domingo, 27 de octubre de 2019

El Neoliberalismo Y Su Nostalgia Del Comunismo

El capitalismo liberal pudo vencer al comunismo soviético gracias a un señuelo irresistible: la distribución equitativa de la riqueza. Las clases medias de Occidente se beneficiaron de la competencia de la Guerra Fría al ser convencidos con una riqueza creciente de que el mejor modelo era el liberal. Pero el derrumbe del fracaso soviético tuvo un costo: el neoliberalismo ya no tuvo que convencer a nadie, era la única opción, y no necesitó de la distribución de la riqueza para que las sociedades lo aceptaron. Estas décadas han consistido en: o el neoliberalismo o la nada. ¿Pero esa elección está cerca de cambiar?
Dependiendo a quién lea o escuche usted, existen algunas diferencias sutiles entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo, pero una diferencia que todos los estudiosos destacan es la devoción que el liberalismo siente por los mercados competitivos, y la afición del neoliberalismo por los oligopolios/monopolios. 
El liberalismo descansa sobre la idea de la competencia perfecta, un gran número de empresas de pequeño tamaño, que obtienen la ganancia promedio y no tienen poder de mercado. El neoliberalismo descansa sobre el predominio de grandes oligopolios, nacidos del derecho que ellos tienen sobre una tecnología, un proceso o un recurso, y que obtiene ganancias extraordinarias gracias al poder de mercado que les confiere ese derecho.
El liberalismo implica la competencia, el neoliberalismo la concentración del capital para el desarrollo de la tecnología. Y en medio de esta tensión sospecho que existe un tercero: un modelo alternativo, el comunismo soviético, o el capitalismo de Estado, que ofrezca a las personas una alternativa al modelo neoliberal.
La hipótesis es la siguiente: una de las causas de la enorme desigualdad económica, reflejada en el hecho documentado de que muy pocos tienen demasiado y muchísimo tienen casi nada, tiene que ver con que el modelo neoliberal no cuenta con un competidor que seduzca a las sociedades inconformes, dejándolas sin alternativas y por tanto, resignadas a aceptar lo que el neoliberalismo les salpique.
El período de la Guerra Fría, entre la posguerra y la caída del muro de Berlín, tuvo un correlato económico muy importante: los países de Occidente vieron como las clases medias prosperaban, engrosaban y cada generación vivía mejor que la anterior. La enorme riqueza creada por las sucesivas oleadas de innovación tecnológica en Europa y Estados Unidos fueron distribuidas de manera relativamente equitativa entre los distintos estratos de las sociedades Occidentales debido a un factor crucial: tenían que convencerlas de que el modelo económico de Occidente era más conveniente para sus poblaciones, que el modelo colectivista detrás de la Cortina de Hierro.
Esta competencia entre el capitalismo liberal y el comunismo colectivista de la post guerra tuvo un claro ganador: las clases medias occidentales, quienes fueron seducidas con una distribución equitativa de la riqueza para convencerlas de la conveniencia del sistema. Los grandes perdedores fueron su opuesto: las clases medias detrás de la cortina de hierro desaparecieron, y el fallido comunismo soviético produjo un ejército de pobreza colectiva que a la postre devino la razón de su estruendosa caída y derrota histórica frente al capitalismo liberal.
Las clases medias de occidente fueron seducidas con una distribución equitativa. Pero las exiguas clases medias de lo que Octavio Paz con enorme tino llamaba “excentricidades de occidente”, como América Latina, y que hoy llamamos mercados emergentes, entonces ligados a la posesión de las materias primas, eran seducidas por las buenas o por las malas. Es decir, dictaduras militares o invasiones, para evitar su paso al bloque soviético. Como ocurrió en Chile, país de donde viene un mensaje de alerta para que el neoliberalismo cambie y modifique la terrible distribución de la riqueza actual, o nos atendremos a las consecuencias.

