domingo, 31 de mayo de 2020

Impuestos Para Un Mundo Post-Covid, y II

La semana pasada escribíamos en este espacio sobre un escenario posible para los impuestos en el mundo, dado lo maltrecho que quedarán las Haciendas públicas luego de tener que asumir los costos y sufrir la pérdida de ingresos fiscales resultantes de la pandemia de Covid. Concluíamos que, aunque no fueran responsables de ella, quienes probablemente sufraguen la mayoría de dichos costos en el futuro, sean aquellos que han visto crecer el valor de sus ingresos y sus activos, y hayan gozado de ganancias de capital durante este período tan terrible. 
Dicha estrategia quizá no sea enteramente justa. Esa fracción de la población no fue la responsable de la pandemia, y no hay argumento que justifica el que tengan que pagar por sus costos. Pero si revisamos quienes son los beneficiarios de las expansiones fiscales y monetarias usadas para combatir los efectos económicos de la pandemia, la evidencia es clara: los mercados financieros se han inflado, elevando el precio de la mayoría de los activos con el fin de evitar una gran depresión, y los beneficiarios principales de tales políticas han sido, sobre todo, los poseedores de activos, 
Recordemos nuestro argumento. La economía de combatir el covid y ganarle se asemeja a una economía de guerra. ¿Qué pasará con los impuestos en la postguerra contra el covid?
Tomemos por ejemplo el impuesto a las ganancias de capital, el cual es muy relevante dado que lo que la Fed, los grandes bancos centrales, y el gasto deficitario de los gobiernos han hecho, ha sido inflar los mercados financieros para elevar los precios de los activos y evitar una gran depresión.
Tras el fin de la segunda guerra, la tasa marginal máxima gravada a las ganancias de capital en EEUU, que estaba en 25 por ciento, fue elevada progresivamente hasta llegar a 40 por ciento en 1977. A partir de esa fecha dicha tasa ha descendido hasta llegar a un mínimo de cerca de 15 por ciento.
Las reformas fiscales llevadas a cabo en casi todo el mundo en años recientes han sido muy favorables a las ganancias de capital, y dicho desescalamiento del gravamen sin duda ha contribuido a la prosperidad inusitada de los mercados de valores en el mundo de las últimas tres décadas, incluyendo su reacción asombrosa ante la devastación económica provocada por la pandemia, la cual ha sido festejada por las bolsas con una de las alzas más rápidas y sólidas de toda la historia. 
Quizá detrás de ese rally tan impresionante que hemos visto en fechas recientes está la anticipación de que en los próximos años y décadas el impuesto a las ganancias de capital abandonará estos niveles mínimos históricos y tenderá gradualmente al alza, por lo que es racional invertir hoy a pesar de los riesgos económicos, inflar el mercado, y realizar las ganancias de capital máximas antes de que estas sean gravadas con una tasa mayor, como casi necesariamente ocurrirá al buscar las quebradas Haciendas públicas fuentes de financiamiento para sus maltrechos déficits.
Lo mismo es posible que ocurra con la otra fuente de ingresos de los poseedores de activos, el impuesto a los dividendos. En Estados Unidos los dividendos comenzaron a ser gravados justo en 1939, al inicio de la segunda guerra mundial, con la misma tasa del ISR. Pero en 2003, la administración Bush rebanó el impuesto sobre dividendos a tan sólo 15 por ciento, un mínimo histórico que ha permanecido hasta ahora, y que ha ayudado probablemente también a alimentar un dilatado mercado alcista en Wall Street, en donde hemos visto que con tal de distribuir dividendos a tan baja tasa, las corporaciones incluso se han cargado de deuda para pagarlos de manera creciente.
Y por último quedan en el arsenal de la Hacienda pública los impuestos a los activos mismos. Desde los impuestos a la propiedad inmobiliaria y a los bienes muebles, hasta el impuesto a las herencias, es probable que los Estados busquen elevar las tasas marginales en los próximos años con el fin de enderezar sus balances fiscales y regresar los cocientes de deuda pública a niveles que sean sostenibles en el largo plazo luego de que estos se han disparado debido a la pandemia.
Gravar los activos no es algo popular (ningún impuesto lo es), y no es fácil de hacer porque los activos son más fácil de ocultar que los ingresos, y porque existe un justo resentimiento de los propietarios de ser gravados por el fruto de su trabajo y su dedicación. Pero la acumulación de activos en un número reducido de contribuyentes ha alcanzado un nivel tan agudo que no encuentra paralelo con ningún otro período en la historia del capitalismo y es estratégico para la armonía y la viabilidad de las sociedades que la riqueza sea distribuida a nivel de las naciones de una manera más equitativa.
Por que la sociedad global saldrá de esta pandemia con un agravio muy agudo. Existirá la percepción de que los favorecidos salieron mejor librados de esta plaga que los menos abastecidos, y los millones de nuevos pobres que dejará esta gran depresión sentirán que han perdido algo más que sus empleos cuando miren que los mercados financieros han dejado a los poseedores con activos cuyo valor han aumentado gracias a la crisis.
El capitalismo, por su propio bien, debe de reformarse y ser mas equitativo, y para ello debe de hacerlo no país por país, sino de manera concertada a nivel global, pues si un país no se sincroniza con su política impositiva, puede restarles eficacia a las acciones de los otros. Una cosa salvó al mundo de la postguerra: el multilateralismo. Y lo salvará de nuevo en el mundo post-covid. Espero.

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