sábado, 28 de marzo de 2020

Deuda, Déficits: Decisión O Depresión

Los Estados Unidos implementarán un paquete económico para apoyar a la economía por dos billones de dólares (dos trillones estadounidenses). En conjunto: Estados Unidos, China, Europa y Japón, están inyectando alrededor de siete billones de dólares en sus economias para intentar contener una implosión brutal de la actividad productiva y el consumo que no les ha dejado otra opción mas que recurrir a los déficit fiscales y a la deuda. No ha sido una opción: es eso o una gran depresión.
Vale la pena recordar otro momento similar en la historia del mundo, hace noventa años ya, en 1929, cuando una colosal burbuja especulativa reventó en Wall Street, produciendo un crack bursátil que súbitamente empobreció a millones de personas, los bancos centrales y el gobierno de los Estados Unidos reaccionaron de una manera peculiar: endurecieron la política monetaria y recortaron el gasto para tratar de equilibrar sus cuentas, bajo el entendido que, como la ortodoxia económica lo establecía: un balance fiscal equlibrado y una política monetaria neutral traerían confianza a los economistas y la economía por su propio pie, saldría de la recesión al ajustarse los precios y con ello aumentar la demanda.
Reaccionando con una contracción monetaria y fiscal tuvo un efecto devastador sobre las economías desarrolladas y del mundo: empeorando la depresión económica y provocando un círculo vicioso que acabó en una deflación global de la que sólo pudo salirse hasta la aplicación de las recetas keynesianas y el gasto militar provocado por la segunda guerra mundial. 
Los hacedores de política, fiscal y monetaria, han aprendido la lección, y tanto en la severa crisis de 2008-2009, como en esta terrible contracción económica que ya está en curso, pero que empeorará, los dos brazos de la política económica han reaccionado con sintonía: rebajando las tasas de interés de nuevo hasta prácticamente el cero por ciento, y llevando a cabo una expansión del gasto público como no se había visto en la historia del capitalismo moderno, ciertamente al menos desde el fin de la segunda guerra mundial.
¿De qué tamaño es el paquete económico que las economías más poderosas del mundo han decidido inyectar para amortiguar el impacto brutal del parón productivo y de consumo disparado por la pandemia? Simplemente en los Estados Unidos, el paquete de dos billones de dólares es equivalente a casi el diez por ciento del PIB de ese país, el doble del tamaño que Barack Obama inyectó en la crisis financiera de 2008-2009.
¿Por qué es necesaria esta escala en la ayuda fiscal y financiera? Porque la contracción económica será brutal, no comparable a ningún antecedente que tengamos memoria para aquellos que no vivimos en el frente en la segunda guerra mundial. Porque de no intervenir, a costa de lo que sea, ante esta devastación económica sin parangón en la historia moderna del capitalismo, el daño que se hará, encima de los efectos sanitarios, será incalculable.
Las economías del mundo están inyectando un torrente de liquidez incomparable, financiado con déficits y deuda pública porque no tienen otra opción. Porque la fuente tradicional de financiamiento del sector público, la recaudación impositiva, se esfumará ineluctablemente ante el hundimiento vertical del empleo, la producción y el consumo resultante de las medidas sanitarias y del abatimiento del comercio mundial. 
No es una posiblidad. Es una realidad que se palpa segundo a segundo, y que está detrás del desplome infinitamente profundo y despiadadamente veloz con el que se han hundido los mercados de valores del planeta, y que fue medianamente amortiguado por el anuncio del colosal paquete de ayuda económica. Usemos la deuda: sus tasas de interés están o se dirigen rumbo a los mínimos, las calificadoras rebajarán las notas a todas las economías. La nueva normal son economías con grandes déficits y más deuda.
La deuda es usar hoy ingresos futuros. Y si. El actual contexto es tan grave que si no usamos la deuda hoy, no tendremos futuro. No tiene sentido cuidar los ingresos futuros si el mismo futuro está en riesgo si no abrimos, hoy, la llave de los déficits y la deuda.

