domingo, 30 de septiembre de 2018

¿El Regreso Del Petróleo Caro?

Quien lo diría hace tres años: el precio del barril de petróleo se ha disparado y muchos hablan de ver de nuevo el nivel de los cien dólares. La recuperación del precio había sido gradual pero sostenida a lo largo de los últimos veinte meses  más o menos, pero de agosto a la fecha todo se aceleró, y lo interesante es que el factor que provocó hace cuatro años el desplome de las cotizaciones: el petróleo shale, y que todo mundo pensaba que sería un factor para evitar el despegue de los precios de nuevo, no parece estar presente: al menos por el momento.
No hay que subestimar la fuerza del petróleo shale. A partir de hace dos meses un dato muestra su potencia: los Estados Unidos se convirtieron en el principal productor de petróleo del mundo, parados en la fuerza del shale. Pero un par de factores inesperados: el renovado bloqueo contra Irán, la larga crisis de producción en Libia y el desplome petrolero de Venezuela, han compensado el aumento de la producción en EEUU y en otras latitudes.
El precio del barril, medido por el referente Brent, el crudo ligero del mar del norte, cerró por encima de 80 dólares la semana pasada, y los contratos de futuros han incrementado su volumen y las posiciones cortas se han reducido dramáticamente. Los inversionistas en ese mercado se han tornado muy optimistas en meses recientes. No obstante, el alza en precios ha sido muy rápida en los últimos dos meses y otros analistas piensan que el mercado podría estar cerca de una corrección a la baja.
Más allá de la dirección de corto plazo, vale la pena reflexionar sobre dos factores de mediano y largo plazo. El primero es la ausencia casi completa del mercado de dos jugadores cruciales: Irán y Venezuela, ambos enfrentados a los Estados Unidos y el segundo, sumido en una crisis desesperante que ha aniquilado no solo a una otrora orgullosa industria petrolera, sino a lo mejor de su sociedad incluso.
Es difícil no decirle a Donald Trump que antes de quejarse de altos precios del petróleo se ponga en paz a si mismo. La suspensión del acuerdo que Obama había logrado con Irán, y la renovación de las sanciones comerciales contra ese país, redujo dramáticamente la oferta de los persas en el mercado, y junto con el desplome venezolano, ha sido una factor importante en el reciente despegue de los precios.
Por el lado del otro jugador, el petróleo shale, algunos factores coyunturales parecen estar conteniendo el potencial de corto plazo, aunque hay un factor de mediano plazo que vale mucho la pena monitorear. El factor de corto plazo es un inesperado faltante de oleoductos que ha hecho que la adición de nuevos pozos haya sido negativa en las últimas dos semanas, es decir, ha habido un cierre neto de pozos en los últimos quince días en los EEUU debido a la súbita escasez del tubos para ductos. 
La recuperación de los precios ha sido tan súbita de inicios de agosto a la fecha que la demanda ha superado a la oferta de ductos y actualmente hay un cuello de botella en el sector shale que le ha impedido aumentar la oferta, lo que ha ayudado al disparo de los precios en el mercado. El número de pozos shale no se aumentado desde junio, y a pesar de ello la producción de EEUU alcanzó el récord de 11 millones de barriles, lo que significa que los petroleros están sacando más de cada pozo.
De mediano plazo entonces, hasta que la producción doméstica se capaz de cerrar la brecha de demanda, habrá un cuello de botella en el sector shale, sobre todo por un factor irónico: la política comercial de Trump que, entre otras cosas, ha levantado barreras a centenares de importaciones, entre ellos los tubos para los oleoductos. Trump se ha quejado de los altos precios del petróleo, y quizá él sea la razón del alza, al declarar guerras comerciales contra medio mundo, causando escasez de insumos para la industria.
El otro factor que estaría limitando la oferta de shale es potencialmente preocupante. Análisis recientes sugieren que muy pocas petroleras shale son rentables, y que el auge en ese sector tiene rasgos de una burbuja especulativa, banqueros de Wall Street desesperados por prestar dinero, petroleros hambrientos de liquidez, pero una operación poco o nada rentable debido a los altos costos y los bajos precios. Si el shale no se ha subido al auge de los últimos meses debido a restricciones financieras, vale la pena estar atentos.


