domingo, 30 de julio de 2017

Lo Que Wall Street Da, Trump No Lo Quita

Wall Street, los banqueros en general, tienden a ser conservadores: gustan de bajos impuestos y baja regulación pues consideran que esa mezcla, receta conservadora, es buena para los negocios. Por eso Wall Street sucumbió a Trump. Poco importa que, una y otra vez, se demuestre que los mercados suben bajo presidentes demócratas y caen con presidentes republicanos. Los banqueros pocas veces votan con la cabeza, y suele ganarles el corazón. Pero los inversionistas son más cínicos: Trump les importa poco, pues a pesar de los avatares del neoyorquino, los mercados siguen ascendiendo.
Los inversionistas son una clase distinta a los banqueros: son diversos e institucionales, y suelen no mirar las cosas con pasión, sino con frialdad. Durante la larguísima campaña presidencial estadounidense los inversionistas permanecieron en las laterales, cautos y expectantes, hasta ver cómo se resolvía el peculiar dilema Trump-Clinton. Durante más de un año los mercados subieron muy poco. Tampoco bajaron. Y cuando la elección al fin arrojó un resultado, los mercados, aliviados, se dispararon.
La mayoría de los analistas explicaron el alza de los mercados diciendo que lo mismo que los banqueros veían: un Trump favorable a los negocios, lo vieron los inversionistas, y que por ello se volcaron a comprar acciones tras la victoria del neoyorquino. Pero si la expectativa del avance de una agresiva agenda pro-negocios de Trump hubiera sido el catalizador del rally, entonces los mercados no estarían ahorita en los niveles récord en que se encuentran.
Si los inversionistas hubieran apostado por la agenda Trump ahorita los mercados estarían en el cadalso, pues el impresentable neoyorquino ha sido incapaz siquiera de llenar los puestos suficientes en el gobierno que necesitan ser confirmados por el congreso, ya no digamos que ha sido incapaz de pasar una sola ley o reforma, por insignificante que esta sea, en estos primeros seis meses al mando.
Y sin embargo, tras el patético fracaso del millonario casinero en pasar la mínima reforma, los mercados han subido y subido alcanzando alturas históricos, como si cada fracaso de Trump alimentara alguna buena noticia secreta.
¿Están locos loe mercados? ¿Por qué están celebrando el desfonde prematuro de Trump y su agenda? ¿Saben algo que nosotros no sabemos?
La explicación parece ser bastante sencilla: los negocios, a pesar de Trump, van mejor de lo que se esperaba, como muestran las cifras de crecimiento de las ganancias de las mayores empresas de los Estados Unidos. En los dos trimestres que lleva la administración Trump los beneficios han crecido más de 15% en el primero y por encima de 10% en el segundo. Por encima de las expectativas iniciales y sorprendiendo gratamente a los inversionistas, quienes han visto cómo, mientras las bolsas ascienden a nuevas alturas, ver caer frente a sus ojos a Trump al tiempo que miran las ganancias pasar volando a las alturas frente a ellos.
Qué importa que Trump se desplome, si las ganancias son más rotundas y afluentes de lo que se estimaba y por tanto merecen precios cada vez más altos. Lo que Wall Street da, Trump no lo quita. Nadie parece, en los mercados, estar lamentando la patética tragicomedia de la administración Trump, pues esta se da en un ambiente en donde los beneficios corporativos, con las petroleras a la cabeza, sorprenden a la alza.
De hecho la tasa de crecimiento de los beneficios está creciendo al mayor ritmo desde 2011, un récord de casi seis años, y las ventas están avanzando a un ritmo del 5% anualizado, con múltiples sectores caminando más aprisa de lo originalmente proyectado. Dicen en Wall Street: se sobreestimó a Trump, pero se subestimó la fortaleza de la economía, y esa compensación ha propulsado los índices a nuevas alturas.
Nada de lo que Trump prometió y que pareció gustarle tanto a los banqueros, se ha concretado: ni la reforma al sistema de salud, ni la miscelánea fiscal, ni el paquete de infraestructura. Poco importa a los inversionistas sin embargo: la economía se aceleró a 2.6% en segundo trimestre, luego de avanzar 1.2% en el primer trimestre. Eso ha alimentado un tranco más veloz de las ganancias y la perspectiva halagüeña invade los mercados.