domingo, 22 de marzo de 2020

La Economía Del Toque De Queda

Un toque de queda afecta a la población civil cuando el resto de los habitantes se encuentran en el frente de guerra. La situación actual no es muy distinta: profesionales de la salud, servidores públicos a cargo de la seguridad, la limpieza y las comunicaciones están en el frente, en guerra contra un enemigo muy peligroso, y el resto de la población civil deberemos de acatar las restricciones que sean necesarias para ganar esta guerra. ¿Cómo podría ser la economía del toque de queda? Como en toda guerra: se necesitará recurrir a la deuda.
La economía de un toque de queda tiene dos componentes: la primera es la población y los sectores de la economía que están en el frente de guerra; el sector salud; la seguridad y la vigilancia pública que aplican la política de emergencia; la comunicación para que la población esté enterada de los desarrollos en el frente y hacer lo que les toca; y los transportes para abastecer las líneas.
El segundo componente es la población civil, la no involucrada directamente en el conflicto, pero que debe de comportarse de forma tal que maximice la probabilidad de éxito en la conflagración. Y en esta guerra contra el virus, la población civil tiene un deber muy dificil de cumplir en una economía predominantemente de servicios: quedarse en casa.
En casi todas las economías modernas, el sector servicios representa el mayor de la economía. En promedio el 63 por ciento de la economía global está conformado por industrias de servicios, fluctuando entre el ochenta por ciento en Estados Unidos, y el 52 por ciento de China, pasando por el 65 por ciento en México. El sector servicios engloba desde diseño de chips, programación de robots, e inteligencia de datos, hasta un puesto de tacos, hoteles, aerolíneas y visita a sitios turísticos. 
Cerrar el sector servicios, como se está requiriendo en estos momentos en casi todos los países del mundo afectados por el Covid-19, implicará un daño económico tremendo, cuya profundidad dependerá del grado de formalización y bancarización de la población.
La economía del toque de queda implica entonces dos ejes: ignorar temporalmente, pero de manera decidida, las restricciones fiscales existentes para el sector público y contratar la deuda pública necesaria para atender la contingencia, cualquiera que sea el monto; el segundo eje es asegurar transferencias para la población que pierda su empleo durante el toque de queda, sin exponerlos al contagio.
En una guerra un Estado no considera nunca una limitante fiscal que restrinja su capacidad de combatir y ganar. Y el combate contra la pandemia del coronavirus, como lo ha articulado el presidente francés Emmanuel Macron, es una guerra, por lo que la estrategia fiscal, económica y financiera debe ser equiparable a una economía de guerra.
En Italia Fiat ya está utilizando sus fábricas para producir ventiladores pulmonares en lugar de autos, en España los hospitales privados están siendo usados por el gobierno para atender a todos los enfermos, en Francia el gobierno ha dispensado el pago de luz y agua a sus habitantes. Como si fuera una guerra.
Y las guerras se financian. Las guerras antiguas se financiaban por los señores feudales, o confiscando tributo a los vasallos, o expropiando riquezas a quienes se podía, etc. Las guerras modernas se financiaron con déficits, con enormes déficits, con emisiones especiales de bonos patrióticos para apoyar con lo que fuera necesario a las tropas en el frente.
Tras el fin de la guerra suele venir un crecimiento económico muy sólido y fuerte. La inversión necesaria para reponer los activos perdidos durante la guerra impulsan a las economías y el crecimiento es tan fuerte que las deudas se pagan rápido. En esta ocasión la represión del consumo, pospuesto por las necesidades de la cuarentena, será quizá mucho más fuerte que una reconstrucción de post-guerra. No temamos a la deuda necesaria para financiar la pandemia. Se pagará sola una vez que la cura sea encontrada.

jueves, 19 de marzo de 2020

La Violencia de Wall Street: ¿Qué Nos Dice La Economía?

Casi todos están de acuerdo: el precio de un activo financiero en el mercado se explica por los flujos futuros de ingresos netos que ese activo rendirá a su poseedor, descontados con una tasa para traer esos flujos a valor presente. Dicho de otro modo: el precio de un activo financiero es igual al valor, al día de hoy, de los flujos que nos dará en el futuro.

Lo anterior es relativamente fácil de entender y calcular, una vez que tenemos los dos números del cociente: el flujo futuro de ingresos netos; y la tasa de descuento. Pero la sencillez termina allí, pues ambas cifras se conocerán en el futuro, y el futuro, como advertía Neils Bohr, es algo especialmente difícil de pronosticar.

Quizá seamos los únicos seres de la naturaleza que pensemos en el futuro. No como las hormigas, los castores o las aves migratorias, quienes claramente tienen una noción de las estaciones por venir, sino que siendo jóvenes planeamos nuestra vida adulta, adultos pensamos en nuestra vejez, y viejos pensamos en la vida de nuestros herederos.

La dificultad radica en cómo calculamos esos flujos futuros. Durante décadas se pensó que era fácil: extrapolemos el pasado y tendremos el futuro. Esta es la solución más a la mano, sencilla y racional en términos de costos. El futuro no será muy distinto del ahora, y el hoy no es muy distinto del pasado.

Fernando del Paso reflexionaba en una ocasión, a propósito del personaje central de “Noticias del Imperio”, del cómo la larga vida de Carlota de Habsburgo la había hecho transitar del transporte en coches tirados por caballos, a los primeros aviones. La visión de Del Paso es precisa: como al futuro lo vamos conociendo en una lenta secuencia, pensamos que se parece al pasado y al hoy. No es el caso.

