domingo, 17 de septiembre de 2017

¿Invierten Mejor Las Mujeres Que Los Hombres?

Invertir en los mercados de capitales es un oficio extremadamente difícil: lleno de pistas falsas y en donde, de acuerdo con Warren Buffet, el atributo más importante es la paciencia. El estudio de las finanzas es una de las ramas más dinámicas y desarrolladas de la economía en las últimas décadas y si bien es una rama en constante desarrollo, esta disciplina han producido algunos resultados muy importantes: los mercados son impredecibles, y lo mejor es diversificar e invertir para el largo plazo.
Existen muchísimas variables que intervienen en la decisión de invertir. En la decisión de cómo conformar un portafolio y cómo manejarlo. Existen dos bandos al respecto: el primero afirma que es posible analizar de entre los cientos de acciones en el mercado y seleccionar un portafolio diversificado el cual, si se compra y se vende a tiempo, puede producir resultados superiores a los del promedio del mercado. El segundo bando asegura que en realidad tratar de mejorar el rendimiento que ofrece un portafolio conformado por las acciones que se encuentran en el principal índice del mercado es fútil, que de lograrlo es cuestión de suerte, e incluso en esos casos las comisiones por administrarlo consumen cualquier diferencia respecto del rendimiento promedio.
En ambos casos: sea que se busque un manejo activo o pasivo del portafolio, la paciencia y el autoconocimiento de los objetivos y métodos de cada inversionista en lo personal es una variable extremadamente importante.
Cuando me toca impartir el curso de “Mercado de Capitales” en la universidad, siempre tengo curiosidad por ver si existe alguna evidencia de un sesgo de género en los resultados de las inversiones. ¿Quiénes son mejores para invertir: las mujeres o los hombres? ¿Existen características específicas en uno u otro género que hagan que exista un sesgo a la hora de manejar portafolios de inversión?
Dicha inquietud comenzó hace muchos años, cuando una amiga, famosa por ser especialista en invertir en empresas de aviación, me reveló que una de las razones por las que ella tenía éxito en un sector tan complicado es por su condición de mujer: “los hombres pierden la cabeza con los aviones”, me decía. Me quedé estupefacto, y reconocí inmediatamente una de mis fallas como inversionista hasta ese momento: dejarme llevar por acciones de empresas que me gustan: las aerolíneas por ejemplo.
¿Será acaso que el género pesa en el momento de diseñar y manejar portafolios de inversión?
Esta semana me topé con un estudio que muestra lo siguiente: de los siete mil hedge funds (fondos que tienen un manejo activo de sus portafolios) existentes en el mundo, sólo 184 de ellos son manejados por mujeres. Pero las diferencias en los resultados son impresionantes: el rendimiento de los fondos manejados por mujeres han tenido en lo que va del año un rendimiento de 9.95%, mientras que los manejados por varones alcanzan apenas 4.81%. En los últimos doce meses los rendimientos fueron de 11.9% y 7.05%, respectivamente.
Estos resultados son apoyados por otros que han estudiado un plazo más largo. La Universidad de California estudió los portafolios de 35 mil hogares de 1991 a 1997 y encontró que también aquellos manejados por mujeres tenían mejores rendimientos que los operados por varones.
La evidencia estadística, que deba ser vista con mucho cuidado por supuesto, parece sugerir que existe un aparente sesgo hacia las mujeres a la hora de invertir.
En mis cursos de “Mercados de Capitales” llevo a cabo un concurso simulado de inversión. Los alumnos escogen al inicio del semestre un portafolio de diez acciones, y al final del semestre los cinco mejores portafolios tienen medio punto adicional de calificación.
Déjenme platicarles el resultado hasta ahora: de los cinco mejores portafolios, tres son mujeres, a pesar de que el grupo es mayoritariamente de varones, y las mujeres representen quizá un tercio de los inscritos. Los dos cursos anteriores han sido similares: la proporción de mujeres entre los mejores portafolios ha sido superior a su proporción en la matrícula.
Las estadísticas aquí comentadas ¿son prueba de que las mujeres invierten mejor que los hombres? En ciencias sociales la comprobación de una hipótesis es difícil. Pero la evidencia es amplia. Si la hipótesis es correcta: ¿qué causa ese sesgo que hace que un género se desempeñe en el mercado mejor que el otro? ¿existen características específicas que lo causan? ¿es una distorsión estadística? Vale la pena discutirlo. 