De corto plazo entonces la economía ha dado lo que Trump no ha podido. Pero el entusiasmo suele ser volátil e impredecible, y los factores de riesgo latentes pueden materializarse. Los mercados por lo pronto celebran y seguirán celebrando: Obama dejó una economía tan sólida, que ni siquiera Trump ha podido contra ella.

domingo, 23 de julio de 2017

Media Vida

Para Porfirio Muñoz Ledo
Hace cincuenta años cumplir cincuenta años (como yo hoy que escribo esta columna), era muy distinto que cumplir cincuenta años hoy. Mi nacimiento hizo a Abraham Zamora, de cuarentaisiete años, abuelo por primera vez, y por tanto esa edad implicaba ya estar en la vejez. En finanzas se llaman “las tasas forwards”: ¿como será cumplir cincuenta años para un bebé que nazca hoy?
Mi generación fue el último estertor de lo que se llamó “la explosión demográfica”: una expansión difícilmente sostenible del crecimiento de la población mexicana resultado de la revolución agrícola, la urbanización, el sistema general de salud y el nacimiento y extensión de la clase media que hicieron que los mexicanos aumentáramos nuestra esperanza de vida al tiempo que manteníamos una tasa de natalidad muy elevada.
Mi padre fue el primer miembro de su familia en no ser campesino en las tierras de su familia en Nayarit; mi madre y sus hermanos fueron los primeros en no ser trabajadores de minas de carbón en el centro de Coahuila. Ellos y sus hermanos fueron los primeros de su linaje en vivir en ciudades. Yo nací y crecí en ciudades, pero el eco del México rural, patente aún en la prevalencia de la música ranchera en el gusto de la mayoría, era reciente y cercano.
Yo soy fan devoto del ranchero, pero también del primer género urbano y globalizador de la cultura mexicana moderna: el rock and roll. Será difícil pedirle al bebé que nazca hoy que sea fan del ranchero en cincuenta años, a menos que el género sepa renovarse y adaptarse al mundo urbano y globalizado que no detendrá su marcha. El ranchero no ha incorporado al hip hop por ejemplo. No incorporó la guitarra eléctrica como el flamenco español lo hizo con Camarón de la Isla. La sobrevivencia del ranchero será un reto en los próximos cincuenta años.
Cumplir cincuenta años en 1967 era difícil. Pero una vez llegado a esa edad, se podía esperar una vejez con buena calidad física. Hoy es crecientemente lo inverso. Llegar a los cincuenta años es socialmente fácil: la medicina ha posibilitado que sea un logro social. Pero la prevalencia de la obesidad y una cauda de malestares crónicos, especialmente la diabetes y padecimientos cardiovasculares hacen que alguien que cumple cincuenta años hoy quizá tenga una vejez de peor calidad que la que tuvo alguien que cumplió cincuenta años en 1967.
Hemos hecho un mal uso de nuestra esperanza de vida. En los últimos cincuenta años los mexicanos hemos ganado un promedio de quince años o más de vida extra. Y la hemos malgastado. Como sabemos que tendremos quince años más, llegamos a esos años extras con una peor salud de la que llegaban nuestros abuelos. Llegamos a los cincuenta o sesenta plagados de enfermedades que no eran comunes para los cincuentones de 1967: diabetes, hipertensión, colesterol altísimo. Todo producto de una dieta saturada de grasas, azúcar y proteínas animales que hace cincuenta años no existía.
Como consecuencia de ello: nuestra vejez en promedio será de una calidad menor a la de los cincuentones de hace cincuenta años. No hemos sabido aprovechar lo que hemos ganado en esperanza de vida. Si no cambiamos pronto nuestra dieta seremos viejos con padecimientos crónicos que representaremos un impuesto gravoso a nuestros hijos y a nuestros pocos nietos. Habremos extendido nuestra esperanza de vida, pero deteriorado la calidad de la misma en la vejez.
Milán Kundera en “La Broma” incluye un pasaje abominando de la juventud. Es sintomático. A Kundera y su generación le tocó ver cómo la sociedad dejó de apreciar la sabiduría de la vejez, atributo propio de las sociedades rurales; y comenzó a endiosar la energía de la juventud, característica de las sociedades urbanas. Hace cincuenta años la vejez era encomiable, y la juventud era un desperdicio. Hoy la exigencia de juventud nos obliga a permanecer jóvenes más tiempo. Somos “chavorrucos”, exigidos a permanecer en la fuerza laboral al menos quince años más de lo que nuestros abuelos eran exigidos. La etapa de la sabiduría ha sido pospuesta en casi dos décadas con el fin de que permanezcamos activos al mismo nivel durante más tiempos: la juventud se nos impone como una tiranía que nos hace ver cómicos a veces.

