domingo, 26 de junio de 2022

El Norte de México: A Sacar Agua De Las Piedras

No es correcto que falta. No hay más o menos agua. El agua de este planeta ha sido la misma desde su creación. Nuestro problema es el agua dulce primero, y el agua potable, después. Como especie, estamos haciendo todo para dilapidar el acervo de agua dulce e incrementando el agua salada. La crisis del agua en el corazón industrial de México: Nuevo León, ha hecho que el público descubra uno de los problemas más complicados de nuestro país, y del mundo. Un problema que, desde el punto de vista técnico, político, pero sobre todo económico, es muy difícil. Enormemente complicado.

El problema más crítico está fuera de nuestras manos. Y al mismo tiempo, a nuestro alcance. Cada vez hay más agua salda y menos agua dulce debido al derretimiento de los glaciares y los casquetes polares. Como no hacemos caso a las advertencias, (y si hacemos caso, no hacemos lo suficiente), este proceso no parece reversible en el corto plazo.

Pero, aunque el agua dulce represente apenas el 3 por ciento del agua del planeta, podría ser suficiente para los más de siete mil millones de habitantes que somos si la gestionáramos bien. Pero lo hacemos bastante mal. Ya se nos olvidó que una lluvia providencial salvó del colapso inminente a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, quien sufría una crisis peor a la de Monterrey. La mala gestión del agua dulce no es exclusiva de México. La crisis hídrica de California, la quinta mayor economía del mundo es muchísimo más grave que la de Nuevo León.

Pero México si es peculiar. Si un marciano llegara hoy a nuestro país pensaría que la economía mexicana es alérgica al agua. Una secuencia histórica de eventos hizo que la zona más dinámica de nuestra economía esté en el extremo opuesto de donde está el agua.

El agua abunda en el sur mexicano, donde la economía está menos desarrollada. Mientras que una de las economías más competitivas, el norte mexicano, se despliega sobre un territorio en donde, literalmente, hay que sacar agua de las piedras.

La gestión histórica del agua en el norte de México, medido con estándares de sustentabilidad, ha sido catastrófica. Hemos sacrificado parajes ambientales muy ricos y de gran belleza para sostener una plataforma industrial y urbana que, tarde que temprano (es decir, hoy), no puede ya sostenerse. 

Un muy triste ejemplo de lo anterior es la hoy extinta Laguna de Mayrán, convertida en un páramo, sacrificada para irrigar y sostener a la entrañable comarca lagunera, en donde se perpetúa uno de los modelos de sustentabilidad ambiental más contradictorios. “La Laguna” es una de las principales cuencas lecheras de México. Producir un litro de leche necesita múltiplos de litros de agua, y lo hacemos en una de las zonas con menor abasto hídrico del país.

El agua dulce en el norte de México es críticamente escaza. Pero la cercanía con el mercado estadounidense hace de esa región de nuestro país una plataforma inmejorable para el desarrollo industrial y de servicios de alto valor. Sin embargo, hay algo que ni los industriosos norteños pueden producir: agua, así que no hay de otra, se tienen que tomar medidas para resolver el problema. 

O movemos la industria, los trabajadores, y el ganado del norte al sur, en donde si hay agua; o llevamos agua dulce del sur al norte; o “producimos” agua, desalándola del mar y distribuyéndola en el norte. Porque ya no alcanza hoy. Y no alcanzará mañana. Cualquiera de estas soluciones tiene un problema: su costo. Son tan caras que es imposible que un estado, un municipio, una ciudad o una generación entera, las pueda sufragar. Es un problema de varias generaciones de mexicanos.

Trasladar industrias, ciudades y ganados del norte al sur es impráctico, pero lo que si puede hacerse es ya no empeorar más la crisis hídrica del norte y fomentar el desarrollo económico del sur. Trasvasar agua del centro-sur al norte es extraordinariamente caro, pero quizá sea la solución menos onerosa una vez que todos los costos (incluidos los sociales y políticos) son considerados.

¿Y desalar? Hacerlo es sencillo, podemos hacerlo en nuestra cocina. El problema es el costo económico que implica la escala gigantesca para que verdaderamente funcione para resolver un problema práctico, como el de Monterrey, por ejemplo, así como el impacto ambiental de la desalación (la salmuera), independientemente de la técnica usada para obtener agua dulce.