domingo, 20 de octubre de 2019

La Recesión Lenta

Comparada con la violencia con la que estalló hace una década la última Gran Recesión, esta recesión no acaba de llegar, no acaba de configurarse, no da bien a bien color. Esta próxima recesión cuando llegue, si es que llega, parece ser muy distinta a la explosión financiera que sacudió, literalmente, a todo el mundo. Hay muchas señales de advertencia: el mercado de bonos, los índices manufactureros, e incluso a últimas fechas, los datos de ventas minoristas, que sugieren que una recesión adviene. Pero es una recesión lenta.
Los analistas y la prensa financiera destacan que los indicadores de empleo y consumo siguen sólidos. No es extraño. En el ciclo económico el empleo y el consumo son las últimas variables en ajustarse. Las empresas recortan trabajadores ya que tienen la recesión en la cocina, y los trabajadores reducen su consumo incluso meses después de ser despedidos, pues la liquidación primero, y el crédito después, les permiten extender su consumo incluso cuando la cima económico ya ha pasado y la producción se encuentra en descenso.
Lo que acontece estas semanas: Datos de producción débiles y cifras de desempleo en mínimos históricos en múltiples economías en el mundo (especialmente Estados Unidos), acompalado de cifras robustas en el consumo de bienes durables y no durables, ¿es consistente con el patrón cíclico descrito en el párrafo anterior, en donde el emple y el consumo son las últimas variables en ajustarse a la baja?
Si le hacemos caso a los mercados de bonos en el mundo la respuesta parecería ser si. Si le hacemos caso a la Reserva Federal de Estados Unidos, quien a pesar de que el desempleo se encuentra en mínimo de setenta años, reduce sus tasas de interés de referencia, la respuesta también paracería ser inclinada a un si. Si vemos las cifras de crecomiento chinas, de “tan solo” seis por ciento, las más débiles en menos de una década, el sentido de la respuesta perecería ser el mismo. Si vemos los mercados de divisas, en donde el dólar lleva seis semanas de ser vapuleado por el resto del mundo, en anticipación de menores réditos por parte de la Fed, lo mismo.
Y sin embargo la recesión no llega. No se aparece aún de manera contundente. Si vemos su distribución geográfica, algunos países como Argentina, y Corea, están presentando tasas negativas. Alemania y México, grandes exportadores, presentan economías estancadas. Algunos estados de la Unión Americana, señaladamente en el medio oeste y en la zona de los grandes lagos, están en recesión técnica, y en general las expectativas tiran hacia un desempeño más suave de la economía.
Pero las cifras duras de producto y empleo seiguen siendo robustas. Así que la fenomenología de la recesión viniente será muy distinta a la última que sufrimos.
Los bancos del mundo son hoy mucho más robustos y capitalizados que los que volaron por los aires hace una década. Es más, quienes manejan los inversiones ya no son ellos sino los fondos de inversión, así que la expsosicion de los bancos a los mercados ya no es tan aguda como la últina recesión. Los activos se encuentran hoy distribuidos más equilibradamente entre el sector bancario y el no bancario.
Si lo anterior es correcto entonces la próxima recesión podría no originarse en el sector financiero, y sería consecuentemente menos violenta y súbita, y más gradual y lenta, que la de hace una década. Una recesión en cámara lenta, en donde cada cuadro se va deslizando y sucediendo secuencialmente, poco a poco.
Sector por sector, país por país, región por región, mercado por mercado, esta recesión lenta parece inadvertida, como si estuviéramos cociendo un guiso a fuego lento, que de tan lento no nos damos cuenta que un buen día, y de un momento a otro allí está.
Quizá quedamos chiscados por la última recesión que sufrimos. Fue tan brutal y despiadada que vimos ante nuestros ojos derretirse a la economía global. Pero esta recesión lenta es típica de las economías antes de que estuviéramos todos conectados. Va extendiéndose poco a poco por sectores e indicadores, imperceptiblemente, hasta que un día sin notarlo, la tenemos enfrente.

jueves, 10 de octubre de 2019

Las Agroexportaciones Mexicanas: ¿El Principio De Un Auge Sostenido?