El día que yo nací, hace cincuenta años, Porfirio Muñoz Ledo cumplía treintaicuatro años. Desconozco qué hacía ese día, pero si sé que hacía a los cincuentaicuatro años: estaba igual que yo en el Zócalo de la Ciudad de México tratando de fortalecer la democracia en este país. Con los años lo conocí y las conversaciones con él son un tesoro enorme. Nacimos el mismo día, en el mismo país. Comparo su generación y la mía y la forma en que las dos interactuamos. Pienso que ambas generaciones tienen una obligación: en dejar para la que nace hoy un mundo viable para que puedan celebrarlo dentro de cincuenta años.

domingo, 16 de julio de 2017

La Economía No Es Una Ciencia, Pero Debería Serlo

para la Generación 2013-2017 de la FE 
Durante la última década nadie ha cuestionada el saber y la práctica de los físicos, ni de los químicos, ni de los matemáticos. Nadie ha criticado a la veterinaria ni a los dentistas, ni a los biólogos. Pero sobre la economía ha llovido un torrente de críticas respecto de sus postulados y su práctica. Tales cuestionamientos tienen razón: la economía ha sido un fracaso. Pero al mismo tiempo ha sido un éxito rotundo y nunca había sido tan importante, siempre y cuando quienes la practican se conduzcan como científicos, y no como acólitos de un culto.
Comencemos por la crítica más demoledora: los economistas en general no previeron la peor recesión de los últimos noventa años al ignorar los síntomas de la hecatombe de 2008-2009. Tal crítica es correcta y la voluntariosa adhesión de la inmensa mayoría de los economistas al corifeo laudatorio del libre mercado que condujo a la implosión de la economía global es una muestra de la falta de método con la que se conduce de manera general la profesión.
Pero la reacción de la Reserva Federal, del Banco de Inglaterra, de amplios sectores de la profesión al derretimiento de la estructura económica global en 2008-2009 mostró la valía de la disciplina: los Estados nacionales y las bancas centrales echaron mano del instrumental necesario para sacar al mundo de la recesión y encaminarla a una expansión, si bien moderada, también sostenida que dura ya casi nueve años.
No en general, pero si con valiosos ejemplos, la disciplina económica ha hecho un profundo acto de contrición y mea culpa que ha ayudado a ponerla sobre bases mucho más sólidas. Desde la devastadora “The Trouble with Macroeconomics”, de Paul Romer; pasando por el éxito de público de “El Capital en el Siglo XXI” de Thomas Piketty; hasta el reconocimiento de la Academia sueca de los trabajos de economistas como Robert Schiller, Jean Tirole y Peter Diamond, quienes han fundado su obra en concepciones en donde el desequilibrio y la imperfección son la norma, y no la excepción.
Lo anterior, más el estudio cada vez más extendido de las obra de Benoit Mandelbrôt y Daniel Kanheman en la teoría de finanzas, quienes introdujeron la importancia del riesgo agudo y la economía del comportamiento, son ejemplos de que la economía, a pesar de no poder serlo nunca, está comenzando a comportarse como una ciencia.
Cualquier físico o químico lo sabe. El método científico consiste en elaborar hipótesis y confrontarlas con la observación, ya sea en el laboratorio o en la naturaleza. Los economistas se quejan muchas veces diciendo que ellos no pueden hacer experimentos de laboratorio como sus colegas químicos. Tal queja es improcedente. Einstein no construyó un universo para probar sus teorías: la observación del universo existente ha ido validando el cuerpo fundamental de su teoría, así que nada impide que la observación metódica del universo económico nos lleve al rechazo o la aceptación de las hipótesis hechas.
Pongamos un ejemplo. Milton Friedman, un economista con un rigor intelectual como pocos, usó su enorme inteligencia para hacer un cuerpo teórico que con el paso de los años poco ha tenido de científico. Conjeturó una hipótesis elegante: que la inflación era un fenómeno monetario, y que si los gobiernos emitían moneda a un ritmo mayor que el del crecimiento del producto, el resultado sería un aumento en la inflación.
Aún quedan por allí unos monetaristas, pero la evidencia contra la conjetura de Friedman es tal que poco queda del prestigio del gran maestro conservador y sus alumnos, pues la oferta de circulante ha inundado la economía global durante los últimos nueve años y contrario a lo predicho por los monetaristas la inflación se encuentra en niveles tercamente bajos y en algunos países, inundados de dinero en circulación, sufren incluso deflación.
La masa de dinero en circulación ha explotado, pero la inflación se ha hundido. Cualquier físico descartaría en el instante la hipótesis y las ecuaciones del monetarismo como descartaron la hipótesis del éter luego de los descubrimientos de Maxwell. Pero muchos economistas aún temen al fantasma de la inflación cuando ven cómo los herejes bancos centrales inundan con circulante el sistema financiero.
Si lo observado contradice nuestra hipótesis entonces debemos de descartarla. Al menos que estemos midiendo mal los resultados, por que lo que si ha ocurrido al bombear circulante en la economía es la inflación de los precios pero en activos financieros, y no en los activos físicos que miden los índices de inflación.

Cierto, la economía no se había equivocado tanto como en las últimas décadas, pero pocas veces en la historia ha sido tan urgente su método y su perspectiva como ahora.

