sábado, 28 de abril de 2018

Elegía Y Renacimiento Del TLCAN

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) tuvo un efecto geopolítico radical: convirtió a México de vecino, en un aliado de los Estados Unidos. El TLCAN disolvió la ideología de un reacio México post-revolucionario, basada en el nacionalismo de una economía cerrada, y en una visión de los Estados Unidos como un enemigo que perpetuamente amenazaba la soberanía del país. Tal sentimiento, enraizado en la historia de abusos históricos por parte de nuestro vecino del norte, se ha disuelto, y las generaciones nacidas de 1990 a la fecha no tienen el conflicto de conjugar su nacionalismo mexicano con la convivencia intensa con los Estados Unidos.
El viejo nacionalismo mexicano se construyó en oposición a Estados Unidos. El nacionalismo de los milenial es menos complejo. La geografía, el idioma y la cultura determinan su ser nacional: la oposición a la cultura, el idioma y los bienes y servicios provenientes del norte ha desaparecido. No hay conflicto entre su identidad nacional y el consumo de la cultura estadounidense, la cual, en la era de internet, es apenas un insumo (quizá el más importante), en la conformación de la identidad cultural de la mitad de los mexicanos.
Los milenials no lo supieron entonces, pero una economía cerrada como era México antes del TLCAN, es significativamente menos productiva y eficiente que una economía abierta. Las materias primas canadienses; el capital y la tecnología estadounidense; el trabajo y la geografía mexicanas; se complementan para construir un potentísimo jugador en la economía global. Pero el mundo cambió enormemente desde su firma hasta hoy, y es necesario hacer un mejor TLCAN.
Cuando se firmó el TLCAN acababa yo de salir de la universidad, y era una avis rara entre mis amigos por ser partidario del Tratado. Lo sigo siendo por supuesto. Siempre será mejor una economía abierta y el libre intercambio de bienes, servicios e ideas, que la autarquía. Los humanos somos seres abiertos por naturaleza, no podemos estarnos quietos. Las artificiales barreras económicas y políticas limitan nuestra condición.
Pero ya entonces, y ahora más aún, es necesario insistir en las insuficiencias del TLCAN. Existen muchos efectos negativos del Tratado. El primero es que profundizó la distancia en el desarrollo económico del norte y del sur del país: el anchísimo norte se convirtió en una eficiente plataforma logística y taller de mano de obra barata para la economía integrada de Norteamérica, mientras que el sur siguió atascado en una economía de baja productividad, con infraestructura insuficiente para integrarse al mercado global, e incapaz de dar el jalón definitivo a la convergencia.
Algunos economistas entonces pugnaron por incluir mecanismos de convergencia de México hacia Estados Unidos, y esa presión logró el establecimiento del banco de desarrollo de Norteamérica, el Nadbank. Buena idea pero el diseño es erróneo. El Nadbank sólo financia proyectos a doscientos kilómetros de la frontera norte, cuando lo importante es integrar los dos mil kilómetros que faltan hacia el sur. El TLCAN, exitoso para muchas industrias y amplias regiones del país, ha acentuado la brecha entre un México integrado a la economía global y extremadamente competitivo, y un México que no es muy distinto al que existía antes de la firma del Tratado.
El otro aspecto crítico del TLCAN es la ausencia de convergencia salarial. Si comparamos la productividad laboral mexicana en aquellos sectores y regiones beneficiados por el TLCAN es evidente que son muy superiores al aumento de los salarios correspondientes. El modelo debería de evolucionar de una economía basada en bajos salarios a una basada en la educación y la productividad laboral con salarios convergentes hacia los de Estados Unidos y Canadá. Así ocurrió en Japón, China y el sureste asiático. No ha sido el caso de México claramente, y en esta reescritura del TLCAN debería de ser la apuesta de largo plazo.
Hay un tercer efecto indeseado. Necesariamente polémico porque no es fácil de medir, y es debatible su causalidad. Pero al menos yo estoy convencido. El TLCAN es el principal factor detrás del disparo en el índice de obesidad de los Mexicanos. Al adoptar el american way of life empaquetado en el Tratado, los consumidores mexicanos fueron seducidos por la comida barata, rápida y de alto contenido de proteínas y grasas de los estadounidenses. El consumo de frijol y tortilla se desplomó de 1994 a la fecha, y el de pizas y hamburguesas se disparó. Esa fue la elección de los consumidores. Es imposible regular ese comportamiento de los consumidores en cláusula alguna de un TLCAN. El TLCAN no es el culpable de nuestros altísimos índices de obesidad (cada consumidor lo es): pero si es la causa.

domingo, 22 de abril de 2018

¡Alerta Jóvenes: Curva A Punto De Invertirse!