El futuro ya no es lo que solía ser. Durante milenios, la vida entre generaciones no variaba mucho. Cuando la humanidad se asentó en ciudades y da inicio la civilización actual, basada en el desarrollo tecnológico, el futuro comenzó a acelerarse, pero seguía siendo pausado: la vida de los teotihuacanos y la de los mexicas en Tenochtitlán, separadas por casi seiscientos años, no parecen haber sido muy distintas. Por eso la visión de Fernando del Paso es muy precisa, a la generación de la emperatriz Carlota de México le tocó ver los paseos en carretela y los primeros vuelos internacionales.

¿Cómo incorporamos ese veloz futuro dentro de nuestra sencilla ecuación de flujos futuros traídos a valor presente?

Los primeros intentos fueron artesanales: como mencionábamos antes, una extrapolación del pasado, que dio lugar después a proyecciones con econometría y series de tiempo. Dichos métodos gozaron de mucha popularidad en las décadas 60-80’s del siglo pasado, pero ante la evidencia de su pobre poder predictivo de largo plazo, los intentos por tratar de predecir los flujos futuros, y de allí, el precio de las acciones, a través de esas herramientas, fueron cayendo en desuso.

Por décadas, los economistas vieron con frustración cómo sus técnicas (econometría, y series de tiempo), que eran tan útiles para pronosticar con aceptable precisión, variables duras como el PIB, el consumo o la inversión, no podían modelar ni pronosticar los vaporosos y resbalosos precios de las acciones. Hasta que se preguntaron ¿Por qué?

Un grupo de economistas estadounidenses encontraron de manera azarosa una copia de “La Théorie de la speculatión”, la tesis de un desconocido y anónimo matemático francés llamado Louis Bachelier, quien en el año 1900 había plasmado en ese trabajo las ecuaciones del movimiento browniano y sostenía que los precios de las acciones seguían una trayectoria estocástica, muy parecida a la que resulta de echar volados con una moneda limpia.

La econometría y las series de tiempo lo que buscan es encontrar un patrón, los parámetros de la ecuación que subyace a una serie de observaciones. Un evento aleatorio es todo lo contrario a un patrón. Un movimiento estocástico no genera un modelo definido de comportamiento. Es volátil y errático por naturaleza.

Ese grupo de economistas había dado en el clavo. Los precios de los activos financieros en los mercados de valores no pueden pronosticarse porque son aleatorios. No cuentan con un patrón que pueda ser revelado por técnica alguna. No hay una regularidad.

Lo descubierto por ese grupo de economistas, de las universidades de Yale, el MIT y de Chicago en sus orígenes, causó una profunda revolución en la ciencia económica y en las finanzas que se sintetiza en un concepto muy sencillo: si los mercados siguen una trayectoria aleatoria, entonces es más importante la paciencia que la inteligencia, es muy difícil construir un portafolio cuyo rendimiento sea consistentemente mejor que el del mercado.

Esa idea, de que es muy difícil construir un portafolio cuyo rendimiento sea superior al del mercado de manera consistente, produjo no únicamente un maremoto académico, sino una revolución en la industria financiera: dado que es difícil ganarle al mercado, entonces, si no puedes vencerlo, únetele: dando paso a la industria de los fondos indexados, que son actualmente, el jugador más importante en la industria financiera global.

Pero detrás de esa enorme industria, que maneja trillones de dólares y es quizá la fuerza más poderosa en las finanzas mundiales, existe una imprecisión cuya importancia ha quedado patente estos días en que los mercados globales se han hecho añicos con una velocidad y una violencia absolutamente inusitada: cierto, los mercados son aleatorios, pero no de la forma en que la mayoría de los economistas creen que lo es. Son varias veces más volátiles, muchas veces más inciertos, y más violentos de lo que sus modelos predicen.

Una muestra de la violencia de Wall Street en este desplome que estamos sufriendo queda patente en este dato: de los cuatro peores días en la historia de la bolsa de Nueva York, dos ocurrieron en una sola semana, la que va del lunes 9 al viernes 13 de marzo de 2020. Lo que ocurrió en dos días de esa semana: el lunes 9 y el jueves 12, superó en su magnitud porcentual al resto de los decenas de miles de días en que ha operado el Dow Jones en su historia, con la excepción de dos fechas: el 19 de octubre de 1987; y el lunes de la semana siguiente, si, el 16 de marzo de 2020, cuando los mercados se hundieron casi 13%. Tres de las cuatro peores jornadas de la historia ocurrieron en un intervalo de cinco sesiones.

