domingo, 19 de agosto de 2012

Domingos Rancheros: El Límite Final De Chavela Vargas

Lo obvio es de mal gusto, así que me esperé unas semanas antes de este Domingo Ranchero.

Chavela Vargas murió y renació varias veces. Yo la conocí, como muchos de mi generación y después, gracias a la reencarnación lograda por su esposo, como ella le llamaba: Pedro Almodovar, cuya devoción por la Vargas presentó a esa enorme cantante a un público completamente nuevo y post-ranchero que supo encontrar en sus versiones de los viejos clásicos del mariachi las canciones con qué identificarse.

El ranchero, como el sarape, como el quezquémetl, como los calzones de manta, son difíciles de portar estos días de i-pads, i-phones y ligues on line. El ruralismo del viejo ranchero no va con esta vida nómada y portátil, en donde el mall ha sustituido a las plazas con kioskos.

¿Cómo hacer que esta generación post-marichi, lejos ya de los aires rurales que prodijaron al ranchero, recuperen la lírica y el sentimiento de los clásicos? Porque ya sea en Tecalitlán o en Polanco, en la torva cantina o en el antro fresa, el abandono, la desgracia y la traición amorosa saben a lo mismo: muy parecidos al tequila.

Chavela Vargas lo supo: sus versiones son justo las adecuadas al post-ranchero, lejos de la china poblana, el ranchero de la Vargas fue siempre urbano, portátil, prét-a-porter pero tanto o más brutal y demoledor que el ranchero de, por ejemplo, Lucha Reyes.

Pero Chavela fue algo más: fue la mas precisa traductora de José Alfredo. Nadie como ella para traducir el ranchero del poeta de Dolores en instintos primigenios. Chavela no cantaba las rancheras de José Alfredo, cantaba a José Alfredo, sin pasar por el ranchero, o más bien, yendo más allá de él.



Hay decenas, muchísimas versiones límite de Chavela Vargas. Canciones que sólo deben cantarse como ella las cantó. Pero si tuviera que escoger me quedaba con su versión límite de “Tu recuerdo y Yo”, esa rola de abandono total en donde José Alfredo termina citándose a si mismo.

No será más amargo el recuerdo, no será más urgente el olvido. Si el dolor por amor alguna vez te atravesara el cuerpo, ésta es la única forma en que deberás beber, y lamentarte.

sábado, 18 de agosto de 2012

Mujeres Que Amé Y No Me Amarán V: Isabella Rosellini

Tiene 60 años cumplidos.

Pero sólo Dios, en caso de existir, sólo él y un animal escondido en mis cartílagos y médula, saben cuánto, cuánto, me gustó, me gusta y me gustará siempre, esta encarnación de Helena de Troya, por cuyo rostro, exaltación imposible de la perfección de su madre, valen la pena veinte guerras y cincuenta caballos de madera hipertrofiados.


Este amoroso sábado en la mañana me levanto y me pongo a leer una de mis secciones favoritas de fin de semana, el delicioso “Lunch with the FT” (que en este caso, y accediendo a la petición de su majestad, se convirtió en “Brunch with the FT”). La entrevistada de hoy es justo, Is-a-bella.

Su rostro atravesó el mundo de la moda con una suave furia desde sus primeros años. Ella fue una super model cuando ese cliché no existía siquiera. Su rostro fue cincelado hace siglos por vikingos y latinos, y heredado por la mayor esfinge de la historia del cine, Ingrid Bergman.

Era imposible jamás mejorar el rostro perfecto de la Bergman. El rostro de su hija sin embargo, fue más allá de la perfección, y su perfil y su frente no son de este mundo sino que son un molde, carnal y terrestre, de una bestia fabulosa de la mitología.

Este año, Isabella Rosellini es la modelo de la colección de otoño de accesorios de Bvlgari, y para ellos la edición italiana de Vogue remite en la portada a la Diosa absoluta. 

La belleza es siempre injusta y antidemocrática, pero la vejez es implacable y tiránica. La mayoría de las mujeres, bellas o no, aspiran a envejecer con gracia y delicadeza.

La Rosellini ni siquiera en la vejez ceja en su tiranía. Ella no envejece, florece. Su rostro de 60 años muestra que las deidades grecorromanas no han muerto, y que su sitio son las portadas magníficas de Vogue.

Sin más. les dejó al amor de mi vida: Isabella.