Los mercados financieros del mundo han tenido el regreso de las profundidades más rápido de la historia. Así como tuvieron la caída en mercado bear más rápida, han tenido un regreso desconcertante. La explicación no es muy difícil: entre el gobierno de los Estados Unidos y la Fed, van a inyectar más de cuatro billones de dólares, casi veinte por ciento del PIB. Y si sumamos lo que inyectarán los otros gobierno, quiza lleguemos a un veinticinco por ciento del PIB global. Pero tan importante como la cantidad, ha sido la oportunidad con que el rescate ha sido implementado.
Los datos inmediatos sobre los efectos del parón económico por la pandemia son pavorosos. En Estados Unidos tan solo, se han destruido casi 22 millones de empleo en tan solo un mes de encierro en casa. Tal cifra es equivalente al número de empleos creados en ese país en los últimos diez años. Si eso muestran los datos oportunos de la economía más fuerte del mundo, ¿qué cabría esperar cuando veamos los datos definitivos de economía emergentes, o de la nuestra, tan dependiente de la economía estadounidense? Un profundo crater provocado por un colosal meteoro sobre la superficie de la economía global y local.
En los Estados Unidos ya todos los hogares están recibiendo un cheque, o transferencia, por parte de la autoridad fiscal (el IRS), para ayudar a las familias a quedarse en casa, múltiples empresas pequeñas, medianas y grandes están recibiendo subvenciones o créditos para sufragar la nómina de manera temporal para preservar el empleo, lo mismo en Europa en donde, por ejemplo, los Estados están cubriendo el gasto de nómina en aerolíneas, empresas de turismo y de servicios, para que las empresas, si bien cerradas y perdiendo mucho dinero, eviten despedir trabajadores y estos sigan recibiendo ingresos durante la forzada cuarentena.
La reacción de los gobiernos ha tenido una característica casi generalizada: ha sido de una escala sin precedente, obviando las reglas fiscales existentes y echando mano de los profundos ahorros privados disponibles en los mercados de capitales (en forma de pensiones, por ejemplo). Pero ha habido una diferencia cualitativa importante: la oportunidad ha sido asimétrica.
La reacción de China por ejemplo, fue lenta no nada más en aceptar la gravedad de la pandemia, sino que esa lentitud llevó a postergar la aplicación del apoyo económico y financiero. La consecuencia fue dramática: la economía china se hundió 6.8 por ciento en el primer trimestre del 2020. La primera caída del PIB de esa formidable economía en más de cuarenta años. La oportunidad ha demostrado ser clave. Y la explicación es sencilla de entender.
La economía funciona de manera similar al cuerpo de un ser vivo, con sus órganos y sistemas integrados en un todo, operando de manera que a veces no comprendemos del todo. Pero los médicos saben una cosa: que la oportunidad en el tratamiento es fundamental para sanar a un enfermo.
Una persona con cáncer detectado en las etapas iniciales tiene una muy alta probabilidad de sobrevivir, y el tratamiento será relativamente práctico y económico. Un paciente con cáncer muy avanzado tendrá por el contrario, los momios para sobrevivir en contra, y un tratamiento complejo y costoso no garantiza siquiera la sanación exitosa.
Así las economías cuando algo similar a un cáncer fulminante o un infarto las aqueja. En un infarto, lo sabe todo cardiólgo, los primeros segundos y minutos son absolutamente escenciales en la probabilidad de sobrevivencia del paciente. Actuar con la dosis suficiente de remedio, y en la oportunidad precisa, es el secreto de todo tratamiento: así en la medicina, como en la economía.
Dejar medidas para más tarde puede ser fatal para una economía. Es más viable y sale más barato evitar que las compañías quiebren a sacarlas de la quiebra, es más fácil y económico evitar el desempleo que localizar a los desempleados y volverlos a emplear. Los datos finales mostrarán, cuando llegue el momento, la diferencia entre las economías que reaccionaron a tiempo, y quienes no lo hicieron.
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