Si los precios de los activos se movieran de acuerdo con el modelo más aceptado por los economistas, la Hipótesis de Mercados Eficientes (HME), la probabilidad de que en una semana ocurrieran las peores tres caídas de la historia, es menor que una vez en la historia desde el origen del universo hasta hoy. 

Ante esto tenemos dos opciones, ignorar esas observaciones latosas que invalidan nuestros supuestos y nuestros modelos y decir que media decena de fechas no invalidan nuestro modelo, que si funciona para las decenas de miles de fechas restantes. O replanteamos nuestro modelo.

El problema con ignorar las pocas fechas que escapan del modelo de la HME, es que el grueso del rendimiento se concentra en esas pocas fechas. Son las enormes subidas que siguen a esas profundas caídas, las que acaban explicando la mayor parte del rendimiento acumulado de los mercados a través del tiempo. No podemos quitar del modelo que busca explicar el rendimiento de los mercados, aquellas fechas que explican la mayor parte de ese rendimiento. (o deberíamos de quitar también el rendimiento asociado a dichas fechas)

Lo adecuado sería, vista la incompatibilidad entre la volatilidad observada en los mercados, que como queda patente estos días, es muy superior a la predicha por el modelo de la HME (conocido como random walk, o caminata aleatoria), buscar un modelo distinto al predominante en la profesión económica. Un modelo que acepte una volatilidad tan salvaje, violenta y aguda como la que hemos visto en estas últimas tres semanas en Wall Street.

Tal modelo existe, y sus premisas han estado presente desde que los economistas, con Paul Samuelson a la cabeza, comenzaron a desarrollar modelos para el movimiento de los mercados en los años cincuenta del siglo pasado. 

Uno de los más brillantes matemáticos del siglo XX, el francés Benoît Mandelbrot, a lo largo de varias décadas logró desarrollar un modelo, o las premisas de un modelo, mucho más realista y robusta que el random walk de la HME. Muy probablemente los economistas decidieron, deliberadamente, no elegir el camino que Mandelbrot les propuso en los años 60 del siglo pasado por una razón: las matemáticas del modelo estaban fuera de su alcance, y la tecnología necesaria para probarla no estaba disponible.

Hubo un argumento adicional: si Mandelbrot tenía razón, entonces los mercados financieros no se adaptaban a los elegantes y parsimoniosos esquemas de equilibrio general a los que los economistas estaban acostumbrados en los mercados de bienes, de servicio y laborales. La idea de que los mercados financieros fueran tan violentos, turbulentos, no encajaba en el esquema estético de los clásicos.

Y sin embargo, el mes de marzo de 2020 será recordado siempre como la validación del supuesto central del modelo de Mandelbrot y de otros como él: la volatilidad despiadada que hemos visto invalida cualquier modelo desprendido del random walk y la HME. La turbulencia ha sido salvaje.

Y es justo esa idea, la de la turbulencia, la que ilustra uno de los rasgos del modelo de Mandelbrot que sería muy necio, y peligroso, no validar en esta brutal crisis económica y bursátil que nos acecha. La turbulencia, y quien ha volado lo sabe, se da en racimos: períodos de turbulencia súbita, violenta, una oleada tras otra, seguidos de largos períodos de calma que nos hacen olvidar el enorme susto que pasamos en la turbulencia. A diferencia de la HME que supone una distribución aleatoria y normal de la volatilidad, el modelo de Mandelbrto dice algo categórico: la volatilidad se concentra.

Vean por ejemplo el VIX, el índice de volatilidad más seguido del mercado: la volatilidad se apeñusca como uvas en racimo, y le siguen períodos prolongados de tranquilidad en donde el índice se comporta como lo predice la HME y su random walk. De nuevo, sería fácil decir, quedémonos con la HME, es sencillo y explica el 95% de las observaciones. El problema es que ese 5% de las observaciones es en donde se concentran las pérdidas y las ganancias en el largo plazo. Si optáramos por quedarnos con el HME nos quedaríamos con un modelo que explica los días normales, y no las brutales crisis que de tanto en tanto, como la turbulencia, nos propinan los mercados.

Un marino no quiere un ingeniero que le diseñe un barco para la mar tranquila. Sabe que su barco debe estar hecho para soportar las poco comunes, pero inevitables tempestades. El HME es como un pequeño yate de recreo que pasea por la bahía tranquila, el modelo de Mandelbrot y de otros es un barco feo, pero que puede soportar los temporales.