sábado, 22 de septiembre de 2018

Domingos Rancheros: La Banda El Recodo Antes De lo Vulgar; "Costumbres"

¿Por qué el sur de Sinaloa ha dado tantos símbolos identitarios para la cultura popular mexicana? Quien sabe. Pero allí nacieron Pedro Infante, Lola Beltrán, los legendarios Tigres del Norte, y también allí fue creada la hoy famosísima Banda El Recodo.
Durante décadas la tambora era una música local, reducida a Sinaloa, y por alguna razón, a Zacatecas, y sin duda su mejor interprete era La Banda el Recodo de Don Cruz Lizarraga.
Cuando llegué de Sinaloa a estudiar a la Ciudad de México en 1985, la música de banda era una rareza en la capital. Quienes oíamos y bailábamos tambora éramos los expatriados sinaloenses y nayaritas perdidos por acá. Pero de pronto algo pasó, y hoy la música de banda es tan popular que está por todas partes, hasta el punto de la saturación.
Parece ser que Don Cruz Lizarraga se opuso siempre a que su banda incluyera vocalistas. Quiso mantener la tradición instrumental y limitarse a la música regional, lejos de la música comercial. Pero al morir Don Cruz Lizarraga sus hijos y parientes que formaban El Recodo decidieron volcarse a la música comercial e incluir un vocalista, teniendo el tino de escoger a una voz tremenda: la de Julio Preciado.



Tengo para mi que Julio Preciado define, para bien y para mal, la evolución de la música de tambora. Una voz poderosa, suave y con altos agudos, que interpretaba canciones difíciles con una tremenda facilidad, supo capturar el espíritu tabernario y festivo de la música de la tambora.
La banda se canta en fiestas, palenques y cantinas, no es música de cámara ni de sala de estar. Y la voz de Julio Preciado fue justo lo que se necesitaba para que el Recodo diera el gran salto de una banda de música tradicional a un fenómeno transcultural y transregional, convirtiéndola en un fenómeno internacional y poniendo a la música de tambora en el centro de la cultura popular mexicana, incluso a despecho del ranchero.
El Recodo y Julio Preciado fueron incapaces de manejar su tremendo éxito comercial (un ejemplo, dos de los tres álbumes más vendidos de la historia de México son de la Banda El Recodo) y se separan, y es allí donde inicia la vulgarización de la tambora.
Tras la separación de su vocalista, El Recodo recluta a "el Mimoso", un cantante correcto pero incapaz de alcanzar las notas y el estilo del coloso Julio Preciado, así que para tratar de alcanzar los tonos de Preciado el Mimoso no tuvo otro remedio mas que gritar, y fue allí donde se chingó la patria.
La llegada del Mimoso coincide justo con la invasión del país por la música de banda, todo mundo comenzó a escucharla y llegó a Bandamax y otros canales de televisión, y de allí en adelante todas las bandas que surgieron, queriendo imitar a El Recodo, comenzaron a gritar como el Mimoso. Ya no hubo regreso: la banda se grita. Lamentable.
Todo por querer imitar a Julio Preciado, siendo que la banda se puede cantar como la cantaba Antonio Aguilar y José Alfredo Jimenez, e incluso Pedro Infante. Maldito Mimoso.