domingo, 10 de septiembre de 2017

Viviendo Con El Desastre

Pronosticar es difícil, en especial el futuro, decía Neils Bohr, y esta semana, llena de inundaciones, terremotos y huracanes enfurecidos, nos mostró lo implacable de la sentencia del físico danés. La naturaleza puede ser despiadada, en buena parte por ser impredecible. Es por ello que sorprende cómo la cultura popular ignora el hecho que la incertidumbre es inherente a la naturaleza y en muchos aspectos, a la sociedad: no, los terremotos no pueden predecirse. Tampoco los huracanes, ni las inundaciones. Ni los cracks en la bolsa. Lo más inteligente que podemos hacer es estar conscientes de ello y manejar los riesgos.
Tras el terrible terremoto que sacudió el centro y sur de México la semana pasada, en redes sociales cundió la especie de que en un día y una hora cierta habría una réplica de una intensidad ya conocida. Los pronósticos de lluvias torrenciales tras severas inundaciones no se hicieron esperar, sólo para tener cielos limpios y días secos. Como si a la naturaleza le gustara burlarse de los que quieren pronosticarla: sorprende con huracanes y temblores, y defrauda a quienes luego predicen una nueva ronda de desastres. No es que la naturaleza sea irónica: es azarosa e impredecible.
Vemos los terremotos por ejemplo. Dichos fenómenos son extremadamente comunes: ocurren diario, pero con una intensidad que no tiene efectos mayores sobre nuestras vidas- La enorme mayoría de los temblores están por debajo de los 6.5 grados y su impacto sobre la sociedad es nimio. Pronosticar si va a temblar o no es sencillo: temblará, todos los días. Lo importante entonces es pronosticar los temblores que representan un riesgo para nuestras vidas, y eso es justo lo que no es posible.
Lo mismo ocurre con las lluvias y huracanes: lo importante es pronosticar los eventos extremos, los que se salen tanto del promedio que representan un riesgo para nuestras vidas. Pensar así implica pensar muy distinto a como solemos pensar. Por ejemplo en estadística nos enseñan la distribución de probabilidades “normal”, muy parecida a una campana esbelta, con una panza amplia y un par de colas delgadas en donde se ubican los eventos poco probables. En nuestras clases de estadísticas nos enseñan a que para efectos de pronosticar, vale la pena deshacernos de esos eventos extremos pues son altamente improbables.
Pero cuando se trata de prepararnos para un terremoto catastrófico, para una tormenta desastrosa, para un huracán destructor, o un crack bursátil, lo que nos importa justo son esas colas improbables: esos eventos poco probables pero que de materializarse provocarían un daño desproporcionado. Su improbabilidad sólo es comparable a las pérdidas que causaría.
Esos eventos extremos (por definición) son prácticamente imposibles de pronosticar: pero ocurren, y el daño que producen es tan considerable que debemos de pensar en cómo prepararnos para ellos. Afortunadamente hemos avanzado mucho en la forma en que nos preparamos para ellos. En el centro de México se construyen los edificios pensando en los terremotos extremos, no en los temblores de todos los días; el drenaje debe ser construido para soportar avenidas catastróficas, y no las lluvias promedio; los embalses de las presas deben ser construidos para captar ríos crecidos, y no los cauces normales. En muchos aspectos el manejo de riesgos ya contempla el prepararnos para eventos extremos, y no únicamente para los eventos promedio.
Un evento desastroso es justo un evento poco probable pero que provoca pérdidas muy grandes. Para prepararnos para ellos lo más importante es aceptar que los desastres son impredecibles, ni nuestras mejores técnicas para pronosticar nos han dado estimados confiables para su ocurrencia. Seguiremos a oscuras al respecto. No sabremos cuándo van a ocurrir, pero si podemos prepararnos para cuando ocurran: un fondo de emergencia que cubra una parte importante del presupuesto que los gobiernos aparten para ser usados sólo en esas ocasiones; regulaciones para la construcción, especialmente para edificios altos; infraestructura que soporte múltiplos de las condiciones normales; y preparar a la población fuera del día a día y entrenarlos para saber qué hacer en los desastres.
Lo mismo ocurre con los mercados financieros y la economía: solemos diseñar políticas públicas y estrategias de inversión para condiciones normales, pero tendemos a ignorar los desastres financieros y económicos en vez de estar preparados para ellos en todo momento, como los chilangos estamos conscientes de que el desastre puede ocurrir en cualquier momento. Muchos decimos que los meteorólogos son necesarios para que los economistas nos veamos bien. En realidad debemos de aprender de ellos y de los sismólogos: ellos saben que los desastres ocurren, y que debemos de estar siempre preparados. 