Mandelbrot escribió un libro “El (mal) comportamiento de los mercados”, en donde expuso con claridad y de manera sencilla las principales ideas sobre cómo los mercados funcionan más como la turbulencia aérea, como las crecidas de los ríos, como las mareas, que como las suaves aguas de una laguna cristalina. Uno de sus seguidores, Nassim Nicholas Taleb, el autor de “El Cisne Negro”, muy cercano a las ideas de Mandelbrot, es una de las figuras mediáticas más conocidas proponente de modelos que toman una perspectiva muy distinta de los mercados (y otros aspectos de nuestro mundo), de la que siguen los economistas y los pensadores clásicos.

Estos modelos subrayan un hecho particular: los modelos tradicionales de finanzas y economía subvaloran el riesgo. En los mercados financieros, y en muchas otras áreas de la actividad humana y natural, los riesgos no se adaptan a los modelos que usan la distribución de probabilidad normal, o de Gauss, en donde las observaciones se apartan del promedio apenas en un par de varianzas.

Desde el siglo XVIII, otro matemático francés (Augustin Cauchy) desarrolló una distribución de probabilidad con una varianza infinita, aunque acotada, como una tangente. Mandelbrot vio la utilidad de esta distribución para modelar turbulencias y percibió que podía servirle también para modelar el comportamiento de los mercados. Mandelbrot usó también las aportaciones de otro matemático francés, Paul Lévy, que desarrolló funciones de distribución estables para encontrar modelos que pudieran aceptar observaciones que se aparten de la media por varias varianzas, como ha ocurrido de manera dramática en las últimas semanas en los mercados.

Las matemáticas asociadas al modelo de Mandelbrot son complicadas, ni siquiera los profesionales en la materia pueden, en promedio, aprehenderlas. Pero sus ideas han sido popularizadas por él mismo y por muchos de sus seguidores, entre quienes se encuentran también economistas y cada vez más, financieros.

Estos aciagos días de marzo deberían de convencernos que los modelos e ideas que subyacen a la forma que entendemos y nos aproximamos a los mercados no es la correcta. Los modelos que un grupo de economistas estadounidenses desarrollaron en los 50-70’s del siglo pasado, que significaron una contribución enorme a la profesión y aportaron una riqueza contundente al análisis y comprensión de los mercados, no son correctos del todo: fallan a la hora de explicar lo más difícil e importante, las espaciadas pero recurrentes crisis financieras que, como esta ocasión, arrasan con los mercados financieros del mundo.

sábado, 14 de marzo de 2020

A Hacer Hoyos Y Volverlos A Tapar

Cuando Keynes decía que para salir de la recesión había que hacer hoyos, y volverlos a tapar, no hacía una alegoría. En economía, como en el tratamiento médico, la oportunidad es clave. Si los gobiernos del mundo tardan en inyectar el gasto en la economía, entonces la recesión, que ya es inevitable por culpa de los efectos del coronavirus, se profundizará y será más difícil de tratar. Como a un paciente, hay que tratarlo a tiempo si no será más difícil curarlo. Y nada es más rápido que hacer hoyos para taparlos de nuevo.
Yo soy un devoto de la infraestructura. He tenido la suerte de estar involucrado en varios proyectos de infraestructura del país a lo largo de los años.  Hemos escrito en este espacio muchas veces en favor del gasto en infraestrcutura como una de las mejores formas para fortalecer el crecimiento potencial del país. 
Pero ojo, la capacidad contracícilica de la infraestructura suele ser baja: los grandes proyectos deben de ser bien planeados, bien diseñados, bien financiados y bien preparados. Eso significa que la fase que implica una demanda de empleo considerable: la construcción, tarda varios meses antes de empezar, y en una coyuntura como esta, en donde los efectos de muy corto plazo de la emergencia sanitaria serán notables, lo importante es desperdigar el gasto en actvidades y sectores de impacto inmediato.
El crecimiento del PIB tiene dos componentes: el de la tendencia, y el ciclo. La infraestructura es la mejor fórmula para reforzar la tendencia, para elevar el PIB potencial, pero no es muy útil para enderezar el ciclo. Allí es donde la precisa visión de Keynes articulaba esa frase: hacer hoyos y volverlos a tapar, gastar en mantenimiento y en operación, más que en inversión: mantenimiento de infraestructura, no en su construcción.
Porque lo que viene en términos sanitarios y económicos parece ser un pandemonium, un parón económico brutal con el objetivo de detener la espiral imparable de infecciones del coronavirus que costará trillones de dólares a la economía global, pero que parece ser la única solución para evitar la opción que se quiere evitar: millones de personas agolpadas afuera de los servicios médicos, saturándolos y sin posibilidad de ser atendidos. El parón económico es la opción que están tomando la mayoría de los gobiernos (salvo el Reino Unido), siguiendo la estricta y brutal cuarentena china en Wuhan, para tratar de detener la exponencial infección de personas en el mundo.
Ya hoy debemos de dar por perdido el primer trimestre de 2020 en términos económicos, y dado el perfil de la pandemia, es muy probable que el segundo trimestre también esté completamente perdido en términos de crecimiento económico global y local. La recesión entonces debería de ser el dato con el cual trabajemos, hay que darla por un hecho, irremediablemente.
Los mercados están marcando niveles de precios en prácticamente todos los activos: acciones, bonos, materias primas y seguros, que implican una recesión global particularmente severa y prolongada, quizá de más de seis meses de duración. Los múltiplos de las acciones implican niveles de ganancias extremadamente deprimidos para el mediano plazo, y las curvas de plazo de los bonos están señalando por todas partes escenarios que implican una recesión económica.
Dado que la naturaleza de esta recesión no es monetaria, sino sanitaria, la solución no se encuentra en manos de los bancos centrales, ni de los gobiernos, aunque si hay algo que ellos podrán hacer: evitar que la tragedia sanitaria se convierta en una tragedia económica y patrimonial para millones de personas. Si es necesario pagarle a las empresas para que les paguen a sus empleados para que se queden en casa, y no despedirlos, quizá valga la pena hacerlo, si dicha solución es temporal y no sobrepasa el par de meses en lo que la emergencia pasa (porque pasará).
Lo cierto es que una variable si cambiará: la estabilidad fiscal. Atender y salir de la emergencia sanitaria pondrá mucha presión sobre el balance fiscal de los gobierno, pero no habrá de otra, y los mercados tarde que temprano sabrán que los pilares del neoliberalismo, del Consenso de Washington: una política monetaria estable, mercados abiertos, y una instancia fiscal equilibrada, han sido descartados por necesidad, uno por uno, incluso a regañadientes.