EL Peso/Dólar Y La Torta de Jamón

Si tomamos dos rebanadas de bolillo y les untamos mayonesa, y ponemos una loncha de jamón y una rodaja de jitomate, tendremos una torta de jamón. Si lo hacemos una o cien veces, tendremos siempre el mismo resultado: una torta de jamón. Pero si lanzamos un dado tendremos un resultado incierto. Si lo hacemos uno u cien veces tendremos resultados dispares. Algunas partes de la economía funcionan como una torta de jamón, pero otras funcionan como un tiro de dados, especialmente las divisas.
Donald Trump es fácil de entender: quiere que lo quieran obligándote a golpes. Quiere mejorar las condiciones comerciales de EEUU ante el resto del mundo cerrando el comercio. Es como invitar a alguien a tu casa y que llegue tirando la puerta a patadas para que lo trates bien. Tal es la política comercial de Trump, y quizá le haya logrado algunas victorias, pero contra China las cosas pueden ser diferentes.
La semana pasada publicamos en esta casa editorial un rápido análisis sobre las posibles consecuencias que podría tener sobre México la acrimoniosa disputa comercial entre Estados Unidos y China. El razonamiento es el siguiente: dado que en algunos sectores México y China compiten por el mercado estadounidense, si Trump incrementa aranceles a China eso hará a las exportaciones mexicanas más competitivas en el mercado del norte.
Esta incremento inesperado de la competitividad puede traducirse en dos efectos: sea que México exporte una mayor cantidad con la actual paridad peso/dólar; o que exporte la misma cantidad pero permitiendo que la cotización peso/dólar se aprecie. O una mezcla de ambas. Y eso parece ser lo que está ocurriendo. La disputa comercial EEUU Vs China ha coincidido con una apreciación modesta del peso/dólar, a pesar de que las perspectivas de un acuerdo del TLCAN no parecen haber mejorado.
Y aquí es donde regresamos a nuestra torta de jamón y el tiro de dados. Los mercados de divisas son extremadamente difíciles de pronosticar. Son tantos los factores que intervienen de manera simultánea en la oferta y la demanda de divisas que en el mercado y en la academia existe un consenso respecto a la dificultad de predecir el curso de corto plazo de las paridades.
Una partícula de sólido dentro de un líquido describe una trayectoria imposible de pronosticar. Son tantas las combinaciones de los efectos de otras partículas entre sí y sobre dicha partícula sólida, que su derrotero es imposible de predecir, pero si es posible de describir, a través de las ecuaciones del movimiento browniano. Muchos economistas afirman que los precios de las acciones y de las divisas son tan impredecibles como un volado, un tiro de dados, o el movimiento browniano. Y quizá tengan razón.
El sistema de aranceles, cuotas y acuerdos comerciales actualmente en vigor en el mundo han producido un período prolongado de relativa estabilidad cambiaria desde que la crisis de 2008-2009 provocó un sobresalto significativo en el equilibrio previamente existente. Lo anterior no es un hecho menor: históricamente el patrón oro fue sustituido por un sistema de tipos de cambio fijo, y cuando el sistema de tipos fijos no pudo ser mantenido pasamos a un esquema de paridades flexibles pero con volatilidades mínimas.
Una volatilidad reducida es el nuevo patrón oro.Es imposible atar las paridades a un metal de oferta limitada como en el patrón oro; el sistema de tipos fijos es extremadamente ineficiente para absorber choques externos y crea incentivos para hacer trampa. El esquema que la economía global ha encontrado para convivir es un sistema de tipos de cambio flexibles con una volatilidad mínima.
Y es esa volatilidad mínima la que la política comercial de Trump está poniendo en entredicho. Cada nueva ocurrencia del estadounidense introduce grados de volatilidad adicionales en el sistema que amenazan con desalinear el sistema de paridades actual. Un día son aranceles a los autos y el acero europeos, el otro día son cuotas a los lácteos canadienses, al siguiente es la amenaza de terminar el TLCAN, y ayer fueron los misiles comerciales contra China en la forma de múltiples aranceles y barreras comerciales.
En un régimen de tipo de cambio flotante, la forma más rápida y eficiente de combatir un arancel es una depreciación cambiaria. Con cada arancel que Trump dispara el riesgo de una desalineación del delicado equilibrio de paridades en el mundo se incrementa, y dado el sistema complejo que es la economía global, el resultado final de dicho aumento de la volatilidad son impredecibles.
El ejemplo de la tríada EEUU-China-México es un buen ejemplo de lo anterior. El mercado 
cambiario nacional parece saludar con entusiasmo cada misil que Trump lanza contra la muralla china, como si cada arancel contra el gigante asiático fuera un esteroide a favor del peso mexicano. Los vasos comunicantes de las finanzas globales son caprichosos y no vaya a resultar que de ser los bad hombresde la campaña de Trump, los mexicanos acabemos siendo beneficiados de rebote por la política de Trump en contra de su principal rival comercial: China