sábado, 8 de julio de 2017

La Economía Del Bitcoin Y Los Puntos De Fidelidad

El dinero es una convención social. Es un acuerdo. Cualquier cosa podría ser dinero: granos de cacao en Mesoamérica; los cigarrillos en las prisiones; el oro y la plata históricamente; papel con un sello del banco central. En tanto cumpla bien con dos funciones básicas: servir como medio de pago y como reserva de valor, cualquier cosa puede ser dinero. Incluso algo que no existe físicamente como los puntos que nos dan las aerolíneas y últimamente el Bitcoin y otras monedas virtuales pueden ser dinero. Mientras cumplan esos dos requisitos.
Para servir como medio de pago debe de ocurrir un acuerdo social amplio. Muchas personas deben de intercambiar los bienes y servicios que ellos tienen a cambio de ese dinero. Si una masa crítica de actores están dispuestos a aceptar ese dinero y sus denominaciones, entonces casi cualquier cosa puede ser dinero.
Pero la característica más importante del dinero es la de servir como reserva de valor. El hecho de saber que si lo guardamos no va a perder valor (y quizá lo gane). Es capturar el tiempo. Por el dinero el tiempo no pasa, no lo desgasta. Es algo fantástico: es lo único que crece con el tiempo, porque es capaz de capturarlo. Si algo es capaz de conservar valor con el tiempo, es un buen candidato a ser dinero. Y si es reserva de valor será más fácil que muchos lo acepten y funja entonces como medio de pago.
Por eso los cigarrillos y el cacao son malos como dinero: el tiempo los destruye y el valor desaparece con ellos. Por eso los metales nobles como el oro y la plata han sido buenas reservas de valor, su durabilidad les va bien. Pero algo que no existe físicamente no se destruirá nunca físicamente y será por tanto una buena reserva de valor. Si algo no existe físicamente nadie nos lo podrá robar, y no será costoso almacenarlo y custodiarlo (como es costos guardar y custodiar el oro). El dinero virtual es el mejor dinero: como no existe dura siempre, y prácticamente no cuesta almacenarlo y cuidarlo.
¿Pero cómo hacemos dinero virtual? Para que algo sea reserva de valor no sólo debe ser durable: debe ser escaso e imposible de falsificar. Si es abundante pierde su valor, y si es falsificable dejará de ser escaso. El dinero virtual debe ser como el oro: debe costar arduo sacarlo de la mina. De hecho producir el Bitcoin y otras monedas virtuales se llama “Data minning”. La oferta de dinero debe ser estable si se quiere que este sirva como reserva de valor.