sábado, 7 de marzo de 2020

La Recesión Viral

Las expansiones económicas no mueren de viejas, reza un adagio de los economistas estadounidenses. No importa que tan larga sea una expansión, no existe una fecha fatal para que ésta acabe.  Las expansiones no mueren de viejas, pero si de burbujas financieras que se revientan; de crisis hipotecarias que dinamitan al sistema bancario; de precios petroleros que se disparan a la estratósfera; de tasas de interés que se elevan para detener un ascenso inflacionario; o de irrupciones de la cadena de suministro global producidos por la propagación de virus desconocidos y mortíferos.
Los millenial nos han heredado un vocable muy útil: viral. Usado para designar cómo algo se propaga muy rápidamente por las redes sociales, los millenials dicen que algo “se ha hecho viral”. El término es correcto, y hace alusión a la forma en que un virus se propaga entre la población en las etapas iniciales de una epidemia: de manera incontrolable y extremadamente rápida.
Desde sus inicios en la provincia china de Hubei en el último bimestre del año pasado, el covid-19 se ha expandido a todos los continentes del mundo (exceptuando quizá la Antártica), entrando por los nodos en donde la globalización conecta a todos los países con el resto del mundo: de China a Japón y Corea; de allí a Europa occidental y a Estados Unidos vía California, Nueva York, Washington y Florida. La globalización y sus nodos han sido el canal que esta viralizando al virus, y transportando con ella el potencial de una recesión económica que, a juzgar por los precios que están marcando los mercados financieros, podría ser extendida, profunda, y de una virulencia desconocida.
La globalización ha hecho viral al virus, y la velocidad de su propagación ha sido inusitada, como veloz ha sido la caída de los precios de las acciones, y la reducción en las tasas de rendimiento. 
En este sentido el dato más importante a destacar es el rendimiento de 0.7 por ciento del bono estadounidense de diez años, el cual marca un mínimo histórico absoluto, y señala el miedo extremo que los inversionistas sienten respecto de la perspectiva de corto plazo: no quieren apostar por el futuro económico de la economía global, lo único que les interesa es contar con la seguridad suficiente de que el gobierno del país más económicamente sólido del mundo les va a pagar, aunque sea algo mínimo. El rendimiento históricamente bajo que están recibiendo los inversionistas es el precio que tienen que pagar por la seguridad.
Los primeros datos de la economía china, país de donde surge el virus, son muy preocupantes: los datos del índice PMI manufacturero de febrero, en 37, son un mínimo de una década; y las exportaciones chinas de febrero mostraron una caída de 17 por ciento. La segunda economía más poderosa del mundo, y la que mas pesa dentro de la tasa de crecimiento global, señala hasta el momento que los efectos de la viralización del virus son significativos.
Y así como el virus se ha propagado, se está propagando la recesión económica resultante de las medidas de cuarentena, aislamiento, y control de la población necesarios para intentar modular el crecimiento descontrolado del virus por este mundo interconectado.
Hay muchos factores que determinan el patrón de propagación de un virus: el tiempo en que un paciente es susceptible de infectar a otro; la oportunidad con la que el infectado es detectado; lo infeccioso que puede ser el virus; y lo susceptible que un paciente sano sea infectado por un portador. Esos cuatro factores determinan en general a cuantas personas puede infectar un portador y proporciona un buen estimado del perfil de una epidemia.
Algo similar pasa cuando una recesión en un nodo crucial de la economía global, como lo es China (o los Estados Unidos en 2008-2009) comienza a extenderse por el resto del mundo. Entre más pese dicha economía dentro del PIB mundial, mayor arrastre tiene sobre el resto; dependiendo del sector de la economía afectado, ya sea la manufactura china o el sistema bancario estadounidense, será la intensidad de la recesión exportada; dependiendo de la oportunidad con la que reaccionen los bancos centrales y los gobiernos para contener la recesión; y que tan susceptible esté el resto de la economía global, veremos que tan fuerte va a acabar pegándonos esta recesión viral.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Coronavirus: La Política Monetaria Y La Política Sanitaria