La imagen bíblica de sacar agua de las piedras es tristemente eso, mítica. La única solución real requiere costos: sociales, económicos, ambientales, pero en especial, políticos.

domingo, 19 de junio de 2022

Ahora Si: Echándole Montón A La Inflación

No es lo mismo que los bancos centrales de Chile, Polonia, Brasil y la República Checa se pongan firmes contra la inflación, a que lo mismo hagan la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo, el de Inglaterra, el de Suiza y el de Canadá. Como la reflación que estamos sufriendo proviene de un choque global, como pocas ocasiones en la historia económica, la respuesta monetaria está siendo global. Se tardó más de lo que debía, pero al fin, encabezados por la Fed, los mayores bancos centrales del mundo están haciendo lo debido ante un enemigo común: tener una estrategia común.

Es muy interesante ver cómo los bancos centrales de países emergentes reaccionaron con mayor oportunidad ante el repunte inflacionario. Prácticamente todos los de Latinoamérica y de Europa del este llevan hoy casi un año incrementando sus tasas de interés de referencia, anticipándose por varios meses a los bancos centrales líderes del mundo, quienes fueron, ahora lo sabemos con certeza, demasiado compacientes y tolerantes con una inflación que juzgaron transitoria al inicio, pero que acabó yéndoseles de las manos.

Pero la decisión firme de la Fed el miércoles pasado, de incrementar su tasa de interés en 75 centésimas, por encima de los 50 que la mayoría esperaba, muestra que ahora sí, la Fed no está jugando. Tampoco el Banco de Inglaterra, el cual subió en 50 centésimas su tasa, por encima de los 25 esperados, ni los suizos, que subieron también 50, el primer incremento en quince años.

Aceptado por su mismo presidente, la Fed se equivocó al juzgar como transitoria una inflación que ha sido más persistente de lo previsto, lo que resultó en una seria erosión de la credibilidad de los bancos centrales más importantes. Este error de cálculo hizo que sus tasas de interés en cero por ciento, junto con las inyecciones de liquidez intensas, utilizadas para evitar una depresión económica durante la pandemia covid 19, permanecieran vigentes por un tiempo mayor al necesario, alimentando una inflación que probablemente inició como un choque de oferta en varios sectores de la economía dislocados por las restricciones sanitarias.

Tardaron. Pero ya les cayó el veinte, ya se pusieron las pilas. En particular la Fed, al incrementar su tasa en 75 centésimas, también elevó su pronóstico de tasa para el cierre de año de 1.9 a 3.4 por ciento. Un incremento significativo que muestra la voluntad por recuperar el tiempo perdido en su combate contra la inflación.

Pero la Fed es tan sólo uno de múltiples bancos centrales que ahora, de manera resuelta, han roto las lanzas para parar el alza de precios. Con la peculiar excepción de China, Japón y algunos países del sureste asiático, prácticamente todos los bancos centrales del mundo están apretando sus condiciones monetarias con el fin de contener la escalada de precios. Es probable que tengan éxito, porque al actuar todos al unísono el endurecimiento monetario se potencia, es más efectivo.

En todo lugar, en todo momento, controlar la inflación implica costos en términos de empleo y de ritmo de actividad económica. Es inevitable. Por eso la mejor manera de evitar esos costos es cuidando que la inflación no se brinque las trancas.

Hay que estar muy atentos en las próximas semanas a los efectos potenciados del endurecimiento monetario de los grandes bancos centrales. En las economías más avanzadas el llamado “canal de transmisión de la política monetaria”, es decir, los efectos de un aumento en las tasas sobre la economía real, funciona muy rápido, así que quizá veamos pronto el efecto sobre los indicadores económicos más oportunos.

Pero como todos están actuando sincronizadamente, el todo será mayor a la suma de las partes. Dos más dos serán más que cuatro. El efecto total será más contundente que si actuaran por separado. 