Vemos el Bitcoin y los Puntos de aerolíneas. Ambas son difíciles de obtener: el Bitcoin depende de la resolución de algoritmos y los Puntos dependen de qué tanto se viaje. Ambos son difíciles de falsificar y de robar. Hay una diferencia: los Puntos de las aerolíneas dependen de que las compañías aéreas no quiebren (y eso pasa con demasiada frecuencia). Si usted está atesorando kilómetros en sus programas de lealtad podrá usarlos para viajar, quedarse en hoteles, comprar electrónicos o ropa en los comercios afiliados (¡sin pagar impuestos por el ingreso!), pero si la aerolínea con quien acumula los puntos quiebra, sus preciosos kilómetros serán menos que polvo en los anaqueles. Es un riesgo del emisor del dinero.
Bitcoin y otras monedas virtuales no tiene el problema que tienen nuestros Puntos de pues no son emitidos por compañía alguna. Bitcoin es como el oro: producirlo es arduo y complicado y cualquiera que se encuentre oro tirado en el piso tiene dinero en sus manos. Es dinero que no fue emitido por nadie: ni por un banco central ni por ninguna compañía, y por tanto no tiene riesgo del emisor. Su fuente no quebrará nunca porque no existe: es como el oro, la tierra no corre riesgo de quebrar.
Y es allí donde Bitcoin y sus congéneres tienen su límite. Supongamos que el mundo se hace hipster y todas las monedas desaparecen y acordamos quedarnos con Bitcoin como moneda: la consecuencia económica de hacerlo sería regresar al patrón oro. Y la historia nos muestra qué ocurre con ese modelo económico en donde la oferta de dinero es cuasi fija como el oro: su ajuste es vía cantidades porque los precios son casi fijos, y son proclives al desempleo y la recesión.
A las economías modernas les costó mucho trabajo emigrar del patrón oro al dinero fiduciario actual, así que un mundo en donde Bitcoin sea la moneda global es un regreso al patrón oro. Tal economía sería un suicidio. Un retroceso brutal a los precios fijos y cantidades flexibles.
Cuando el oro sueña, sueña con ser Bitcoin: etéreo e invisible, es pura alma inexistente. Pero si Bitcoin no podrá ser dinero de manera general como ya no lo es el oro, entonces será lo que si es el oro: una materia prima valiosa. Una reserva de valor peculiar, una mercancía cuyo precio se rige por la oferta y la demanda.

Bicoin será una materia prima, una commodity peculiar. Contrario al oro, el cual pudo ser medio de intercambio porque es buena reserva de valor, Bitcoin es reserva de valor porque ha sido aceptada como medio de cambio. Todas las commodities tienen valor intrínseco, sirven para algo además de ser valiosas. Bitcoin, la moneda de los Geeks, solo vale en tanto medio de pago, no nos sirve para hacer joyas ni taparnos las muelas. Y si es una commodity tendrá su ciclo: se disparará y se colapsará.