Las agencias calificadoras están degradando las notas crediticias de Estados y compañías por todo el mundo como consecuencia del apretón de flujo resultante del parón económico provocado por la emergencia sanitaria. Si solo un país fuera degradado en su calificación crediticia, ese país debería de preocuparse, pero si el conjunto de emisores están experimentando degradaciones, entonces los inversionistas no escaparán de ese país para irse a otro si todos están siendo degradados. Tal es un ejemplo de la nueva normal en los mercados financieros del mundo.
Lo que somos es siempre en relación con los otros. Una persona alta en México puede ser una persona baja de estatura en Holanda, el país con la mayor estatura promedio del mundo. Lo mismo en economía y en las finanzas globales: una caída del PIB de cuatro por ciento parecería catastrófica, pero no en un contexto en donde las economías similares se hunden ocho por ciento. Una degradación de la calificación debido a un incremento de la deuda pública de un país podría parecer demeritorio, pero no lo es si se encuentra en un contexto en donde economías similares, incluyendo sus principales competidores en el mercado global, están teniendo que hacer lo mismo para combatir la pandemia.
La economía global ha dejado de ser normal en el sentido en el que estábamos acostumbrados hace cuatro semanas: las economías con poca deuda ya no son vistas necesariamente como virtuosas, en un contexto en donde todas, encabezadas por Estados Unidos y China, han requerido aumentar sus déficits y financiarlos con deuda pública para combatir la pandemia y amortiguar la terrible depresión económica y el colosal desempleo que se nos viene encima.
En períodos convulsos lo extraordinario se convierte en norma. Los mejores guerreros (pienso en Roberto Fierro, el ejecutor de Pancho Villa) en medio de una conflagración son personas que en condiciones normales estarían en la carcel. Las guerras, las catástrofes naturales, las pandemias, necesariamente invierten el orden de la normalidad. Lo que era normal estorba, y lo que antes era un estorbo se convierte en lo normal.
Y en este sentido el mundo ha cambiado ya, y cambiará mucho más, a partir de la disrupción más violenta que el mundo ha conocido desde la segunda guerra mundial. El enemigo esta vez es microscópico, y no las feroces divisiones alemanas y los ejércitos del Eje, pero la mortandad puede ser igual o peor si no echamos mano de los recursos que la ciencia, la tecnología, y las finanzas modernas ponen a nuestra disposición.
Y dentro del arsenal financiero con la que familias, empresas y gobiernos, cuentan, son mercados profundos, sofisticados, y en este momento con la liquidez suficiente para financiar esta emergencia, apoyados por la torrencial inyección de los bancos centrales de todo el mundo, quienes han abierto la ventanilla para proveer los fondos suficientes para activar el crédito.
La lucha contra la pandemia implicará, y ya implica, que el tamaño del sector gobierno dentro de la economía crecerá. No únicamente porque incurrirán en déficits e incrementarán su deuda, sino porque deberán de aumentar su rol en sectores críticos que décadas de desregulación y privatización habían abandonado: notablemente en el sector salud, pero también en sectores como la infraestructura, la investigación y desarrollo, la producción de conocimiento científico y patentes, y la educación superior y la investigación especializada, entre muchos otros.
Una de las víctimas inmediatas de esta pandemia entonces deberá de ser el neoliberalismo: la necedad de insistir en un gobierno mínimo, con reglas fiscales innamovibles y conductas monetarias grabadas en piedra. Esta terrible crisis ha demostrado lo deseable que los gobiernos cuenten con la flexibilidad para contraer y expandir sus balances y sus abanicos de opciones dependiendo de la situación, y del enorme valor que tiene que el Estado desarrolle un sector salud y de desarrollo científico como un activo estratégico. La nueva normal será ésta, a despecho del neoliberalismo, que prohijó un Estado escuálido, la pandemia nos ha revelado la importancia crítica de un Estado fiscal y operativamente muy fuerte.
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