El campo mexicano es un vehículo de dos velocidades. Por un lado está el ligado a la agricultura de autoconsumo o en donde la comercialización ocurre sólo en el margen, cuando hay excedentes respecto del consumo de los productores. Por el otro se encuentra la agricultura comercial, en donde los productores dedican prácticamente toda la cosecha para el mercado. Y es dentro de este segmento que encontramos un subconjunto muy particular: la agricultura comercial de exportación.
De manera sigilosa, bajo el radar, sin mucho apoyo gubernamental, y en locaciones geográficamente delimitadas y en cultivos estratégicamente escogidos, la agricultura comercial de exportación mexicana se encuentra en medio de una época de oro con pocos antecedentes en la historia moderna del país.
En el noroeste y norte del país, en Michoacán y Jalisco, en algunas zonas de Veracruz y en la península de Yucatán, un grupo relativamente reducido de productores mexicanos se encuentran en medio de una trasnformación dramática del perfil agroexportador del país.
En primer lugar, hay un modelo de negocios detrás: una planeación cuidadosa de los costos, los beneficios, los mercados objetivo, las variedades de semilla óptimas, el cultivo sustentable del suelo, la mitigación de los riesgos climáticas mediante tecnología e infraestructura y modelos de comercialización integrales que limiten la venta y potencien el acceso a los mercados globales: especialmente los Estados Unidos, pero también Canadá, China, Europa, Japón y los países árabes.
Dichos agricultores son relativamente jóvenes, con educación financiera solvente y experiencia educativa y/o laboral en el extranjero, y con conocimiento del funcionamiento de los mercados y las redes de distribución globales.
Lo anterior viene incluso a veces acompañado de financiamiento (si bien limitado) de clientes en el extranjero, lo que les da una cobertura de riesgo cambiario natural dado sus mercados de destino, dotando a este sector de una ventaja financiera peculiar con la que no cuentan ni la agricultura de autoconsumo ni la agricultura comercial para el mercado doméstico (como el maíz, el frijol, la caña de azúcar y otros).
El cultivo estrella de este sector agroexportador es por supuesto el aguacate, el cual ha detonado una expansión incontenible de la superficie cultivada y ha salido ya desde su cuna natural en Michoacán, expandiéndose por Jalisco, Nayarit y Sinaloa (e incluso Chihuahua) hacia el norte, y hacia Veracruz  y Guerrero hacia el poniente. 
Las consecuencias ecológicas y sociales del aguacate en vastas áreas de México no están siendo cuantificadas, y la regulación al respecto ha sido laxa y la aplicación de la misma, extremadamente débil. El éxito exportador del aguacate nos está costando bosques y comunidades. No ha sido gratis.
La demanda mundial por aguacate es imparable y eso ha provocado que a la tradicional competencia que el aguacate mexicano (por supuesto, el mejor del mundo) en Perú y Chile, se estén añadiendo diario nuevos jugadores, como España y Filpinas, que buscan cubrir la explosiva demanda que los consumidores del mundo han detonado por la deliciosa fruta mexicana.
Pero tras el aguacate un racimo de cultivos han encontrado en suelo y el sol mexicanos, un espacio idóneo para expandirse y competir en los mercados globales con una marca muy particular: sabor y calidad. Quienes están en este mercado lo reconocen: las nueces mexicanas tienen más aceite, las manzanas son más jugosas, las moras más sabrosas y delicadas, los dátiles suntuosos, las fresas concentradas, el aguacate insuperable. 
La escasez de agua y la necesidad de riego hace que nuestros rendimientos en casi todas las cosechas palidezcan frente a las tierras irrigadas naturalmente de los Estados Unidos por ejemplo. Pero los frutos cultivados en esta tierra suplen los menores rendimientos con una calidad que se refleja en mayores precios en los mercados globales por sus espárragos, los melones y las Sandías, las frambuesas y arándanos.
En el curso de la última década México se ha convertido en una potencia exportadora en los productos que hemos enlistado en los últimos párrafos, añadiéndose a aquellos cultivos en donde los agricultores mexicanos ya eran líderes de por si: jitomate y hortalizas, cebolla y ajo. A esta lista se han añadido la diversidad de bayas y fresas, los dátiles y nueces, las manzanas para jugo, Sandía, melón y papaya.
Bajo un escenario esta época de oro de los agroexportadores mexicanos es apenas el inicio. Dos rasgos muy importantes se encuentra detrás se esta presunción; por un lado los patrones de dieta entre la población, sobre todo entre los jóvenes, está cambiando y cambiará significativamente; y por otro lado el gran competidor histórico de este sector agroexportador mexicano: California, se está quedando sin agua de uso agrícola, pues el uso de sus recursos naturales ha llegado al límite por su expansión urbana horizontal y la dinámica poblacional.
California, Florida y Texas son históricamente la competencia de las agroexportaciones mexicanas, pero los límites a la explotación de los acuíferos, la reducción de la superficie agrícola ante la expansión urbana, el cambio climático, la elevación de los costos laborales, y el dólar secularmente fuerte que ha enfrentado este sector, juegan a favor de una relocalización de cultivos del sur de Estados Unidos hacia México. Uno nunca sabe: quizá debamos, en el sector agroexportador, prepararnos para administrar la abundancia.

