domingo, 17 de julio de 2016

Somos del grupo los Salieris de Romer

Pocos economistas han contribuido en las últimas tres décadas a la comprensión de las causas del crecimiento como Paul Romer, el recientemente nombrado economista en jefe para el Banco Mundial, la institución financiera más influyente del mundo a pesar de que en los últimos años su rol se ha visto disminuido por la caída del multilateralismo. En sentido estricto Paul Romer es un economista clásico: como Adam Smith y Marx sabe que el crecimiento del capitalismo es endógeno: que la tecnología y el conocimiento son los bastiones de la economía en el largo plazo. Romer va más allá y nos ha convencido que esas dos fuerzas requieren de un entorno urbano para florecer .Quienes hemos leído con frecuencia a Romer hemos sido beneficiados con un enorme rigor formal propio de la academia estadounidense pero al mismo tiempo con una prospectiva comprensiva de los grandes procesos sociales, y un ojo muy preciso respecto de uno de los grandes temas de la economía clásica: la acumulación de capital, el cual dejó de ocupar a los economistas tras las discusiones de la postguerra.
El gran tema de Paulo Romer en mi opinión es justo el de la acumulación de capital: cómo las familias, las empresas y las naciones se hacen más ricas conforme pasa el tiempo. Para responder esa interrogante Romer primero tuvo que resolver justo la noción de riqueza ¿qué es el capital? ¿es una acumulación ordinaria de cosas? ¿es liquidez en las cuentas bancarias, es el cúmulo de ahorros? Es todo lo anterior por supuesto, pero Romer comprendió que el capital relevante para proseguir con la acumulación de capital, las variables fundamentales que inciden sobre el crecimiento de largo plazo son la innovación tecnológica, y la fuente de ésta: el conocimiento.
Sus escritos de los 90 son una fuente muy valiosa para comprender esa caracterización del capital: heredero indirecto confeso de su inspiración, el gran Robert Solow, la obra inicial de Romer indaga sobre el rol del cambio tecnológico sobre el crecimiento de largo plazo y la acumulación de capital. Pero va un paso más adelante, al reconocer el descubrimiento de Solow sobre el cambio tecnológico como fuente, Romer postula que el conocimiento, la acumulación de saberes, es la fuente, si bien aleatoria de dicho cambio tecnológico y por tanto, debe de tratarse como una fuente original de capital.
El cambio tecnológico es la fuente del crecimiento, nos dicen los clásicos y Robert Solow; y el cambio tecnológico es fertilizado por el conocimiento, por el saber, nos dice Paul Romer. Pero en años recientes Romer ha seguido preguntándose en la misma cadena: ¿qué factores pueden contribuir entonces a la generación de saberes, de conocimiento, de capital humano? ¿cómo se acumula ese capital intangible? La respuesta de Romer ha sido luminosa y casi por si sólo ha fundado una línea de investigación muy poderosa: la urbanización, los grandes conglomerados son el fermento para la ebullición de saber y conocimiento, el urbanismo es economía y al revés. La economía urbana no es un derivado de la economía en general, de manera creciente y definitiva, la economía de las urbes es la economía.
Al elevarse la cuota del producto interno generado por el conocimiento y reducirse proporcionalmente la parte ligada a los recursos naturales, la economía dependerá de manera creciente de las ciudades y sus productos: los nuevos yacimientos serán los saberes y el desarrollo de las ciudades.
¿Cómo hacer mejores ciudades? ¿Cómo producir ambientes que provoquen una mayor acumulación de capital humano, de experiencias y saberes que se traduzcan en nuevas ideas y productos que añadan al potencial de la economía de largo plazo? ¿Cómo debe de ser la convivencia entre los ciudadanos y los gobiernos locales? En ese sentido los temas de igualdad de oportunidades en las metrópolis, de inclusión de migrantes, de acceso a la educación y atracción de personas e instituciones que aporten al caldo de capital de las urbes deben de marcar la política pública.
El músico argentino León Gieco escribió una rola buenísima: “Los salieris de Charly”, en dónde profesaba de manera abierta su admiración por su colega rockandrollero, Charly García, diciendo; “somos del grupo los salieris de Charly/le robamos melodías a él”. Así yo y muchos, somos del grupo los salieris de Romer, le robamos los temas a él. Porque justo así se construye el conocimiento: robando ideas y adoptándolas, descartándolas, enriqueciéndolas. Hoy que el Banco Mundial ha nombrado a este pensador clásico al frente de su departamento de investigaciones, lo menos que podemos hacer es expresar nuestra alegría.