domingo, 16 de septiembre de 2018

2008-2018: Mi Historia Personal De La Crisis

Lo recuerdo muy bien: el fin de semana de conmemoraciones de la independencia mexicana hace diez años coincidió con la eclosión de la mayor crisis financiera en lo que va de este siglo, y en la cuenta larga, sólo rivalizada en virulencia, aunque no en intensidad, por la Gran Depresión de 1929. Recuerdo abrir en internet el website del Wall Street Journal y ver los titulares: Lehman Brothers se declaraba en quiebra, y la colosal Merrill Lynch era vendida a precio de saldo a Bank of America. En los meses subsecuentes yo perdí mi empleo y la economía mexicana se hundió en su peor crisis desde 1994. Mas que eso: el mundo cambió para siempre. Y sigue cambiando debido a esa crisis.
Yo era el director general adjunto de un poderoso banco franco-belga, Dexia, a la sazón el mayor banco del mundo en financiamiento del sector público y del de infraestructura. Era en aquél tiempo un orgulloso conjunto de equipos entrenados en la estructuración de proyectos de infraestructura en todo el planeta, reconocido por el cuidado con el que generaba sus activos, pero tuvo un problema: financiaba proyectos de muy largo plazo y poco líquidos, con financiamiento de corto plazo y volatil. Ese modelo estaba destinado a tronar: tarde que temprano habría una crisis de liquidez en la cual las necesidades de financiamiento no podrían ser cubiertas con los activos de muy largo plazo.
La mañana del 16 de septiembre de 2008 disparó una crisis bancaria que muy rápidamente derivó en una crisis de liquidez, por lo que los grandes bancos que como Dexia, dependían del financiamiento de corto plazo para operar se quedaron sin oxígeno, pues los bancos centrales, especialmente el europeo, tardaron mucho en reaccionar y abrir la llave de la liquidez. En el curso de muy pocos meses Dexia, junto con decenas de bancos alrededor del mundo, eran obligados a cerrar sus actividades. 
Un banco es un negocio peculiar: pide prestado para prestar. Eso es lo que hace. Pide prestado al público ahorrador y/o al mercado, para prestar, así que cuando el mercado dejó de prestar, y el prestamista de última instancia, el banco central, vaciló en hacerlo, decenas de bancos crujieron y tronaron, y el panorama financiero cambió para siempre. Hoy los grandes bancos de hace diez años, antes verdaderos emperadores, son eclipsados por los colosales gestores de activos: Blackrock, Vanguard y State Street, entre otros, y los bancos centrales, hace diez años ausentes en el mercado de liquidez de corto plazo, hoy son una fuente –si bien recalcitrante- del fondeo de corto plazo.
El banco en el que trabajaba, Dexia, siguió los pasos de decenas de sus competidores: cerró, y con el tiempo tuve el honor de hacerme cargo del manejo de las finanzas de la Ciudad de México. Durante una buena parte de mi gestión, tuve un ayudante peculiar: la Reserva Federal de los Estados Unidos, la cual al bajar sus tasas de interés a cero por ciento, con el fin de inyectar la urgente liquidez en el sistema bancario, nos dio a gobiernos, empresas y hasta los especuladores, un regalo histórico: los costos financieros mínimos de la historia del capitalismo mundial. En México las tasas de interés líder reguladas por el Banco de México cayeron casi al tres por ciento, algo jamás visto, lo que significó que la Ciudad de México, así como el país y sus empresas, gozaron de un costo financiero extremadamente bajo y nos dio un margen de maniobra que en nuestro caso, pudimos utilizar para producir finanzas públicas equilibradas y acomodar las otras presiones de gasto para entregar superávits estables.
Diez años después estos es lo que sé: que los bancos son instituciones extremadamente frágiles y peligrosas si no existen mecanismos precisos de liquidez; que la ortodoxia económica es un lastre irresponsable en tiempos de crisis y que el costo humano de vacilar es prohibitivo, se debe de intentar lo que sea para evitar que una crisis se profundice –ojo, esto no es simétrico en las expansiones-; que las finanzas públicas en los últimos diez años gozaron de un regalo histórico, tasas de interés mínimas, que ya van de salida, y que deben de estar preparadas para el regreso a la normalidad; que es fácil ser dogmáticos en economía, y que es muy fácil dejar de serlo, sólo hay que creer lo que ven tus ojos; que si ocurrió una vez, entonces volverá a ocurrir: la economía vive a lo largo de ciclos, de expansiones y cataclismos, y que luego de caer en un hoyo espantoso hace diez años la recuperación económica ha sido portentosa, pero que debemos de estar atentos a los riesgos que pululan por doquier, y que tarde que temprano, nos estallarán de nuevo en la cara.

