir en otras latitudes. La reacción ante la difusión del virus podría obligar a detener la economía y causar un efecto significativo en la producción y el intercambio que, de no ser mitigada por una nueva ronda de inyección de liquidez por parte de los bancos centrales, podría convertirse en una recesión prolongada.
Por lo anterior es posible que veamos anuncios de bancos centrales inyectando liquidez, lo que ayudará a que la violenta corrección que vimos la semana pasada se regrese un poco. Veremos una recuperación temporal de los mercados que darán la ilusión de que la economía vuelve a la normalidad, a menos de que el coronavirus, cuyos efectos aún nos son desconocidos, disponga lo contrario.
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