La curva de rendimiento de los Estados Unidos se ha aplanado, y corre el riesgo de invertirse. Si esto ocurre la regularidad estadística sugiere que los riesgos de una recesión en la mayor economía del mundo han franqueado un umbral peligroso. Los mercados lo saben y están preocupados, pues en el pasado la inversión de la curva ha sido seguida por caída de los mercados y recesiones. Hemos escrito varias veces de esto en el pasado en este espacio, y hoy trataremos de explicar esta introducción quizá demasiado técnica. Así que paciencia por favor porque este es el tema más importante de la economía actual.
La curva de rendimiento es la relación entre la tasa que pagan los bonos a distintos plazos. Normalmente los bonos de largo plazo tienen un rendimiento mayor que los de corto plazo para compensar por el riesgo de inflación y otros. Pero en estos momentos la diferencia entre los rendimientos del bono de 2 y el de 10 años en Estados Unidos está en los mínimos desde 2007, justo antes de que explotara la espantosa crisis financiera de 2008-2009 y los mercados se hicieran añicos.
Si los bonos de corto plazo tienen un rendimiento mayor a los de corto plazo (una curva invertida), quiere decir que las tasas de corto están subiendo (por miedo a un repunte inflacionario, por ejemplo), y las tasas de largo plazo están bajando (por expectativas de que la economía vaya a debilitarse significativamente, por ejemplo). 
Eso es justo lo que parece estar ocurriendo en estos momentos en el poderoso mercado de bonos: temores de que luego de un largo letargo la inflación comience a subir tienen a la Reserva Federal en modo restrictivo, subiendo tasas de corto plazo, por un lado; y por el otro, los inversionistas parecen apostar a que mayores tasas debilitarán en los próximos trimestres al crecimiento por lo que en el futuro las tasas deberán bajar.
Sobra decir las consecuencias de este escenario: si la Fed sigue subiendo tasas de corto plazo, y si los Estados Unidos entran en cualquier recesión, México, los países emergentes y el mundo entero, sufrirán los efectos. Así que es muy importante que sepamos leer lo que los mercados parecen estar diciéndonos. 
Creo que el indicador económico más importante de este momento para México es justo la pendiente de la curva de plazos estadounidense: la diferencia entre los rendimientos del bono de 10 y el bono de 2 años. ¿Cómo es posible que ese indicador tan esotérico sea tan importante para el mundo, México incluido? ¿Y cómo le hacemos para comunicarlo al público? ¿Cómo explicarles que un número esotérico puede estar dirigiendo su destino colectivo e individual en los próximos meses?
El riesgo de inversión de la curva y sus posibles consecuencias han sido reseñados en esta columna varias ocasiones en el pasado reciente. Por alguna razón toda recesión económica estadounidense ha sido precedida por una inversión. Los economistas sólo han acertado a responder el cómo, pero no el por qué.  Saben que cuando se invierte la recesión es casi inevitable. Tienen una explicación (la que dimos en el párrafo introductorio) de cuales son los factores que lo explican. Lo que no saben es por qué.
¿Cómo es posible que millones de inversionistas en todo el mundo, sin conocerse ni ponerse de acuerdo, logran anticipar sin saberlo, el ciclo económico de los Estados Unidos mejor que ningún economista, brujo, o pronosticador? Si algún fenómeno económico merece la figura de la “mano invisible” es el comportamiento del mercado de bonos. Nadie lo mueve, nadie lo dirige, y sin embargo, de manera misteriosa y sorprendente, el mercado de bonos ha logrado anticipar las recesiones estadounidenses con una precisión sin paralelo.
¿Si la curva se invierte, es inevitable que sobrevenga una recesión? Así ha sido en el pasado, pero no existe ninguna ley que así lo obligue en el futuro. La economía necesita ser una disciplina probabilística. Sólo podemos hablar de escenarios posibles. La inversión parece inminente, la curva está muy plana, y los inversionistas se están comportando como el libreto dice que se deben de comportar: como en una profecía autocumplida. Sólo nos queda levantar la bandera amarilla y sonar la alarma: la curva está cerca de invertirse (o ya lo hizo). Preparémonos para lo que venga.