domingo, 9 de septiembre de 2018

El Mundo Está Por Acabarse

Cuando los griegos ganan la batalla de Maratón, los atenienses se enteraron horas después de la victoria y prepararon la ciudad para el nuevo escenario. En la era de los descubrimientos geográficos europeos, las potencias imperiales tardaban meses en saber de sus nuevos territorios ganados. Hoy los eventos se conocen al instante y sus repercusiones son veloces, y eso está cambiando la forma en que los gobiernos y las instituciones, de por si lentos por diseño, reaccionan ante los raudos cambios de la nueva economía, y se están quedando atrás sin remedio.
Sillicon Valley va mucho más rápido que Washington. La franja costera y los valles adyacentes a la costa del pacífico californiano llevan casi cuarenta años transformando al mundo a una velocidad inesperada, y sus productos han hecho obsoletos no únicamente los artefactos que conocíamos, sino a los gobiernos mismos.
La forma en que escuchamos música, en que conservamos imágenes, en que nos comunicamos, en que nos entretenemos, ha sido revolucionada por Sillicon Valley, con el financiamiento de Wall Street, durante las últimas décadas, abrumando al orden económico establecido y presentando un acertijo a los gobiernos.
Pensemos por ejemplo en Uber. Sillicon Valley toma un bien ya existente, el automóvil, y lo convierte en un extraordinario negocio para la empresa que desarrolla la plataforma: Uber, pero también para decenas de miles de personas que tienen una oportunidad de ingreso. Las víctimas de este invento son evidentes: los taxistas, quienes gozaban de una patente de corso de la cual extraían rentas del resto de la sociedad, y quienes han montado espectaculares protestas, con distintos resultados, en diversas ciudades del mundo. 
Los gobiernos del mundo no han articulado una solución coherente ni uniforme al reto y la oportunidad planteado por inventos como Uber o Airbnb. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que quizá Uber es sólo un producto temporal en lo que llegan los autos no tripulados. Si los gobiernos no saben bien a bien qué hacer con Uber, en términos de la regulación y de sus efectos sobre esa parte de la fuerza laboral que enfrenta de súbito una competencia nueva, ¿Qué van a hacer los gobiernos cuando lleguen las flotillas de autos no tripulados? ¿Cómo va a enfrentar el reto de regular, vigilar, contener y administrar esas flotillas de autómatas que transportarán a sus pasajeros sin necesidad de conductores? 
El auto no tripulado está, literalmente a la vuelta de la esquina (nomás para abrirle la puerta), y cientos de desafíos planteados por la automatización y la inteligencia artificial, que en un plazo menor a lo que imaginamos estarán en las calles: robots atendiéndonos en bares y restaurantes; autos, trenes y aviones no tripulados; robots decidiendo en dónde y como invertir; robots vigilando el cumplimiento de contratos y redactándolos; robots divirtiéndonos y contándonos historias; robots vigilándonos y castigándonos.
Muchas de esas actividades para las cuales la automatización es ya inminente, no sólo tendrán implicaciones económicas profundas, o las están teniendo ya, sino que tendrán efectos dramáticos sobre el poder político y la efectividad del mismo. Antes de Uber un taxista era una patente del poder público. Hoy Uber ha expropiado ese poder y lo ha puesto en una plataforma informática que no responde mas que a la oferta y la demanda por el servicio. Lo mismo ocurre con Airbnb, en donde el poder público ha sido expropiado de su derecho de autorizar el hospedaje y regularlo. Ocurre lo mismo con ese sector llamado Fintech, en donde las tecnologías están avasallando la forma en que el dinero llega de un lado a otro sin pasar por los bancos, quienes los últimos cinco siglos han detentado la patente de ser el camino del dinero con permiso del poder público.
Lo que estamos viendo es el albor de una revolución tecnológica inimaginable, en donde no sólo los actores económicos están completamente a oscuras, sino sobre todo, los gobiernos no saben lo que les espera. Eastman Kodak era hasta los ochenta, la empresa tecnológica por excelencia. Hoy ya no es mas que un recuerdo. Arqueología económica. El tsunami de cambios tecnológicos que se aproxima puede dejarnos así, en calidad de vestigios de otros tiempos.

domingo, 2 de septiembre de 2018

¿Tiene Remedio La Argentina?