domingo, 3 de julio de 2016

Octavio Paz Y La Globalización Detenida

Octavio Paz solía gustar de este argumento: la cultura judeocristiana tiene una concepción lineal del tiempo; conforme avanzamos en los siglos llegamos a nuevas etapas, siempre ascendiendo. Las culturas paganas tenían una idea distinta, decía Paz, para ellas nos movemos en grandes ciclos: los siglos Aztecas de 52 años, la recurrencia del calendario-bestiario de los Chinos; la idea del eterno retorno de ese pagano moderno que fue Nietzsche.
Lo que ha ocurrido y está ocurriendo en el Reino Unido (RU) bien puede validar esa idea de Octavio Paz. El tiempo no es lineal, se mueve en ciclos. Paz no era un anarquista que pensara que el ciclo nos hacía regresar en el tiempo: el progreso nos mueve hacia delante, pero no de manera lineal. Es más bien un trazo de risos ascendentes, ciclos que se repiten en una espiral que surge.
Desde la hecatombe financiera de 2008-2009 la globalización exponenciada en 1989 tras la caída del muro de Berlín, se ha detenido, y el #Brexit significa ya en los hechos su reversión en el corto plazo. Esa isla cuna de la globalización ha votado por aislarse, por escapar de su propio invento, por sustraerse de la globalización que ella misma diseñó e impulsó. El ciclo regresa a su origen: a un mundo que quiere ser aldeano y cerrado, ensimismado en su raza, su religión y su credo.
La globalización no se detendrá sin embargo. Seguirá su marcha pues forma parte del código genético de nuestra especie. Si pensamos que tan sólo cincuenta mil años después del nacimiento del Homo Sapiens en África central nuestros ancestros ya habían colonizado Australia y Tasmania es difícil pensar que nos vamos a quedar quietos. Si estamos a punto de colonizar la Luna y Marte es cándido pensar que la globalización, ese deseo de apropiarse del mundo entero, vaya a revertirse. Revertirse no, pero si se detendrá, y habrá retrocesos, quizá violentos y salvajes. Habrá revueltas y revolución.
De nuevo Octavio Paz: una revolución es etimológicamente, una vuelta al origen. Los mecánicos entienden esta palabra mejor que el resto de nosotros: un motor da ciertas revoluciones por minuto. Una revolución es un ciclo completo, regresar al origen nos recordaba Octavio Paz en ese libro luminoso y hoy poco recordado que es “Corriente Alterna”.
Lo que estamos viendo con el #Brexit y con los barruntos de desintegración de la Unión Europea (UE) es justamente una revolución en los términos de Paz: una vuelta completa de la globalización, un regreso al origen aldeano y fragmentado del proceso de integración económica del planeta.
¿Qué se necesita para continuar? ¿Cómo puede seguir avanzando la globalización al siguiente riso? De nuevo la imagen Paziana: regresando a algo que ya habíamos dejado atrás: el Estado del Bienestar.
Si existe un rechazo a la globalización es porque una mayoría creciente de los ciudadanos sienten que los costos son superiores a los beneficios. Que las desventajas que surgen de un mundo económicamente integrado son superiores a las ventajas que éste ofrece. Sienten que antes de la globalización exponenciada provocada por la caída del Muro la calidad de vida era mejor. Sienten que “estaban mejor cuando estaban peor”.
Si pensamos que el tiempo es lineal pensaremos que el regreso del Estado del Bienestar será una regresión, una retrógrada vuelta al pasado. Si pensamos que la historia se mueve en ciclos ascendentes, en un péndulo que sube, será más fácil comprender la necesidad de su regreso: es necesario curar las heridas, ayudar a las víctimas involuntarias de la globalización, a sanar los hematomas causados por la lacerante desigualdad resultante de la enorme riqueza creada por la mundialización y que ha sido expropiada y disfrutada por muy pocas manos.
Bismarck, contemporáneo de Nietzsche, cinceló el Estado del Bienestar para dar salida al malestar causado por la llamada Segunda Revolución Industrial, la cual produjo barones industriales fabulosamente ricos y vastas masas de desposeídos sin oportunidades. Los cálculos hechos por Thomas Piketty muestran que la desigualdad de estos años es incluso más aguda y extendida que la sufrida en la época de Bismarck y Nietzsche. Si a veces el futuro regresa al pasado, como en una revolución mecánica, la solución que funcionó en aquél entonces para rescatar a la globalización y que ésta prosiguiera su marcha, deberá funcionar ahora.

El tiempo es un juego de espejos. Una ojeada a la reversión aldeana de la Gran Bretaña parece dar la razón a la exégesis que Octavio Paz hacía sobre la concepción del tiempo en otras tradiciones distintas a la nuestra. Nietzsche remarcó esa circularidad también: “El futuro influencia al presente tanto como el pasado”. Y en ese futuro está el regreso del Estado del Bienestar (distinto al anterior), como una necesidad para salvar a la globalización misma.