domingo, 5 de julio de 2015

¿La moneda común contra la democracia?

A las élites de Europa, esa tecnocracia ilustrada que tuvo la visionaria idea de crear una unión que de una vez y para siempre acabara con las terribles guerras que asolaron al continente, les gusta pensar en ese proyecto como una casa común. Como un hogar en donde cientos de millones de personas, que hablan una multitud de lenguas y profesan decenas de religiones distintas, pueden vivir en paz, unidos por la democracia.
Dicha casa común, pensaron sus élites, debe de tener también, una moneda común, que le permitiera rivalizar a las grandes economías del mundo, los Estados Unidos y las potencias de Asia, o de lo contrario, Europa dejaría de ser económica y políticamente irrelevante.
La moneda común para esa Casa Común que es Europa parece tener todo el sentido. Pero el voto de Grecia el domingo muestra una fisura terrible en el diseño económico y político de la Eurozona. Dicha moneda común puede no ser compatible con el principio alrededor del cual se construyó la casa común europea: la democracia.
La burocracia de Bruselas tiene razón: el Euro es un mecanismo que implica reglas muy claras, y sus participantes tienen que observarlas si quieren gozar de los beneficios de la moneda común. Si un país decide no acatar dichas reglas, entonces es libre de abandonar el mecanismo monetario único. Grecia ha decidido no aceptar las condiciones que Europa, el FMI y el banco central del euro les demandaban para mantener su permanencia en el club monetario. Grecia es libre de irse del euro.
Pero más allá del desastre financiero global que podría implicar la salida de Grecia del Euro, la reflexión más importante tiene que ver con la siguiente pregunta: ¿Es compatible la moneda común con la democracia? Si los griegos han decidido mediante su voto no aceptar las condiciones de Europa, ¿merecen ser castigados con el cierre del apoyo crediticio del banco central y con la condena de los mercados?
¿Castigo, moratoria, represalias financieras, es lo que el Euro y Europa pueden ofrecer a millones de griegos que, en el ejercicio de ese maravilloso invento griego que es la democracia, deciden elegir?
Si la respuesta, ajustándonos a un estrecho juicio tecnocrático, es si, que Grecia merece el castigo del eurogrupo por su voto, entonces las implicaciones son extremadamente graves.
La primera implicación es que el mecanismo monetario común no cuenta con la flexibilidad para acomodar decisiones democráticas. Los griegos, que en esto de la democracia algo saben, decidieron no estar dispuestos a pagar el costo propuesto por el eurogrupo para reactivarles las urgentes líneas de crédito necesarias para que la economía funcione. ¿Qué ocurre cuando una decisión soberana nacional no es compatible con las reglas sobre soberanas? ¿Puede el Euro acomodar decisiones democráticas que le son contrarias?
La segunda implicación es geopolítica, y muestra la ceguera del Eurogrupo de abandonar a un aliado clave para detener a Rusia en su eterna expansión hacia el centro de Europa. Al alienar a Grecia de la Eurozona, estarán empujando a la República Helena hacia los brazos de su principal rival geopolítico en un momento en que el balance regional es extremadamente complicado.
La tercera implicación es el mensaje que envía para otros países en situación similar a la griega: Portugal, Italia, España y algunos países más pequeños de la periferia. En España, en donde movimientos políticos cercanos a los que ahora gobiernan en Grecia, pueden enfrentar dilemas cercanos al griego, y podrían hacer que los mercados, al anticipar dicho escenario, acaben provocándolo reduciendo la liquidez al percibir de manera errónea el riesgo correspondiente.
Pero la cuarta implicación es estrictamente financiera: el eurogrupo aún no entiende que la deuda es una carretera de dos sentidos. El que empresta tiene que pagar, pero el que presta debe estar consciente del riesgo de que no le paguen. La tasa de interés refleja dos cosas: para el prestatario es el costo de su deuda, para el prestamista el riesgo de crédito que asume. Si a Grecia le prestaron tanto fue porque las tasas griegas eran muy atractivas comparadas con las de otros países de Europa, eran más altas y eso gustaba a los bancos. Pero esos bancos debían de saber que detrás de esa mayor tasa estaba un riesgo de crédito más elevado. Los griegos no engañaron, el riesgo siempre fue manifiesto y prístino, y se encontraba reflejado en la tasa de la deuda griega. Los acreedores de Grecia no pueden llamarse a engaño, el riesgo fue siempre claro y ahora se ha materializado.
Que Grecia pague, incluso a costa de la gran penuria de millones de ciudadanos, muchos de los cuales quizá no emprestaron ni un Euro, envía de nuevo el mensaje incorrecto: que el riesgo para los prestamistas no existe, y que pueden colocar sus fondos prestables a quien sea independiente del riesgo pues serán rescatados siempre. La abultada deuda griega tuvo dos fuentes: el hambre de los griegos y la voracidad de sus banqueros. Ambos tienen que pagar, ambos: unos por estar obligados, y los otros por asumir un riesgo que siempre estuvo claro y presente.