Para un enamorado de Argentina, plantearse la pregunta que da título a este texto no es fácil. Pero es necesario. Por razones profesionales me ha tocado seguir de cerca el desarrollo de la economía de las pampas por muchos años, y la pregunta es siempre la misma: ¿por qué acaba siempre en lo mismo?. No importa que sea conducida por peronistas, radicales, o independientes. Sea cual sea el signo del gobierno, de izquierda o de derecha, la postguerra argentina ha sido una tragicomedia constante que acaba siempre en moratoria y devaluaciones.
Borges decía que el peso argentino no pertenecía al ámbito económico, sino al de la literatura fantástica. Durante décadas la paridad peso/dólar era tan desquiciada que la diferencia entre el precio de la mañana y el de la tarde eran abismales. Ecos de aquellos terribles años de hiperinflación y mega devaluaciones han resonado estos días, en que el peso ha perdido más de cuarenta por ciento de su valor en lo que va del año, a pesar de los intentos del banco central por detener el derrumbe llevando las tasas de interés a un nivel asombroso, del 60%.
Esta depreciación agresiva ocurre bajo la tutela de Macri, un político conservador con una agenda pro mercado, que prometía arreglar el desorden económico dejado tras casi dos décadas de conducción peronista de la economía, en donde el populismo inherente a la administración Kichner acabó en una alta inflación y en déficit crecientes del sector público.
Pero el tiempo se le acabó a Macri. Luego de un breve período de amabilidad con los mercados, concluyendo una larga y costosa moratoria disparada por los Kirchner, Macri logró que Argentina regresara de nuevo a los mercados de capitales y acceder al financiamiento necesario para el crecimiento económico. Pero una mezcla de mal manejo y mala suerte acabaron en la complicadísima crisis que actualmente enfrenta argentina. Por un lado Macri no hizo lo suficiente para enderezar las cuentas fiscales, y por el otro, los mercados le voltearon la espalda a las economías emergentes tras el colapso de la economía turca: el desplome de la lira arrastró consigo al peso argentino.
Pero culpar a la lira turca de los males del peso argentino es inútil. El real brasileño no ha caído tanto, y el peso mexicano ha tenido una resistencia sólida en el contexto del desplome turco, así que la amplitud y virulencia del desplome argentino deben de ser atribuidos a sus condiciones domésticas y no al contagio turco. Y he allí lo complicado.
El sistema político argentino es sin duda uno de los más complicados del mundo. Siempre recuerdo la historia de San Martín, el gran libertador de Argentina y Chile. El magnífico militar que destrozó a los ejércitos españoles y liberó dos naciones fue derrotado una y otra vez por las intrigas palaciegas de Buenos Aires y nunca logró comandar la nueva nación.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces, y el peronismo y sus secuelas, junto a la incapacidad de los conservadores argentinos de articular una estrategia territorial que lo contrapese de manera efectiva, ha creado un balance de poder notablemente inestable y centrado alrededor de un punto insostenible: el nivel de bienestar de los argentinos es demasiado alto para ser sostenido por las frágiles finanzas públicas de ese país. 
Desde el peronismo, cuando el modelo económico de la posguerra basado en los altos precios internacionales de las materias primas, se derrumbó tras la recuperación de la agricultura europea, los gobiernos argentinos se han resistido a hacer el necesario ajuste de acomodar el salario real de la economía a los niveles de la productividad promedio doméstica.
Argentina enfrenta un problema familiar y conocido. Es difícil recortar beneficios cuando la fuente que los financiaba desaparece. Lo más fácil cuando esto ocurre es echar mano de la deuda para intentar mantener los niveles anteriores de consumo. La verdadera solución es incrementar de manera sostenida la productividad del trabajo.
Pero ni peronistas, ni radicales, ni independientes. Ni la derecha ni la izquierda argentina han tenido el valor para resolver el tema de fondo, y han sobrevivido por décadas trepándose a la ola cuando las materias primas suben de precio y lamentando no haber hecho los ajustes necesarios cuando los precios de las mismas se abisman. Como en esta ocasión.