sábado, 2 de septiembre de 2017

El Fin De La Escuela

Como hijo de maestros de escuela pública, y como un necio aspirante a serlo, para mí la escuela no es una institución lejana. Es como mi casa. Pero creo que la extensa transformación en la producción y divulgación del conocimiento provocada por internet y las redes sociales han superado de manera radical a la escuela tradicional. Ya no es en la escuela en donde aprendemos. Ya no es poco frecuente que los alumnos sepan más que los maestros. Las redes sociales se mueven mucho más rápido que la escuela. La escuela debe de transformarse, radicalmente, o será su fin.
La escuela hasta hoy funciona bajo un modelo sencillo de producción del conocimiento: un maestro que lo posee, y los alumnos que lo reciben. Hasta antes de la irrupción de internet la forma más eficiente para la producción social del conocimiento era la de una taller o una fábrica: un lugar físico en donde el trabajador (el maestro), laboraba sobre sus insumos (alumnos y clases), para producir un bien (el conocimiento). Internet y las redes sociales han cambiado dicho modelo radicalmente, y para un segmento creciente de alumnos, dicho sistema ya no funciona.
La irrupción del libro cambió radicalmente el modelo de escuela original, pues algunos alumnos pudieron generar conocimiento sin la intervención directa del maestro. Pero el acceso al libro fue siempre limitada, y la escritura siempre precisa de la didáctica para poder comprenderse y transformarse en conocimiento, así que el libro acabó siendo incorporado en el sistema tradicional de la escuela como un insumo más.
Pero internet y las redes sociales han cambiado el modelo de manera radical. Déjenme dar un ejemplo. Uno de los economistas más importantes en  las teorías de finanzas es Robert Schiller. Su comprensión y modelos de los mercados financieros han contribuido a que entendamos el enorme poder de dichos mercados, su capacidad de generar riqueza, pero también los enormes riesgos que implica, y también cómo manejarlos y monitorearlos.
Cuando yo estudié en la UNAM y en el Colegio de México, leer a Schiller, entonces desconocido, era casi imposible. Tomar una clase con él era un sueño reservado a los pocos becarios mexicanos que aterrizaban en sus cursos. Hoy, si usted entra a www.youtube.com y teclea “Robert Schiller Yale Courses”, le aparecen decenas de videos de Robert Schiller en distintos años escolares, y diversos niveles: desde licenciatura (que casi cualquiera podría entender), hasta doctorado (que requiere una elevada calificación). Es decir, ser alumno de un curso de Schiller ya no requiere la presencia física: ya no es necesario ir a la escuela en Yale para recibir su conocimiento. Podemos aprender de él mientras vamos en el metro conectados a youtube en el Smartphone.
En términos económicos internet ha convertido a las clases de Yale de Robert Schiller de un bien no comerciable (que se consume en donde se produce); en un bien comerciable (se consume en cualquier parte). Las implicaciones de esta transformación son enormes: las clases de Schiller han pasado de tener unos cuarenta consumidores en un lugar y tiempo determinado, a potencialmente millones en cualquier lugar y hora en donde haya internet. Sus clases son ya una commodity.
Usted puede encontrar en internet cursos y pláticas sobre finanzas en youtube de parte de inversionistas legendarios como William Ackman o incluso Warren Buffet. Aprender de los mejores teóricos y especialistas en finanzas del mundo es ya algo que no requiere mayor especialización. Usted no tendría por qué gastar dinero para aprender finanzas: Ackman y Buffet le pueden enseñar mientras usted está en su casa. No tiene por qué ir a la escuela.
Así como en finanzas, en todas las disciplinas el saber respectivo está disponible en internet. Tengo decenas de amigos que han aprendido a tocar guitarra o acordeón en internet, y lo hacen como profesionales, sin haber pasado por la escuela.
De no ser porque el mercado laboral exige una certificación de las cualidades emitidas por una escuela con el fin de elevar las probabilidades de contratación, la escuela habría ya desaparecido. Pero es triste que la institución sobre la cual se sustenta la civilización acabe en un triste papel de rentista: viviendo de una patente de corso, del monopolio de la certificación de cualidades.
La escuela debe de transformarse, o morirá, como han muerto decenas de instituciones enterradas por las nuevas tecnologías (vean los periódicos). La verdad es que no es sencillo (los profesores deben de recuperarse de la enorme brecha entre ellos y sus alumnos), pero tampoco es difícil: la escuela debe de ayudar a que los alumnos seleccionen lo que aprenderán, deberán de dirigirlos y potenciarlos. El futuro de la escuela es difícil de visualizar hoy: pero perdurará.