No fue una sorpresa (aquí en Excelsior lo habíamos anticipado desde el lunes pasado), pero si fue sorprendente: la Fed no esperó a que la economía global, y en particular la estadounidense, sufriera los estragos de una pandemia de coronavirus, y ante la evidencia de que el daño a la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios a escala mundial, están siendo ya afectadas por los efectos del virus, el banco central estadounidense disparó una bala de muy grueso calibre, reduciendo sus tasas de interés en 50 centésimas.
De fondo la Fed, y la mayoría de los bancos centrales importantes del mundo, están apostando por una estrategia de resignación: si no sirve la política sanitaria, disparemos contra el virus la política monetaria. 
Es decir, ante la ausencia aún de un remedio médico contra el covid-19, lo que la política monetaria puede hacer es tomar medidas extraordinarias para que los bancos comerciales globales tengan los fondos necesarios para inyectar, y para proveer de liquidez a los mercados de divisas, de crédito y accionario del planeta, y evitar así disrupciones que puedan causar quiebras sistémicas e interrupción de la marcha económica en el mundo
Ya que aún no encontramos la cura para los pacientes, evitemos que la economía se enferme. La pregunta es si la política monetaria podrá suplir a la política sanitaria. Es decir, si la inyección de liquidez logrará compensar los efectos económicos que ya se sienten por todas partes, paralizando la manufactura china, interrumpiendo el turismo en Europa, proscribiendo los viajes internacionales de las grandes multinacionales y los bancos en Wall Street y la City londinense, incentivando que cada vez más trabajadores se queden laborando en casa para evitar la propagación del virus para el cual aún no hay cura, y cuya tasa de infección continúa progresando geométricamente.
La respuesta a la anterior pregunta es: depende qué tanto dilate la política sanitaria en encontrar un medicamento contra el covid-19. Si la solución está disponible en el próximo mes o dos, entonces la ingente oferta de liquidez que, con la Fed a la cabeza, los bancos centrales del mundo (el Banco de México no tarda en acompañar) están suministrando a la economía, podrá garantizar el buen funcionamiento de los mercados de divisas, de crédito y de capital, y ayudar así a una rápida recuperación de la economía una vez que la fase más aguda de la epidemia haya pasado.
Pero (y este dato los mercados están ya calculándolo) si la solución sanitaria se dilata más allá de tres-seis meses, la política monetaria no podrá, por si sola, evitar que haya una contracción generalizada del producto y del empleo a nivel global, ni podrá salvarnos de una ruptura en la liquidez desordenada de los mercados de divisas, de capitales, y lo que es más grave, de crédito.
Porque dentro de la hoja de ruta de la Fed, el coronavirus y el efecto económico del mismo es un capítulo del libreto que no había sido considerado. Después de casi una década de tasas de referencia casi en cero, la Fed subió poco a poco sus tasas de interés con el fin de normalizar el nivel de las mismas, y de tener margen de maniobra para cuando la siguiente recesión llegara.
Y hasta el momento el guión había funcionado a las mil maravillas: cuando abundaron signos de debilitamiento económico por todas partes del mundo y en los EEUU en 2018, la Fed pudo reducir, de manera gradual y ordenada, sus tasas en 2019 para calibrar el ciclo y enderezar de nuevo el crecimiento. Todo iba conforme a lo planeado.
Pero la irrupción del coronavirus y sus amplios efectos económicos han trastocado el cuidadoso plan de la Fed y los bancos centrales, y los han obligado a quemar uno, si no es que dos cartuchos, que ellos pensaban utilizar más adelante y poco a poco. 
El Covid-19 forzó a la Fed y a los bancos centrales a abandonar la preciosa y necesaria gradualidad (recortes de 25 centésimas), y en su lugar usaron un obús de 50 puntos para que no quedara duda que los bancos centrales apoyarían con la liquidez necesaria. El problema con usar esos cartuchos es que ya hay muy poco en la carrillera, y si la política sanitaria no funciona rápido, la política monetaria no será suficiente para salvar al mundo de la epidemia, ni de la recesión.