Como el choque de inflación no fue local, sino global, la respuesta es de la misma escala. La acción conjunta desatará una dinámica restrictiva difícil de calcular, pero su intensidad quizá sea mayor a la suma de los efectos individuales de cada país, pues nuestra economía global, extremadamente conectada, potenciará las restricciones como en 2020 potenció las expansiones fiscal y monetaria. La inflación será controlada. Comenzará a bajar en los próximos meses. Estemos atentos ahora a los efectos sobre las variables reales.

jueves, 16 de junio de 2022

Ojo: La Inflación No Puede Ser Nuestra Amiga

Algo se rompió en la economía mundial después de la pandemia. Y por esa rotura se coló un fantasma que había estado ausente del escenario global los últimos cuarenta años: la inflación. Las generaciones más jóvenes ignoran lo que es la inflación. Acostumbrados a tener más bytes por el mismo precio, más servicios por la misma tarifa, ignoran lo que es pagar más por un aguacate o un limón. O por un par de tenis, o por un teléfono móvil. El último reporte económico del Banco Mundial, el testimonio de la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, tienen un mensaje en común: la inflación elevada permanecerá entre nosotros un tiempo más. Es un mensaje equivocado y peligroso.

El pasado martes 7 de junio, dos eventos coincidentes, buscando comunicar con transparencia el estado actual de cosas, enviaron un mensaje que quizá no sea el correcto.

Por un lado la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, en mi opinión, la mejor jefa de la Reserva Federal que ha habido desde Paul Volker, en su comparecencia ante el congreso de su país, aceptó que había errado en su juicio original de evaluar a la inflación como algo pasajero, para luego advertir que probablemente la inflación elevada, en sus mayores niveles de los últimos cuarenta años, sería un fenómeno más duradero de lo que se creía, y que si bien en los próximos meses veremos cifras descendentes, las tasas de crecimiento de los precios se ubicarán por encima del objetivo de la Reserva Federal durante un tiempo considerable todavía.

“Si espero que la inflación permanezca alta, aunque si me gustaría verla descender pronto”, dijo Yellen en su comparecencia.

El mismo día, aunque de manera separada, el Banco Mundial publicó su actualización de pronósticos para las economías del mundo. La institución modificó sus pronósticos en dos sentidos. En general redujo sus estimaciones de crecimiento económico, e incremento al mismo tiempo sus estimaciones de inflación, tanto en general como para la mayoría de los países.

El Banco Mundial fue más explícito que Janet Yellen, mencionando que la actual circunstancia tiene reminiscencias de la complicada estanflación de la década de los setenta. Un período difícil en el cual el estancamiento económico y la inflación convivieron durante un período largo de tiempo. “El riesgo de estanflación es considerable” dijo el economista en jefe del Banco Mundial, David Malpass, advirtiendo que “varios años de inflación por arriba del promedio y de crecimiento por debajo del promedio parecen posibles”.

¿Cómo llegamos a este punto? ¿Por qué estamos en esta encrucijada en donde varios de los principales líderes financieros y económicos temen, y así lo expresan, que tendremos bajo crecimiento y elevada inflación?

El primer factor es porque nos llovió sobre mojado. Porque a un contexto difícil saliendo de la pandemia, en donde la disrupción del comercio y la logística mundiales interrumpieron las cadenas de suministro de múltiples productos, se sumó trágicamente el conflicto de dos países que son claves para los mercados globales de materias primas: Rusia y Ucrania.

En términos boxísticos, la economía global sufrió de un uno-dos en un momento crítico, cuando las mayores economías el mundo habían expandido sus balances fiscales y monetarios para amortiguar el daño hecho a las economías por el confinamiento sanitario disparado por el covid 19.

Pero el segundo factor fue un error de cálculo, aceptado ya por sus perpetradores, al pensar que la inflación resurgente era transitoria, y no duradera como resultó serlo. La Fed de EEUU y el Banco Central Europeo cometieron esa falla. Curiosamente muchos de los bancos de países emergentes reaccionaron con más oportunidad al repunte inflacionario, pero poco pudieron hacer ante el rompimiento del dique anti-inflacionario que representó por cuatro décadas la Fed. La inflación se desbordó en Estados Unidos, y en un mundo globalizado, se desperdigó por casi todas partes.

La advertencia de Yellen y el Banco Mundial es pertinente: la inflación es un problema global más complicado de controlar de lo que se creyó en sus inicios. Pero bien habrían hecho en enfatizar que la inflación es alguien a quien no podemos acostumbrarnos. No podemos normalizar la inflación. No puede ser nuestra amiga. La inflación es la peor enemiga del bienestar de las familias y de las economías en el mediano y largo plazos. No basta reconocer que será más duradera de lo que se pensaba. Hay que explicar lo dañina que es para todos.