domingo, 6 de octubre de 2019

Mr Churchill, Los Mercados, Y El Impeachment

La frase es atribuible a ese acuñador de frases memorables, Winston Churchill: “Siempre puedes contar con que los americanos harán lo correcto, después que hayan intentado todo lo demás”. Estoy convencido que elegir a Donal Trump fue un error del sistema político estadounidense, y que la defenestración en curso por parte de los demócratas, en caso de proceder, será una validación de la sentencia de Churchill: los americanos, luego de intentar otras salidas, acabarán haciendo lo correcto: echando por la ventana a esta personaje que ha puesto en riesgo no solo al sistema político de su país, sino a la economía global.
Que no exista en castellano una traducción precisa para “impeachment” quizá sea el reflejo de la pobre tradición democrática de nuestros países, en donde los gobernantes que son expulsados de su puesto lo hacen por la violencia o por muerte natural, y no por un procedimiento que sancione su mal proceder conforme a las leyes. Para propósitos de esta columna utilizaremos entonces la palabra “defenestración” como una útil imagen gráfica para traducir impeachment: tirar a alguien por la ventana.
Donald Trump es alguien tan ligado al establishment político, económico y del espectáculo estadounidense que habla muy bien de su talento o de la pobre cultura política de los electores, el cómo logró ganar proyectándose como alguien que barrería con el establishment. Seguro que ni él mismo creyó ese discurso, pero es justamente el establishment el que determinará a final de cuentas si Trump es defenestrado o no. Porque una cosa es lanzar una retórica anti semita y racista en general, eso al establishment no lo incomoda demasiado, pero muy otra cosa es conculcar las bases sobre las cuales se ha fincado la expansión económica global y arriesgar la continuación de la globalización basado en las fobias y los caprichos de una personalidad excéntrica y peligrosa.
Tomemos el ejemplo más emblemático: la postura ante China. Si China se convirtió en la potencia económica que hoy es, fue porque así convino a los intereses de las grandes corporaciones estadounidenses. La inversión en China fue la forma que EEUU SA encontró para restituir sus márgenes de rentabilidad abaratando costos y acelerando los procesos de diseño y manufactura. Acusar a China de deslealtad comercial y bloquear el comercio y la inversión con esa nación es ir en contra de la lógica misma de las empresas estadounidenses, quienes son las principales beneficiarias con invertir, producir y comerciar desde allá.
Donald Trump ha decidido sabotear el multilateralismo económico, subvertir las alianzas comerciales que tan bien sirvieron a la expansión global estadounidense de las últimas cuatro décadas, a partir de una idea primitiva y aldeana de transponer el supremacismo blanco a la autarquía de los Estados Unidos. El supremacismo blanco, la ideología central de Trump y sus aliados de extrema derecha, no soporta el multilateralismo: no toleran la idea de que el libre comercio con mexicanos, chinos, coreanos y japoneses hacen a su economía más fuerte. 
La ilustración gráfica del supremacismo blanco en el terreno económico es un obrero blanco, en su fábrica del medio oeste, produciendo mediante energía generada con carbón, los bienes que el resto del mundo necesita y que comprarán porque nadie lo hace mejor que ellos. 
Esa imagen es tan obsoleta que sólo un grupo dentro del partido republicano y la coalición de extrema derecha que lo secuestró, cree en ella. El resto de los republicanos tuvieron que tragarse la candidatura de Trump porque era la mejor opción para derrotar a los demócratas, pero no están contentos con él. Si Trump piensa que él es el establishment (y lo piensa), se llevará muy pronto una tremenda sorpresa.