domingo, 15 de abril de 2018

Las Finanzas Y El Fin De La Naturaleza

Andrew Lo ha escrito uno de los mejores libros de finanzas y economía de los últimos años (“Adaptive Markets”). El profesor del MIT y gestor de carteras hace una revisión del principal paradigma en la teoría de finanzas, la Hipótesis de Mercados Eficientes (HME), desde la biología y la teoría de la evolución, y sostiene, basado en la historia evolutiva de nuestra y otras especies, que nuestro comportamiento, individual y masivo, está determinado más por nuestra biología, que por la racionalidad económica.
El argumento evolucionista de Andrew Lo tiene mucho sentido: somos animales que evolucionamos en un entorno natural que nos sobrepasaba. Nuestra especie supo sobrevivir exitosamente a la lucha contra otras especies y su ámbito, y esa evolución nos moldeó un cerebro y una biología apta para la sobrevivencia en un entorno adverso.
Nuestra evolución nos dio un cerebro relativamente grande, y el don del lenguaje y la capacidad de crear narrativas que ordenan nuestro ámbito. Ese cerebro y biología tienen un propósito evolutivo claro: sobrevivir y dominar nuestro ámbito y otras especies. La evolución no nos hizo animales económicamente racionales que toman decisiones sobre billones de dólares con la frialdad y precisión de una calculadora. Actitudes que para la teoría económica y de finanzas son reprochables e ilógicas, tales como el miedo, la euforia, el pánico, el odio y la furia, son producto de una enraizada historia evolutiva que nos determina de marea biológica, casi molecular, así que suponer que a la hora de invertir no nos comportamos como esas bestias evolutivas, y lo hacemos como unas máquinas perfectamente racionales, es muy cándido.
En los últimos años el estudio de la “economía del comportamiento” ha ganado muchos adeptos, al explicar a los agentes económicos como seres no perfectamente racionales, como dice la economía tradicional, sino como entes proclives a comportamientos “irracionales”. La evidencia de que no somos racionales es contundente, dicen los comportacionistas.
La explicación de Lo de dicho comportamiento es fantástica: la euforia, el pánico de los inversionistas por ejemplo, no son irracionales, son rasgos biológicos resultantes de nuestra evolución como especie. Vistos con los ojos de un economista del MIT es un comportamiento irracional. Visto desde los ojos de un biólogo dichos comportamientos “excéntricos” son absolutamente normales: así se comporta nuestra especie como resultado de nuestra particular y exitosa evolución. Son ventajas evolutivas de hecho.
La propuesta de Andrew Lo tiene muchísimo sentido. Nuestro cerebro y organismo han sido moldeados por cientos de miles de años de evolución. No podemos en el curso de un par de siglos pretender, como lo queremos los economistas, borrar nuestra historia evolutiva y comportarnos como autómatas calculadores.
Mirarnos como lo que somos, como bestias evolutivas, debe ser el principio para comprender cómo nos comportamos al tomar decisiones económicas. Y si seguimos con nuestro argumento evolutivo llegaremos pronto a un callejón: ¿Qué ocurrirá entonces cuando acabemos con la naturaleza? ¿Cómo responderá la especie al vivir en ciudades en donde las habilidades para sobrevivir y dominar el ámbito natural son distintas y lo importante es sobrevivir y conquistar las relaciones de poder humanas?
Más aún. Desde Darwin, los biólogos evolucionistas aprendieron de las otras especies los secretos y las pistas de ese fantástico método de la naturaleza que es la evolución y la selección natural. 
A través de las tortugas y las aves de las galápagos, a través del estudio de los primates, Darwin fue construyendo la que sin duda es la mas colosal construcción teórica para explicar la vida en nuestro planeta: la teoría de la evolución.
Pero cuando las especies dejan de sobrevivir por selección natural, es decir, gracias a sus fortalezas evolutivas, y lo hacen gracias a la selección humana (las vacas y los pollos, son los animales más numerosos gracias a nuestra dieta), estaremos perdiendo los referentes naturales para estudiar el mecanismo de la evolución.
Cuando hayamos acabado con los rinocerontes y los jaguares, cuando hayamos devastado el ámbito de los tigres y los elefantes para poder dejar que pacen nuestros becerros y cerdos, estaremos eliminando la posibilidad de estudiar la evolución natural a través de las especies, pues la nuestra, ya ama y señora del mundo y la naturaleza, ha abandonado la necesidad de evolucionar de acuerdo con la selección natural, pues ahora el cerebro es el órgano supremo, y ya no la amígdala, ni las patas, n las garras. Quizá sea eso la evolución, dejar a Darwin y pasar a Maquiavelo.