domingo, 1 de marzo de 2020

Coronavirus: La Hora De Los Bancos Centrales

Los virus enferman a individuos y a las economías: los individuos se curan con medicamentos, las economía con dinero barato. Así que mientras no encontremos la cura para el coronavirus, le toca a los bancos centrales, especialmente a la Fed, tratar de curar a las afligidas economías con una nueva ronda de inyección de liquidez.
A inicios de febrero escribíamos aquí que el humor de los mercados era de tal modo optimista, que ignoraría los posibles efectos del coronavirus y que seguiría subiendo, marcando nuevos récords. Como ocurrió. Pero la semana pasada advertíamos que dicho optimismo era infundado, y que los efectos sobre la economía china y la coreana, dos naciones claves en la cadena de suministro de la manufactura global, estaban ya causando daños significativos en el comercio internacional, y que los precios récord de las acciones no se justificaban. Como ocurrió.
Pero el ajuste de precios accionarios que anticipábamos fue mucho más violento de lo que nadie hubiera pronosticado. De hecho hay un dato que descolla: es la caída mayor al diez por ciento desde un nivel máximo histórico más rápido de la historia. Es decir, nunca los mercados habían caída tan rápido tras marcar un nuevo récord histórico.
Por la anterior razón, porque el ajuste fue extremadamente violento, es posible que esta semana, tan pronto como este lunes, veamos y escuchemos acciones coordinadas de los principales bancos centrales del mundo para tratar de prevenir el contagio del coronavirus, no en una escala biológica, sino financiera y económica.
¿Qué tan violento fue el ajuste? Veamos los siguientes datos. Primero una definición técnica: cuando un índice del mercado, luego de marcar un récord máximo, cae más de diez por ciento por debajo de ese nivel, se dice que ha habido una corrección. Si la caída es superior al veinte por ciento, se dice que estamos en un mercado bajista, o bear market.
En solo siete días, los mercados en Wall Street pasaron de un récord histórico el 12 de febrero, a una corrección: el Dow Jones está 14 por ciento por debajo de su máximo; y el S&P 500 y el Nasdaq se encuentran 13 por ciento por debajo. Esa corrección ocurrió en tan solo siete sesiones, un récord histórico por la velocidad del ajuste. Los mercados cayeron 12 por ciento el Dow y 11.5 el S&P 500, la peor caída semanal desde la terrible crisis financiera de 2008.
Tan fuerte fue la caída, que en una semana Donald Trump pasó de presumir una ganancia de los mercado de 61 por ciento desde su elección, a una ganancia de 38 por ciento. Peor aún, medido desde su toma de posesión, las ganancias son de apenas 29 por ciento, así que la gran herramienta política del impresentable Trump, el rally de Wall Street, ha sido diezmada en una sola semana, de allí su frustración y sus intentos por convencer al mundo que el coronavirus no tendrá un impacto significativo.
Pero los tendrá. Es más, ya los ha tenido. Y la mejor muestra de que los temores expresados aquí hace una semana, están sustentados, es un indicador que puede ser clave para mostrar el daño ya hecho, el PMI de China, el cual muestra el sentimiento y el estado de la manufactura en aquél país. Los datos recién publicados para el mes de febrero revelaron una caída dramática, de 50 a 35.7 (una cifra por arriba de 50 indica expansión, debajo de 50, señala contracción), un número por debajo incluso de lo que vimos durante la crisis de 2008-2009.
Lo que está pasando en China, a nivel epidemiológico y a nivel económico, podría ocurrir en otras latitudes. La reacción ante la difusión del virus podría obligar a detener la economía y causar un efecto significativo en la producción y el intercambio que, de no ser mitigada por una nueva ronda de inyección de liquidez por parte de los bancos centrales, podría convertirse en una recesión prolongada.
Por lo anterior es posible que veamos anuncios de bancos centrales inyectando liquidez, lo que ayudará a que la violenta corrección que vimos la semana pasada se regrese un poco. Veremos una recuperación temporal de los mercados que darán la ilusión de que la economía vuelve a la normalidad, a menos de que el coronavirus, cuyos efectos aún nos son desconocidos, disponga lo contrario.