domingo, 8 de abril de 2018

Las Bolsas Topan Con Pared (O Mas Bien, Con Muros)

Si uno mira una gráfica del Dow Jones, o mejor, del índice S&P 500, que incluya al menos los últimos sesenta años, algo dramático puede observarse: los mercados de capitales después del horrendo crack de la Gran Depresión de 1929 comenzaron un ascenso lento pero estable. Con algunas excepciones la marcha ascendente era gradual pero consistente. Pero a partir de 1990 algo pasa, y la subida comienza a acelerarse, las bolsas se disparan de manera evidente. ¿Qué ocurrió? La caída de un muro. Así que quizá valga la pena contar la historia ahora que Trump quiere levantar otros.
En noviembre de 1989 los alemanes del Este derrumban a mazazos el infame Muro de Berlín, una horrible pared de concreto que dividía no sólo la capital alemana sino al mundo en términos ideológicos, económicos y comerciales. De un lado el libre mercado, del otro el estado planificador. En ese sentido la consecuencia económica de la demolición del Muro de Berlín no estuvo en Europa, sino en Asia: la incorporación del gigante chino a la economía global, de la cual había estado recluida por motivos geopolíticos.
Con el fin del bloque soviético quedó una sola visión para la economía global: los mercados abiertos, el fomento a la competencia y el libre flujo de capitales. Este credo tuvo una consecuencia inevitable: una vez que las fronteras geopolíticas fueron abiertas, y el comerció se liberó, el capital movió la producción hacia las zonas de menor costo, dejó en las economías centrales los segmentos de mayor especialización y convirtió tendencialmente al planeta entero en un inmenso mercado común.
Quienes mejor jugaron el juego arriba descrito fueron justo quienes inventaron las reglas: los Estados Unidos. Pero así como en el football, el cual los ingleses a pesar de haberlo inventado, no son hoy quienes mejor lo juegan, Donald Trump percibe (y se equivoca) que equipos de menor rango le están ganando la partida a los Estados Unidos, y a partir de ese diagnóstico propone una solución (a mi entender) falsa: levantar muros, tanto físicos como económicos.
Lo malo es que, a juzgar por esa gráfica sencilla del S&P 500, a los mercados no le gustan los muros.
Se puede discutir muchísimo sobre lo que está detrás del cambio de tendencia que experimentaron las bolsas a partir de 1990, período que ha visto ya incluso un par de burbujas especulativas escandalosas, pero que en promedio, ha producido un alza en las ganancias de capital de los inversionistas como ninguna otra en la historia económica del capitalismo. 
Pero, personalmente tengo una hipótesis: que tal explosión de riqueza materializada en los mercados fue el resultado de la liberalización económica de las dos terceras partes de la geografía mundial y de su población (el bloque soviético, pero sobre todo China y la India), en conjunción con las tremendas ganancias de productividad del trabajo resultantes de las tecnologías de la información.
Cuando las gigantescas ganancias de eficiencia resultantes de la informática y la automatización encontraron fronteras abiertas, expandiendo de manera espectacular los mercados, potenciando las ganancias y realimentando así los incentivos para la innovación y el desarrollo tecnológico, se creó un círculo virtuoso entre libertad de comercio-innovación-ganancias que se reflejó en una casi vertical marcha de las bolsas globales, encabezada por Wall Street, en donde se financian las empresas más innovadoras del mundo.
Por lo anterior creo que el diagnóstico de Trump y el remedio que está implementando puede ser muy peligroso. Levantando un Muro físico contra México y una pared arancelaria contra China y los socios con quienes sufre un déficit comercial, aumenta el riesgo de que el gran tónico histórico de los mercados: los mercados abiertos, sea cancelado, y así como la demolición del muro abrió los mercados y disparó a las bolsas en el mediano y largo plazo, el regreso de los Muros, de concretarse, podría derrumbar a Wall Street por varios años.

Las bolsas, tal y como lo habíamos anticipado en estas páginas, están trastabillando y han tenido un muy mal arranque de año. Algo me preocupa mucho: si Trump levanta el Muro contra México y erige barreras arancelarias y comerciales contra China y llega incluso a afectar a Europa y otros mercados emergentes, las señales que esta enviando el mercado quizá nos estén diciendo que la gran época dorada del libre comercio-flujo de capitales-ganancias y bolsas ascendentes, podría estar llegando a una pausa que dure varios años. Al menos hasta que el credo liberal sea restituido.